sábado 23 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» El pensamiento de Walter Mignolo frente a la pandemia

 

Casi todos hablan hoy de la normalidad del mañana. Ya sea en el sentido práctico, con respecto a las medidas sanitarias que han de tomarse conforme se abandone, paulatinamente, el encierro, o con respecto a la forma como queremos entender el mundo una vez que hayamos superado esta crisis. La pobreza, la desigualdad y la violencia nos han dado más de un bofetón de realidad durante estos meses. Durante años las hemos tenido en las narices, pero parece que necesitábamos esta pausa obligada para hacerlas un poco más conscientes. 

El riesgo es el que ya todos sabemos, el escenario que —de hecho— es más probable: la vuelta a una normalidad donde la miseria siga reinando. Para evitarlo, los cambios deben ser individuales, pero también colectivos. Si la renovación viene solo del sujeto aislado, será inocua. Tiene que partir de éste, pero ocurrir al unísono en las comunidades. Muchos procesos reflexivos están en el camino entre el punto en el que estamos hoy y esa normalidad naciente donde el mundo es un lugar más justo y menos violento. Entre esos procesos están, sin duda, los convocados por Walter Mignolo, con especial acento en el desprendimiento. 

El semiólogo e intelectual  de origen  argentino Walter Mignolo, mediante su erudita y significativa obra, ha señalado una realidad que suele esconderse de los ojos de la historia y disfrazarse en todo tipo de discursos que apelan al progreso: la modernidad capitalista que tiene a Europa por centro es una ramificación más de aquella planta carnívora que es el proyecto colonial. Las figuras que solemos pensar extintas siguen presentes, aunque hayan tomado nuevas formas o disfraces más ad hoc a la época. Detrás de la modernidad eurocéntrica, de su cantado y ofrecido desarrollo, sigue encontrándose el conquistador.

¿Qué tiene que ver esto con la pandemia? No hace falta mirar muy lejos en la historia para entender que es gracias a este proyecto colonial que estamos sumidos en una telaraña de desigualdades que lastiman y matan, que niegan el derecho a la salud de muchos y que destruyen la seguridad social de otros tantos que se alimentan de las debilidades del Estado, que son nutridas —a su vez— por un sistema económico que convierte al individuo en el único responsable del cumplimiento de sus derechos económicos y sociales. Con esto último se libera al aparato estatal de la responsabilidad de velar por el bienestar de sus ciudadanos, y así puede dedicarse por completo a satisfacer las necesidades del consumo y el mercado. 

Como señala Mignolo, y de acuerdo con el liberalismo marxista, el capitalismo es un lente a través del cual se generan subjetividades. El capitalismo no alude solo a los medios de producción y a la fuerza de trabajo: es una forma de vida. Es la forma de vida responsable de las desigualdades, de la precarización y de la miseria. Y no se genera sola, mediante las cadenas de producción, sino que se sostiene en un sistema de creencias y significados que, normalmente de manera inconsciente, alimentamos día con día. 

Es aquí que sale a la luz el concepto de desprendimiento, utilizado por Mignolo a partir del estudio de Samir Amin, quien lo acuñara en 1982 para hablar del necesario desprendimiento del capitalismo. En los noventa, con Aníbal Quijano, la palabra adquiere otro matiz y pone distancia entre ella y sus implicaciones socialistas. Pero no nada más eso, sino que también adquiere mucha más fuerza. El capitalismo, apunta Mignolo, es solo una esfera dentro del poder colonial. Por lo tanto, lo importante no es solamente desprenderse del capitalismo sino también del colonialismo. El intelectual nos convoca a desprendernos de la camisa de fuerza colonial que nos oprime. Hay que sacudirse las muchas cadenas con las que nos ha amarrado: sus formas de pensar, de entender el desarrollo, de conceptualizar la pobreza, de significar la propia identidad. 

Es claro que este proceso, como ya hemos resaltado, requiere de la unión de las consciencias que integran la comunidad. Como individuos, podemos repensar el desarrollo, pero ¿qué efecto tiene eso en lo práctico? Por medio de la unión reflexiva transitaremos por este camino de desprendimiento. Hay que desprenderse de una idea de desarrollo que perpetúa la explotación y la precariedad. Hay que desprenderse de un marco económico que devora al planeta y no deja más que los huesos que alimentan al calentamiento global. Hay que desprenderse de una visión depredadora que sirve como leña para el fuego de la violencia. 

En palabras de Mignolo, “la sanación descolonial es un proceso de formación de comunidades” y ahí está su gran dificultad. Cada comunidad, cada grupo humano, tendrá que apropiarse de este desprendimiento y formar posteriormente sus propios conceptos, sus nuevos lentes para ver el mundo. Se apela aquí a la identidad cultural, algo que, como mestizos, no tenemos muy claro qué es ni por dónde empezar a definir. 

Quizás esta crisis haya sido lo suficientemente impactante como para provocar la unión necesaria para que el desprendimiento y la normalidad del mañana consiga formarse fuera del proyecto colonialista. Lo sabremos con el tiempo. 

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

Edmundo O’Gorman (1906-1985), uno de los más destacados historiadores mexicanos del siglo XX, proponía que la historia era vida, y la vida, historia. Hacía un llamado —consecuente con su propuesta— a vivir a plenitud, a la par de elaborar una de las más sólidas y talentosas obras académicas en las que puso en duda la historia de muchas formas. Él se sabía un mito viviente; tanto era así que cuando le pregunté si lo era y lo comparé con María Félix, con pícara sonrisa me dijo: “De mí no hablo porque los mitos somos etéreos. Bien hacemos la Garbo, la Félix y yo en gozar del mito ajeno y del propio”. Cada quien su imaginario.

Narciso el obsceno 

Tragedia y narcisismo… Si algo ha desnudado la pandemia es el papel de aquellos que utilizan la tragedia para alimentar su narcisismo y no se dan cuenta de que muchos sufren más que ellos, lo que los hace verse ridículos y angustiados, y nos recuerdan a Creonte (hermano de Yocasta), quien cedió el poder a Edipo. Supuestamente lo hizo sin rencores, pero Antígona sugiere que tal acción lo llevó a concebirse como un ser no amado por los ciudadanos, y mucho menos, venerado. Lo anterior sugiere que en Creonte se originó lo que Otto Kernberg (Viena, 1928) nombra una “herida narcisista” en su muy revisado libro La agresión en las perversiones y en los desórdenes de la personalidad (1979). Valga, pues, la dolencia que hoy viven los narcisistas ante una pandemia que homogeneiza.

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