lunes 06 mayo, 2024
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COLUMNAS HANNIA NOVELL

«EL RING DE LOS DEBATES» Dejemos de hacerlo

 

Sofía es educadora de preescolar en un colegio privado. De ocho de la mañana a tres de la tarde lleva de la mano a una decena de niños y los enseña a colorear sus primeros dibujos, controlar los esfínteres y a ejercitarse de una forma divertida. Sólo tiene 22 años, odia la sopa de lentejas y es amante de la música tecno.

Diana es una costurera de 41 años. Vive muy cerca del Mercado de la Merced. Ni siquiera había llegado a la adolescencia cuando debió abandonar la escuela primaria para ayudar con los gastos familiares. Su madre le enseñó el oficio artesanal de la costura y le consiguió su primer empleo en la fábrica. Tiene un gato gordo y dormilón, lo llama Noel. Vive sola en un cuarto de alquiler desde que murió su hermano menor en un accidente de tránsito.

Sofía y Diana tienen vidas completamente diferentes. Sólo están unidas por un hilo invisible: el de la violencia de género. Todos los días, en el transporte público, parques, plazas comerciales, el trabajo y en los bares que frecuentan con sus grupos de amigos se repite la misma historia.

Miradas lascivas, frases con contenido sexual, tocamientos y “arrimones” que el mundo masculino no reconoce como agresión. Para ellos sólo son conductas normales, inofensivas. Para ellas, en cambio, representan un ataque a su intimidad y un atentado contra su integridad que les provoca dolor, angustia, frustración y enojo.

Igual que 19 millones de mujeres que residen en México, Sofía y Diana experimentan a diario algún tipo de violencia sexual en los espacios públicos. Cifras recientes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) señalan que siete de cada 10 agresiones contra las mujeres ocurridas en la calle son de tipo sexual: piropos ofensivos, acecho, abuso sexual y violaciones.

El fenómeno de la violencia de género es cada vez más visible. Sin embargo, no parece existir una sanción social que inhiba a los hombres a continuar con las agresiones. Incluso, se ha demostrado que son las mujeres en su calidad de madres de familia, quienes han tejido con sus propias manos el hilo de la violencia.

Cuando en la crianza insisten en repetir los roles de género, las niñas son guiadas para atender las necesidades de los varones del hogar, mientras ellos sólo se dejan consentir y aprenden a exigir una serie de privilegios que son suyos sólo porque son los hombres de la casa.

Luego vienen las agresiones. A las mujeres las reprenden por usar faldas cortas y mostrar escotes prolongados, como si eso las convirtiera en culpables. A los hombres les festejan cada conquista amorosa, no hay quien les “regañe” por tener varias novias al mismo tiempo ni les reconvienen por lanzar miradas lascivas a la vecina del departamento contiguo.

Conscientes de esta realidad, ONU Mujeres ha intentado tomar un nuevo camino de concientización. Una campaña que no exhibe a las víctimas, sino que muestra a un grupo de hombres hablándole a otros hombres, reconociendo los actos de violencia que han cometido contra las mujeres.

La idea es que los hombres de todas las edades se reconozcan en alguno de los testimonios: “Cuando iba a bajar del camión, le di un arrimón”, “me aproveché de que estaba borracha y le metí mano”.

Aunque el propósito principal es conseguir que ellos, los compañeros de la escuela, los jóvenes ejecutivos, los chavos banda, los compañeros de oficina y los abuelos miren desde otra perspectiva, su forma de convivencia con las mujeres y decir finalmente: “Dejemos de hacerlo”, lema de la campaña.

Dejemos ir al macho que todos llevamos dentro. No lo necesitamos.

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