viernes 17 mayo, 2024
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BORIS BERENZON GORN COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«RIZANDO EL RIZO» Después del COVID-19…, ¿un lugar mejor?

 

Es el deseo de muchos que, pasada la crisis provocada por el COVID-19, la humanidad empiece a corregir sus errores. El calentamiento global, los conflictos bélicos, el odio, el racismo y el clasismo, son algunos de los problemas que quisiéramos ver erradicados cuando termine la cuarentena. Las imágenes de la naturaleza reclamando los territorios normalmente ocupados por humanos nos han dado esperanza. “Quizá no todo esté perdido”, se nos ocurre cuando miramos el fenómeno de la bioluminiscencia reaparecer en las playas de Acapulco, cuando vemos a los delfines regresando a los canales de Venecia. Es una postura seductora (eso no se cuestiona), pero no es realista.

En este Día de la Tierra, celebrado el pasado miércoles, fueron muchas las voces que llamaron a ponerle fin al calentamiento global. Esta jornada, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), ha sido más importante que nunca porque ocurre en el marco de una crisis mundial que nos sirve como adelanto de las catástrofes que se desatarán si nuestro modo de vida insostenible sigue alargándose. Para la ONU, el COVID-19 es un “claro recordatorio de la vulnerabilidad de los humanos y del planeta frente a amenazas de magnitud global”. Este recordatorio, aunque sean muchas las buenas intenciones, no es bien recibido por todos.

Hace cuatro años se firmó el Acuerdo de París, cuyo objetivo es que el aumento de la temperatura global no sea de más de dos grados centígrados en este siglo. Recordemos que la administración de Donald Trump decidió que Estados Unidos abandonara este instrumento en junio de 2017; no lo dejó sin efecto, pero sí limitado severamente en sus alcances. Donald Trump —el presidente que ha llamado el calentamiento global “un invento de los chinos”, el presidente que cortó el financiamiento que su país hacía a la Organización Mundial de la Salud en mitad de la crisis sanitaria— ¿por qué cambiaría el sentido de sus actos solo por la pandemia? ¿Qué se necesitaría para que uno de los países mayormente responsables del calentamiento global, como lo es Estados Unidos, decidiera cambiar radicalmente sus políticas?

Este golpe de timón necesitaría una sociedad que lo demandara. Es verdad que la mitad de ella ya lo hace, pero la otra mitad parece demasiado inmersa en un mundo paralelo donde los problemas prioritarios a veces parecen una mala broma. Me cuesta creer que un mundo que elige a líderes como Trump o Bolsonaro logre tener la capacidad reflexiva en esta pandemia para exigir un cambio. Ya había grandes problemas antes del COVID-19, ya había devastación en niveles terribles, y aun así esos líderes fueron elegidos. ¿Por qué sería este el parteaguas? Es pregunta seria. Me gustaría que alguien me la respondiera para compartir la esperanza, que buena falta hace en estos días.

El modo de actuar de la especie ha sido devastador en los últimos años. Estamos cambiando el planeta de una forma profunda y dolorosa. Ver a los animales volver a sus territorios nos muestra que esos cambios tal vez no sean irreversibles, que todavía puede haber marcha atrás. Y es entonces cuando comparto el optimismo. ¡Claro que puede haber marcha atrás, claro que aún hay solución! Todavía podemos evitar que nuestra historia en el planeta derive en una catástrofe. Pero todo depende de cómo enfrentemos la crisis.

Como ha dicho el historiador Yuval Noah Harari, esta pandemia puede producir dos cosas: un clima de mayor cooperación entre los países o un nacionalismo aún más férreo del que hemos visto hasta ahora. Lamentablemente, el panorama mundial se antoja difícil para la primera opción. ¿Cómo un Trump que daña tanto a la OMS en un momento crítico terminaría por virar hacia la cooperación?

De momento, la utopía es construir un mejor mundo después de la pandemia. No será tarea fácil y requiere de toda nuestra reflexión. Sí, queremos que la Tierra sea mejor, que nuestra especie luche contra sus errores. ¿Pero cómo? ¿Cómo vamos a poner en marcha este enorme plan? Es verdad que necesitamos acciones pequeñas y locales, pero a estas alturas eso ya no es suficiente. Se requieren grandes medidas de escala global. “La utopía está en el horizonte”, ha dicho Galeano. “La utopía sirve para caminar”. Hagámoslo, pues, pero con paso firme y decidido. Si no queremos que la realidad nos la derribe a la primera de cambios, construyámosla más sólida que nunca.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

Leo con mi agudo hijo Santiago un fabuloso libro para estos días de migraciones y peste que le ayudan a él a ver el mundo desde una larga mirada, y a mí, a refrescar mis ideas con sus comentarios. La historia ha sido escrita por migrantes. Albert Einstein, Marie Curie, Nikola Tesla, las grandes figuras de la humanidad han tenido que abandonar su lugar de origen por innumerables problemáticas: guerras, hambre, persecuciones, mejores oportunidades.

Quienes han tenido que irse lo han hecho para buscar un mejor futuro, para proteger a sus familias, para aportarle al mundo lo mejor de sí, en condiciones favorables. En el libro Vidas sin fronteras, las autoras Annuska Angulo y Yaiza Santos buscan recordarles esto a los niños, quienes crecen en un entorno mediático que suele atacar a los migrantes. Las múltiples causas de la migración, los derechos de las personas en tránsito, el valor de la diversidad…, todas son cosas que no podemos olvidar en tiempos de crisis.

Narciso el obsceno

Un tipo de narcisismo ha vuelto a renacer en estos días fundamentado en el deseo del fracaso del otro y el fecundo triunfo de un yo a manera de vendetta, algo que bien podríamos llamar “inconsciencia afectiva social”.

 

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