sábado 18 mayo, 2024
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CEREBRO 40 BÁRBARA LEJTIK COLUMNAS BLOGS

«CEREBRO 40» Y la culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía

 

25 de noviembre, en plena crisis de la pandemia por COVID19, se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.

Contingentes feministas, una vez más, se manifiestan en diferentes partes de la ciudad, la mayoría logra llegar al Zócalo para clamar justicia para las víctimas de violencia y exigir porque ya nos cansamos de pedir, respuesta del gobierno a las denuncias, castigos reales a los violentadores y empatía con las víctimas.

Como en las anteriores marchas la violencia se hizo presente, vallas derribadas, pintas a monumentos, civiles y policías heridas, el saldo no fue blanco, nunca lo es; mucho menos en donde debería de serlo, en donde las mujeres deberían estar seguras, a salvo y amadas, en sus propias casas.

El grupo Atenea destinado a contener la manifestación tiene que forcejear contra quienes seguramente apoyan y con quien que se identifican, porque no hay una sola mujer en este país que pueda presumir de no haber sufrido nunca algún tipo de violencia de género.

Algunas hemos sido afortunadas, no ha pasado tal vez de un momento incómodo, una sugerencia indecorosa, un comentario ofensivo, alguna humillación pública o privada, un abrazo o algún tocamiento, discriminación en el colegio y o en el trabajo.

Pero no por eso estamos exentas del problema, no somos ajenas, nos indigna y duele el sufrimiento de nuestras hermanas, de quienes han sufrido golpes, violaciones sexuales y peor aún, de aquellas que han sido asesinadas únicamente por su condición de género, por ser mujeres.

Mañana hará el gobierno el recuento de los daños, los grupos de limpieza constituidos en su mayoría por mujeres tallarán arduamente con jabón las pintas que hicieran las manifestantes para demostrar su coraje y desesperación.

Serán otra vez señaladas en redes sociales, como revoltosas, agresivas, locas, pagadas.

Y el tiempo pasará, nuevos casos sucederán, nuevas víctimas, nuevos nombres y nuevas historias.

Y otra vez volveremos a la calle a pedir justicia.

¿No sería mucho más sencillo y razonable atender de una buena vez el problema?

¿Hacer conciencia como sociedad, tomar cartas en el asunto como instituciones gubernamentales y trabajar todos para eliminar la violencia de género?

No marchamos por gusto, no portamos mantas y fotos de desaparecidas por diversión.

De verdad estamos desesperadas, hartas de vivir con miedo, aterradas por nuestras hijas, desoladas en medio de este odio irracional del que somos objeto por el simple hecho de nacer mujeres, de ser el origen de la vida, las encargadas de traer hijos a este mundo, que después nos condenara al odio y al acecho.

Desde niñas tenemos que entender que si no nos cuidamos podríamos cualquier día aparecer descuartizadas después de haber sido torturadas y violadas en algún lote baldío y que no habrá más respuesta de las autoridades qué decir: -Ella se lo busco- Por andar solas, por vestir provocativas, por ser mujeres.

¡Esto tiene que cambiar ya!

¿Cuánto tiempo más marcharemos, demandaremos y después volveremos a casa a protegernos?

Tú si me representas, hoy marcho, escribo, reclamo por ti que ya no estás, pero no para que alguien más lo haga después por mí, sino para que el mundo nos escuche y podamos vivir libres y seguras, en un mundo que nos reconoce y cuida, porque nosotras valemos lo mismo, porque no somos menos, porque no merecemos vivir al final de la cadena alimenticia ni ver a nuestros iguales en especie como depredadores.

 

 

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