domingo 19 mayo, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS IVONNE MELGAR

«ELLAS EN EL RETROVISOR» Dulce, la política, la feminista…

 

La llegada de Dulce María Sauri Riancho a la presidencia de la Cámara de Diputados puede convertirse en una oportunidad de pedagogía a favor de la pluralidad, un episodio de reivindicación de los sobrevivientes de lo que la autoproclamada Cuarta Transformación llama el viejo régimen.

Porque la parlamentaria que ahora encabeza la Mesa Directiva de San Lázaro es una mujer que conoce una de las mejores herencias del quehacer político mexicano: conducir procesos en el ejercicio del poder o para su disputa en el que todos los participantes tengan la posibilidad de reivindicar algo de lo que representan.

Sin estridencias, la exdirigente nacional del PRI es además una de las mejores tribunas de México, ese distintivo escaso actualmente entre los legisladores y que se traduce en la capacidad de atrapar la atención del pleno y del público cuando se habla y se argumenta desde la máxima plataforma de San Lázaro.

Ajena a las poses y a los excesos, enemiga de los escándalos y portadora de una de las retóricas más pulcras que me ha tocado seguir como reportera, la exsenadora y exgobernadora de Yucatán llega a la conducción del debate legislativo en la plenitud de su madurez, una característica relevante para el cargo, porque en vez de utilizarlo, legítimamente, por supuesto, como aparador de futuras aspiraciones, en Sauri Riancho la tarea se convierte en escenario para el despliegue de experiencia y esa necesaria capacidad de entender la dimensión colectiva del momento que vivimos.

Tengo esas expectativas porque así lo acreditan mis apuntes periodísticos sobre esta mujer de templanza a la que conocí en 1991. Entonces, asignada a una cobertura de rectores en Mérida como reportera de unomásuno, recibí la encomienda de buscar a la gobernadora interina y entrevistarla sobre los jaloneos que había en aquel momento en el Senado para que liberaran su licencia.

Híjole. Lo recuerdo y me estremezco. Porque eso fue hace 29 años. Y, con una grabadora de pilas que ahora sería de museo, llegué a Palacio de Gobierno para solicitar la cita. Revivo emocionada la amabilidad de las muchachas que registraban aquellas peticiones y la rapidez con la que la mía se resolvió.

Guardo intacta en la memoria esa tarde en que, con alegría desbordada, caminé sobre las banquetas de aquella ciudad en pausa, justo a la hora del calor invivible, disfrutando el deber cumplido e imaginando las varias entradas de mi nota con Dulce María Sauri.

Ya en el sexenio de Ernesto Zedillo, como reportera del periódico Reforma, agradecida con mis jefes porque me habían autorizado cultivar la fuente de la equidad de género, un Día Internacional de la Mujer de 1996, en Los Pinos, tuve el privilegio de atestiguar el origen de la comisión gubernamental que posteriormente sería el Instituto Nacional de las Mujeres. Su primera presidenta fue Dulce María, quien a unos minutos de iniciar el evento se ponía de acuerdo con las feministas y activistas de la sociedad civil organizada para afinar el mensaje de reclamo que haría en su nombre al Presidente de la República por regatearle facultades a la nueva instancia.

Siendo dirigente del PRI, la veríamos aceptar, con aplomo de antología, la primera derrota presidencial de ese partido, un domingo de julio del año 2000.

En tiempos del foxismo, cuando era senadora del PRI, no pude evitar mi compulsión a la entrevista cuando la encontré en Beijing durante la cobertura de un congreso de educación.

Esa vez dimensioné la impecable estructura mental de Dulce María y ese atributo escaso de hablar con la sintaxis de una oradora de antología. Y es que al transcribir sus declaraciones, me impactó cómo éstas tenían incorporadas la pausa del punto, el punto y coma, la coma y el punto y aparte. De modo que armar el texto de la entrevista con la política priista resultaba un lujo escaso y agradecible.

Ya en el sexenio de Felipe Calderón, con la reconfiguración del PRI al estilo del entonces gobernador mexiquense Peña Nieto, la política yucateca se replegó, al darse cuenta que no tenía lugar en aquel relevo generacional.

Vino entonces la etapa académica de Dulce María, quien pudo realizar un doctorado en historia y profundizar en las vicisitudes del henequén y la miopía del capitalismo salvaje del México maya versus las inversiones regias en el acero.

Ya en el sexenio de Peña Nieto, la busqué para entender cómo el PRI hegemónico del siglo pasado mutó en un estilo frívolo de gobernar. Ahí están publicadas en Excélsior las diversas reflexiones profundamente críticas de Sauri Riancho, quien nos alertó que parte del desvío de la oferta política peñista tenía su explicación en la aceitada maquinaria de gobernadores caciques que desde tierras mexiquenses se echó a andar.

A pesar de sus públicos y publicados cuestionamientos al peñismo, Dulce María fue convocada a la batalla electoral de 2018 por un PRI consciente de lo poco que podía presumir en la disputa del voto y de lo mucho que le urgían los perfiles sin cadáveres bajo la alfombra.

Así llegó a San Lázaro hace dos años, donde se convirtió en una entrañable vicepresidenta de la Mesa Directiva: sin protagonismos ni petulancia, elegante siempre para solventar los conflictos cotidianos de la vida parlamentaria.

Con esos antecedentes, esta feminista de cepa, de 69 años de edad, madre, abuela, conocedora de la política del sureste y de los referentes que formaron al presidente López Obrador, llega a la presidencia de la Cámara de Diputados con el visto bueno de Palacio Nacional y de una oposición que, con ella, se siente representada y defendida.

Esa confianza simultánea de las fuerzas partidistas que protagonizan el desgastante clima de polarización que ni la pandemia pudo romper, convierten a Dulce María en un personaje clave en la urgente necesidad de atemperar los ánimos de la representación política a través de una mujer que sabe escuchar las voces de todos y sintetizar, a través de la conducción del parlamento, el diálogo de la pluralidad que somos.

 

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