domingo 28 abril, 2024
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COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO» Las penas con pan son buenas

Por Gilda Melgar

Sus amigas dejaron los carbos “porque engordan y crean ansiedad” y son “como una montaña rusa”.

Primero te dan un subidón de energía, y luego, un bajón que te deja al ras del suelo todo el día.

Pero a ella le era imposible imaginar un desayuno sin su bisquet con mermelada. Eso y el café negro bien caliente eran casi su única motivación para salir de la cama día tras día.

Tampoco comían arroz ni pasta. Algunas incluso se volvieron keto sólo comían de esos panqués carísimos hechos con harina de almendras y endulzados con “fruta del monje” o “ stevia”. Así se daban “atole con el dedo” porque de ese pan las cetogénicas comían una sola rebanada, los domingos.

No tenía fuerza de voluntad ni disciplina. Siempre había creído que esas dietas estaban hechas para gente especial porque ella los domingos de quincena se preparaba un ragú con tagliatelli y, para remojar la salsa a gusto, hasta se compraba una baguette reposada, de las que tienen la corteza bien crujiente.

Ah, y los viernes por la noche, mientras sus amigas andaban de antro presumiendo el vientre plano, ella se tiraba a ver Netflix. Se llevaba a la cama una charola con su premio de la semana: un panquė de plátano con chispas de chocolate y un capuchino de sobrecito Nestlé.

Viendo series al menos lograba tener “tema de conversación”. A veces coincidía en la fonda con sus compañeros de trabajo. El otro día, gracias a que compartió mesa con el de las fotocopias se enteró del reality “Sugar rush”. Ahora ya estaba viendo la temporada “extra dulce”. Se le hacía agua la boca al ver cómo los pasteleros decoraban los cupcakes; de forma muy elegante, la mayoría de estilo piñatero.

Pronto iba a cumplir los 40. No tenía novio, ni siquiera un amigo con derechos. Odiaba a su familia y ahora sus amigas no sólo eran “keto”, también tenían un mejor empleo que ella.

Por lo menos no tenía que cuidar ni mantener a nadie. No debía quejarse tanto, sus preocupaciones no pasaban de los asuntos domésticos.

Penas sí que tenía, todas viejas y empolvadas. Había noches en las que le carcomían el alma. Se preguntaba una y otra vez por qué hace 13 años había cortado a Antonio por una babosada. Él no la volvió a buscar nunca más. Quizás ahora tendrían hijos y una casa propia.

El reloj marcaba las 3:28. En tres horas tendría que levantarse y esperar sólo un día más, hasta que nuevamente fuera viernes por la noche y se repitiera una vez más que hasta “ las penas con pan son buenas”.


Este relato fue escrito por la autora durante su participación en el taller de literatura Hasta la cocina, impartido por Anilú Zavala de Somos Disruptivas.

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