jueves 09 mayo, 2024
Mujer es Más –

 

  • Sin pensarlo mucho le dije: “quiero sexo contigo”

Ese día entendí el significado de una gran diferencia. Ella me provocaba algo extraño en el estómago cuando la veía. Pocas veces había visto mujer tan atractiva, pero lo que más me inquietaba era su forma de mirar; quizá era su coquetería. Al fin Tauro. No necesitaba decir palabra para cohibirme y mi excitación recorría mi cuerpo, de los pies a la cabeza, cuando la veía caminar con sus sigilosos trancos de leona, alisando su larga cabellera castaña o mojándose los labios.

Sabía que la deseaba, y si hubiese sido por mí, en el mismo salón de clases la hubiera desnudado y le habría hecho el amor como Dios manda.

Un día me vestí con un traje de lino negro y camisola blanca, y al verme llegar así me miró de manera entre dulce y pícara, a decir verdad. Soltó un saludo muy escueto, pero una sonrisa insinuante iluminó su rostro. Me confundí un poco. Sabía que las mujeres de este signo por lo general no se comportan de ese modo; como sabía, también, que a veces les gusta ser dominantes y tomar la iniciativa.

Cuando nos despedimos, me dio un beso en la mejilla y un ligero soplido en la oreja. No sé mucho de perfumes, pero el suyo me dejó casi levitando. Por primera vez en mis 20 años dando cátedra de Literatura Española nadie me había mojado la ropa interior, con algo tan rutinario y aparentemente insignificante. Su actitud me sorprendió, pero me agradó de igual manera.

Si llegaba a clase con la barba crecida y un pantalón cualquiera, ella me ignoraba; pero si me presentaba con saco sport, afeitado y el pelo recortado, tenía su atención completa. Admito, por otra parte, ver su mirada encima de otros hombres ser la causa de mi enfado; quería para mí toda su atención, así fuera yo el peor de sus maestros. Necesitaba su pensamiento, su afecto, sus caricias y su cuerpo.

Cierta ocasión, luego de la clase, pensé, “me hace falta ya mismo”. Y me dispuse a que fuera mía de cualquier modo, pero quizá me faltó tacto y atención. Sin pensarlo mucho le dije: “quiero sexo contigo”. Ella sonrió y cerró la puerta, bajó las persianas y se acercó a mí. Fueron los segundos más largos de mi vida.

Yo esperaba un beso profundo y caliente. En cambio, recibí una caricia en el pelo y con sus manos me tomó el cuello, para luego acercar sus labios a los míos y concederme un prolongado y húmedo contacto que casi me parte el corazón. Entre mi desconcierto y su aguda reacción, no pude hacer más que ver como se erizaba mi piel y sentir mi pulso acelerado.

Se desencadenó la madre de todas las batallas, de besos. La tomé de la cintura y se recostó sobre mi escritorio, sin descuidar mi erección deslizando el cierre de mi pantalón. Lentamente la despojé de su vestido naranja y sus zapatillas negras para saciar mis ojos y mi boca con sus pies de diosa. Luego me acosté sobre la tabla. Me besó, la besé, nos besamos. Ambos susurramos palabras apasionadas, cuando sentí su cuerpo, olor a jazmín y nardo, sobre el mío.

Las armoniosas pero fuertes embestidas de su cadera, que apasionadamente acariciaban mis manos, hicieron que sus rodillas rebotaran sobre la madera, al tiempo que de su boca salía un discreto grito de placer primitivo y vital. Así, nuestros corazones comenzaron a palpitar sin movernos. Empezamos a arañar el cielo. Con toda tranquilidad y sin falsas posturas, ella dijo: “me encanta la lluvia”. Y así nos dimos tiempo para hacer el amor como Dios manda.

 

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