A decir de mis coterráneos queretanos, “Es lo que hay y de lo que hay se consume”.
El 24 de agosto inició formalmente el ciclo escolar 2020-2021 a distancia, por no existir las condiciones para hacerlo de manera presencial.
El Gobierno logró un acuerdo con varias televisoras (Televisa, TV Azteca, Imagen y Milenio) para transmitir los contenidos educativos a más de 30 millones de estudiantes por seis canales, las 24 horas del día, los siete días de la semana. Las clases tendrán valor oficial y los educandos serán evaluados en su momento, además que todas las especificaciones de las clases se darán diariamente.
No nos lo imaginamos, nadie estaba preparado, pero así es. Lo que amenazaba con ser un confinamiento de dos a tres meses ahora parece no tener fin; las cifras de contagios y fallecimientos aumenta exponencialmente cada día en todos los países del mundo y aunque Rusia presume ya tener casi lista la vacuna y los gobiernos y laboratorios nos prometen rápida distribución, el tema sigue aún en una anhelada promesa.
México se encuentra en semáforo naranja, solo para no seguir yéndonos de picada y sin meter las manos a la peor catástrofe económica de la historia y hacer un esfuerzo por rescatar negocios y empleos; pero la realidad es que el Coronavirus vive entre nosotros, amenaza nuestras vidas y nuestra salud y nos tiene atados de manos, sin poder hacer más que tratar de adaptarnos a esta nueva y extraña normalidad.
Los estudiantes, nuestros hijos ahora estudian desde casa frente a algún dispositivo electrónico, el que cada familia les podamos proporcionar, una buena computadora o un teléfono celular, también se imparten clases por televisión y en las comunidades más alejadas por radio.
Como nunca, las instituciones, los profesores, alumnos y padres de familia estamos haciendo un esfuerzo fenomenal por adecuarnos y sacar adelante el problema de la mejor manera posible. Sin duda, la perspectiva a futuro es difícil, cuesta trabajo creer que no vaya a ser un año de muy bajo aprovechamiento, pero ¿qué podemos hacer?
La pandemia es una realidad mundial, como no me canso de repetirle a mis hijos, algo que estudiarán las futuras generaciones en todos sus libros de texto, si esto hubiese ocurrido en tiempos bíblicos sería mencionado como una de las grandes catástrofes, no solo para una nación o un continente, todos estamos incluidos en esto, estamos siendo parte de la historia.
Nos pide la SEP que acompañemos a nuestros hijos durante sus clases, lo que hace todavía más difícil la batalla, las familias que trabajan desde casa tendrán que brincar de un adminículo a otro para estar presente en las dos realidades que demandan su atención. Las personas que ya regresaron físicamente a sus trabajos tendrán que buscar en quién delegar esta responsabilidad o de plano confiar en que sus hijos serán dedicados, pondrán atención en sus clases y hacerlo de la mejor manera posible.
Yo me considero muy afortunada, ya mis hijos son adolescentes y pueden hacer su trabajo sin vigilancia, sé que extrañan a sus amigos, las instalaciones de sus colegios y sobre todo las actividades extra escolares; sé que piensan que están perdiendo su adolescencia confinados en casa y yo con ellos lamento esta situación.
Como les digo: “Así nos toco”, seamos objetivos y no perdamos dimensión del problema, estamos en casa pero no escondidos en un tapanco o en un sótano para proteger nuestras vidas, ni en prisión ni en un hospital viendo pasar nuestros últimos días entubados y aislados de la demás gente.
Les platico historias de guerras, de esclavitud, de migraciones masivas, para que puedan comparar y dimensionar esta situación con otras catástrofes humanitarias.
¿Esto es fácil? No ¿Lo podemos lograr? Yo espero que si.
Por difícil que parezca puede haber beneficios en esta historia que a la larga, al pasar de los años nos identificarán como la generación que vivió las clases a distancia y la vida desde casa, de no vernos las caras completas, no poder abrazar a nuestros seres queridos, de mantener distancia física y permanecer alertas todo el tiempo cubriéndonos lo más posible y evitando tocar todo y a todos.
Yo por lo pronto, estoy tratando lo más posible de disfrutar la convivencia con mis hijos, confieso sin pena que me he colado como oyente anónima en las clases de mis menores preparatorianos.
¿Quién podría desperdiciar la oportunidad de escuchar una clase de historia de Área lll de la Prepa 6 o una clase de Etimologías del Centro Universitario México y comprobar que los maestros en nuestro país son personas preparadas y comprometidas, que elaboran sus clases y conocen sus materias, que imparten cátedras con gran pasión y comparten sus conocimientos con amor y responsabilidad.
Las oportunidades siempre vienen desfasadas, no culpo a los adolescentes de hoy en día, cuando yo estaba en preparatoria jamás valoré el esfuerzo de los profesores ni la oportunidad que tenía de aprender cosas que serían de utilidad para toda mi vida, mi concentración estaba totalmente dirigida a mis prioridades de aquellos tiempos y ahora tengo nuevamente la oportunidad de aprender cosas que sin duda son más importantes que lo que en ese tiempo me obsesionaba.
Estamos acostumbrados a dejar a nuestros hijos confiadamente en la entrada de la escuela y volver por ellos o esperarlos en casa horas después, seguros de que les están enseñando de manera correcta y ellos están aprendiendo como nosotros quisiéramos que fuera. Sin pedirlo tenemos la oportunidad de acompañarlos en este camino y de una vez obtener una embarradita de conocimiento, que créanme, a nadie le cae mal.
Solo el tiempo nos dirá quién perdió con esta pandemia, eso no está en nuestras manos de momento, lo que si podemos controlar es la forma en cómo llevamos esta etapa histórica y cómo aprovechamos y tratamos de sacar el mejor partido, aprendiendo nuevas habilidades, reinventando nuestras vidas y nuestras relaciones familiares.
