lunes 29 abril, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

Tocar un instrumento musical y sus efectos en el cerebro

 

Por Octavio Gómez Jiménez

@chac_mall

Mientras se exacerba el debate respecto a la conveniencia de imponer o no medidas de aislamiento social en el combate a la pandemia, en la mayoría de los hogares ya se lidia con esa realidad parcialmente, pues a raíz de la suspensión oficial de las actividades escolares, las familias deben enfrentar las complicaciones que representa la presencia de los niños y adolescentes en casa durante todo el día. Al margen de las tareas o las clases en línea, los padres deben aún resolver qué hacer con el exceso de tiempo libre de sus hijos. Si está usted en esta situación, podría considerarla una oportunidad para inculcarles hábitos útiles, tanto para el niño como para la convivencia familiar, y uno de los ellos podría ser la práctica musical.

En pruebas realizadas con resonancia magnética y tomografía por emisión de positrones, se ha observado una actividad cerebral sin paralelo en quienes practican la música de manera activa. Cuando se observa a sujetos que la escuchan pasivamente, las zonas del cerebro consumiendo oxígeno, es decir las que presentan actividad, están muy delimitadas, mientras en los cerebros de ejecutantes de algún instrumento, lo que se aprecia son “fuegos artificiales”. Esta práctica activa todo el cerebro a la vez, en especial las cortezas visual, auditiva y sobre todo motriz, ya que requiere de motricidad fina, la cual es controlada desde ambos hemisferios cerebrales, lo que explicaría un mayor desarrollo en volumen y funcionalidad del cuerpo calloso, que es el puente entre ambos hemisferios, combinando más eficazmente la precisión lingüística y matemática, más desarrolladas en el hemisferio izquierdo, con el contenido nuevo y creativo predominante en el derecho.

Este desarrollo integral de funciones cerebrales no es apreciable en otras actividades, ni artísticas ni de ningún otro tipo. Los cerebros de los músicos parecen presentar una mayor conectividad que les permite resolver más eficaz y creativamente problemas en contextos académicos y sociales, viéndose que los beneficios son mayores mientras más temprano se inicia el aprendizaje.

Pero quizá para aprender a tocar un instrumento no sería necesaria la justificación neurocientífica, y debiera bastar el mero disfrute de usar un objeto inanimado para crear  patrones sonoros que, por razones aún desconocidas, tienen el poder de despertar en nosotros un mundo interior de armonía y belleza.

 

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