domingo 05 mayo, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«BRUJAS, HADAS Y VALKIRIAS» El alcohol, mi amante, mi enemigo

Por. Liliana Rivera

“No lo vuelvo hacer”, “lo prometo, es la última vez que lo hago” son mis frases favoritas después de una fiesta fenomenal y una cruda espectacular, de esas que cuando te levantas se sigue moviendo el mundo, las manos tiemblan, sientes tu cabeza estallar hasta si escuchas caer un alfiler, y sabes que con una cerveza medio te vas a sentir mejor. Sinceramente cada fin de semana es lo mismo. Pero en esta ocasión Jorge me dijo: “ya necesitas ayuda, no puedes continuar así, un día de estos vas a amanecer muerta o algo malo sucederá si sigues tomando de ese modo” … Está exagerando, alcohólica, no soy.

La relación que tengo con el alcohol, se podría decir es como el amante perfecto para los fines de semana. Todo comienza a partir del viernes; siempre se presenta en alguna comida con amigas o compañeros de trabajo, tres o cuatro copitas de vino nada más. Ahí cumple con su primera función, relajarme y divertirme después de todo el cúmulo de estrés generado por la semana. Nos vamos a casa y seguimos con el juego previo del enamoramiento, me tomo un tequilita, dos, a veces tres, poco a poco, sin apuros ni presión, el ritmo lo marco yo, tal vez se me antoje más, o tal vez no. Lo despido y adiós.

El sábado en la tarde regresa a mí, enviándome algún mensajito sugestivo para ir a la comida familiar, todos incluyendo a la abuela lo adoran, su presencia es imprescindible para que una reunión de esa índole no llegue al fracaso total. El día que no está, el ambiente se siente sobrio, pesado; los primos que gustan de bailar con cerveza en mano, sólo se dedican a platicar de sus éxitos y sueños no cumplidos; el tío que cuenta chistes con dos o tres de ron, sentado fingiendo estar interesado en la plática de su hermana, sin entender ni una sola palabra de lo que está diciendo; y yo, tratando de mantener una conversación “interesante” para no dormirme; en fin, no hay algarabía, bullicio, diversión. Eso sí, cuando hay, siempre nos hacemos de la boca chiquita y negamos toda relación con él, aunque sabemos que en el fondo lo deseamos arduamente. Ahí es donde encaja con la siguiente función de un buen amante: todos necesitamos uno, aunque lo neguemos.

Llegada la noche del sábado, nunca falta quien nos invite a la fiesta, ya sea en un bar o en casa de algún amigo; no importa la compañía, ni el lugar, el punto es que estemos los dos juntos para seguir disfrutando de nuestro corto romance. El alcohol continúa con su desempeño de gran amante, es abierto y está dispuesto a experimentar nuevas cosas.

Me encanta, además él lo sabe, ese roce con mis labios, como besos suaves, tiernos, dispuestos a convertirse en los más salvajes, si es que lo permito. Dos, tres o cuatro más de aquellos besos; un amante perfecto que provoca, toca el punto exacto, de la forma indicada y así los sentidos se aceleran y quiero más… ¡necesito más!… Él se preocupa por su chica, le importa que consiga el clímax y se esfuerza para lograrlo. Pido mi bebida favorita, vodka tónic, de este modo el placer estalla de manera increíble, de inmediato viene esa explosión de euforia, de no poder parar, de seguir bebiendo una tras otra, un frenesí tal que llego al punto de perder el control y, es donde mi amado alcohol me ocasiona problemas.

Foro. Emilio Villalobos

Lo máximo que había llegado a pasar era quedarme dormida en un parque, hasta sentir la luz del sol en mi cara; o el menor de los casos, estar toda la madrugada abrazada de la taza del baño vomitando. Pero este fin de semana, según Jorge, -para ser sincera, no me acuerdo-, no tuve nombre.

Cuenta que empecé a pelearme con la mesera, ¿por qué?, tampoco él lo sabe, aventé vasos, las sillas, y de mi dulce boca salían un sinfín de insolencias y maldiciones que en su vida me había escuchado. Llegaron los de seguridad a sacarnos. Mi memoria regresa en el momento exacto cuando saqué mi gas pimienta, lo rocié a los de seguridad, a la mesera y hasta mi pobre Jorge le tocó. Obviamente nos sacaron a empujones, en ese momento mi mente de nuevo se obscureció, pues fue cuando caí de las escaleras del lugar…

Desperté en la cama del hospital, suero en vena, con un gran moretón en mi cara, muchos golpes en mi cuerpo y Jorge a punto del colapso. Finalmente, y como de costumbre, mi romance terminó en domingo al medio día, con una rica cerveza para aminorar los efectos de la resaca. De antemano sé que no lo volveré a ver hasta el próximo viernes… En serio, está exagerando, alcohólica, no soy.


Liliana Rivera. Contadora Pública egresada del Instituto Politécnico Nacional, amante de las letras y su caos. Editora y autora de Cajita de Cristal y otros cuentos, vol. I,II, III. Coautora de tres antologías de cuento: Pandora (2016), Brecha (2017) y El viaje a través de los sueños (2019). Ha colaborado en diversas revistas digitales, así como dado ponencias en espacios culturales. Desde 2016 escribe historias que las Brujas, Hadas y Valkirias le cuentan entre sueños.

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