viernes 03 mayo, 2024
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«EL RELATO» Como siempre

 

—¿Va a querer otro café?—preguntó con fastidio la mesera. Era el quinto que le servía y, al parecer, esa muchacha no iba a pedir otra cosa. Presionó para ver si podía aumentar la propina—¿Un pastelito, un licor para acompañar?

—No, gracias—sonrió Ofelia, sin inmutarse y continuó viendo hacia la ventana y luego hacia la puerta. Una hora de retraso. Era su día libre, así que prisa no tenía. Además, Omar, vía mensaje telefónico, se disculpó por la tardanza. Ella, amigable, escribió que no había problema, “aquí espero”.

Intentó leer, sacó su libro de la bolsa sin poder concentrarse. Apenas pudo creer cuando la invitó a tomar un café. 

—Bueno, si no quieres, no importa, yo nada más…—dijo él cuando la vio palidecer.

—No, no, no… —respiró ella—lo que pasa es que estoy pensando a dónde podemos ir—mintió para no echarlo todo a perder.

—Ah, luego nos ponemos de acuerdo—sonrió él, divertido y agregó que ya la llamaría para fijar el lugar y el día.

Esa maldita palabra: “luego”. ¿Por qué no de una vez? ¿Por qué alargar la inquietud? En fin, no dijo nada. No quiso que la viera desesperada. Omar era muy arrogante. Actitud que quizá era necesaria para lidiar con los líderes sindicales, los diputados, funcionarios y empresarios. Era un reportero mordaz, acertado y, también amable. Ella, una tímida redactora aficionada a la lectura, lo veía de lejos, sentada en el rincón de la sala de prensa. Una vez la felicitó porque, desde que ella llegó al puesto, los boletines y las síntesis “ya se pueden leer, son coherentes”. Casi se desmayó. Agradeció el comentario y prefirió huir con el pretexto de servirse otro café.

¿En qué momento se le ocurrió invitarla a salir? Había tantas reporteras, legisladoras, organizadoras y edecanes con las que discutía, coqueteaba, se reía a carcajadas. Ofelia no salió de su asombro. No durmió, casi no comió, hasta que llegó el día.

Ahí estaba, esperándolo.

Justificó el retraso. El día anterior no le fue nada bien. Discutió con el diputado Morales, le desmintieron una nota y hubo sesión extraordinaria hasta casi medianoche. La sorpresa fue que reiteró la invitación. 

—Entonces, mañana a las cinco, Ofe, no se te olvide—le recordó cuando la vio bolsa en mano rumbo a la salida.

—No, no te preocupes, ahí estaré—respondió con nerviosismo y agregó, como quien pone a prueba una fórmula destinada al fracaso—pero si no puedes, dime sin problema. 

—No—respondió conmovido, ninguna de sus conquistas se tomaba la molestia de ver cómo se sentía—ahí nos vemos.

Ofelia tardó tres horas en elegir su vestimenta. Sacó casi toda su ropa del clóset hasta que llegó a lo mismo: pantalones de mezclilla y una blusa holgada por si la panza se le inflamaba de los nervios. “Mejor que vea que es como siempre, no quiero asustarlo”.

En el peinado, otra hora. Se alació el cabello, se lo volvió a lavar, se puso tubos; se los deshizo; terminó por hacerse un chongo, como siempre.

Se le hizo tarde con tanta prueba. “¡Las cuatro!”. Comió una quesadilla y salió aprisa. Tomó un taxi para no estar angustiada y llegó a las cuatro con treinta minutos. No quiso entrar de inmediato. Dio tres vueltas a la manzana para hacer tiempo y llegó de nuevo a la puerta del café diez minutos más tarde. Cansada, decidió entrar. Pidió su primer café.

La mesera no volvió a pasar desde la quinta taza. Miró el reloj: seis y media. Era normal, con el tráfico de la ciudad, uno decía una hora y había que hacerse a la idea de dos horas después. “Sí, a las siete estará llegando”.

Se relajó y tuvo que pararse para ordenar un capuchino. La mesera la miró con desdén, tomó nota y se lo llevó quince minutos después. Ofelia ni se enteró porque afuera empezó a llover y se quedó mirando por el ventanal. 

La gente en la calle empezó a correr, a refugiarse en los techos de las tiendas y en recibidores de los edificios. Los autos desaceleraron la marcha.

“Ofe, discúlpame, con la lluvia, el tráfico está más pesado. ¿Sigues ahí? Si tienes que irte, no te preocupes, lo entiendo”.

“No, aquí te espero”.

“Es que no sé cuánto tiempo me tarde”.

“No tengo prisa”.

Se avergonzó. Sus respuestas eran casi un ruego. Recordó a su madre, tías, primas y amigas regañándola por no darse su lugar. ¿Cuál era ese lugar?

—Señorita, se acabó mi turno, le paso la cuenta y la dejo con mi compañera—interrumpió su silencio la mesera.

Ofelia pagó y le dio una propina generosa. La mesera relajó el gesto.

—Muchas gracias—estuvo a punto de irse, pero se detuvo—y perdone que me meta, pero yo creo que su cita no va a llegar—por primera vez le sonrió y se fue.

Eso ya lo sabía. Casi lo supo desde que aceptó. Suspiró pensando cuántas veces se quedó mirando por esa y otras ventanas, intentando entender cuál era ese lugar que todos decían que era el suyo. 

La lluvia arreció. 

“¿Sigues ahí?”, el mensaje la sacó de sus pensamientos. Miró el reloj. Las ocho de la noche. “Lo siento, no voy a poder llegar, estoy muy ocupado. Espero que comprendas”. Era un mensaje de voz con fondo de tríos entonando un bolero, choque de vasos y gente brindando.

—¿Va a pedir otra cosa?—preguntó con timidez la nueva mesera—es que fíjese que hay mucha gente esperando y pues…

—Sí, entiendo—respondió Ofelia, no tanto a la mesera, sino a Omar—no se preocupe. 

Miró hacia la entrada. La fila de espera era grande. Todos querían su lugar y ella, como siempre, lo cedería. Tomó su bolsa y caminó sola, sin prisa, abarcando todo el espacio bajo el aguacero.

 

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