jueves 03 octubre, 2024
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COLUMNAS SARAÍ AGUILAR

«EL ARCÓN DE HIPATIA» Una mexicana con Biden: cuando ser mujer no es destino fatal

 

Rebecca Acuña, 38 años, originaria de Sinaloa. Su nombre estaba entre los aproximadamente 100 mil ciudadanos estadunidenses que habían sido purgados el año pasado de la lista de votantes, por órdenes del secretario de Estado de Texas.

Pero hoy funge como la jefa de campaña en Texas para Joe Biden, candidato presidencial por el Partido Demócrata.

Y es así como una mujer joven con doble nacionalidad (apenas adquirida en 2018) se planta en el centro de la elección presidencial más observada a nivel internacional.

Según declaró Norma Monserrat, la madre de Rebecca al diario El Debate, la familia se trasladó de El Fuerte, Sinaloa, a Laredo, Texas, cuando Rebecca estaba en el kínder.

La vocación política de Rebecca viene de su abuela Micaela, quien fue regidora en la ciudad donde nació la hoy jefa de la campaña presidencial demócrata en Texas.

El ser mujer e hija de migrantes son factores que podrían ser considerados como obstáculos en contra de su desarrollo. Sin embargo, en este momento se convierten en dos armas poderosas a su favor.

A últimas fechas, un tema recurrente en el discurso social es el del privilegio. Con solo mencionarlo se busca acallar las voces contrarias. Es decirle al contrario que su condición, el simple hecho de ser lo que es, le impide hablar de temas.

Por otra parte, las opresiones son aquellas condiciones que marginan o condicionan a diferentes grupos. Es lo opuesto al privilegio. Son aquellas que convierten en grupos vulnerables a diferentes sectores de la sociedad.

Condiciones que, a últimas fechas, se mencionan más como determinantes de vida que como elementos a superar.

Es como si los seres humanos estuviésemos atados a un destino fatalista, imposibilitado a cambiar, donde las ventajas sociales siempre se usaran para oprimir a otros y aquellos en desventaja estuviesen condenados a un fin apocalíptico. Para Ricardo Dudda, esto lo visualiza como “un determinismo y una actitud poco emancipadora porque, en cierto modo, impide escapar de la tiranía del origen” (El País, 03-26-2018).

Casos como el de Acuña nos llevan a reflexionar en el discurso actual que ha tergiversado la visión de la interseccionalidad. Ésta es un marco diseñado para explorar la dinámica entre identidades coexistentes (por ejemplo, mujer, negra) y sistemas conectados de opresión (por ejemplo, patriarcado, supremacía blanca). La intersección busca concretar la liberación de la opresión patriarcal que sufren las mujeres, pero desde su grado de afectación, que no es la misma en todas.

No obstante, el fatalismo no forma parte de este enfoque. No estamos dando una batalla perdida. Cuesta arriba sí, pero no toda. Algunas tenemos privilegios, sí. Pero no para que sean usados como misiles en contra nuestra, sino para alzar la voz por las más desfavorecidas, entendiendo que la lucha por ellas es para emanciparlas y generar mecanismos de movilidad social.

La opresión no es para siempre. Si ser mujer en sí ya trae desventaja, nos toca no comprar ese discurso y revertirla. Feminismo no es victimismo. E historias como las de Rebbeca Acuña muestran el camino.

 

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