jueves 25 abril, 2024
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Gerardo Villegas COLUMNAS

«EN TACTO CON GAIA. BREVARIO DE MUJERES ARTISTAS» Michèle Albán, la musa discreta

 

“¡Mientras hay vida ¡viva la vida y felicidad!”

M.A.

Durante la segunda parte del siglo veinte, una vez finalizadas la revolución y la guerra cristera, México encontró en el modelo económico denominado, el milagro mexicano, una posibilidad de encontrar estabilidad para lograr un crecimiento sostenido. 

Este desarrollo estabilizador, implantado en 1940, fue la herramienta fundamental para buscar la consolidación de un país moderno e industrializado que pudiera competir con las potencias económicas de su tiempo.

El periodo en el que se manejó este modelo en la economía nacional abarcó los mandatos de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, de tal suerte que de 1956 a 1976, la economía mexicana dio un dramático golpe de timón creciendo hacia adentro, vía la sustitución de importaciones, por lo que el país debía producir lo que consumía

Asimismo, el fortalecimiento de la clase media, la creación y consolidación de instituciones educativas y de salud, así como el impulso a la cultura como parte de la política de Estado, fueron ejes fundamentales del ideario de un México que pretendía ascender un escalón en el concierto mundial de las naciones que aún se recuperaban de la segunda guerra mundial y padecían la Guerra fría. Es en este contexto que, todas las disciplinas artísticas y la literatura de este periodo se vieron fortalecidas por grandes subsidios estatales cuyo objetivo era pretender esculpir una nueva identidad mexicana basada en la exaltación de su historia prehispánica, orgullosamente revolucionaria y de alcances universales.

Y es durante el mandato de López Mateos (1958-1964) que, como precisa la historiadora del arte Giuliana Zolla, “los proyectos culturales del sexenio estaban dirigidos a las masas. Estaban destinados a lograr que todos los mexicanos tuvieran las mismas oportunidades, las mismas opciones. E indudablemente se alcanzaron grandes metas en estos campos. Basta mencionar el libro de texto gratuito, que encabezaba la lista de prioridades. Pero también el Museo Nacional de Antropología, o el de Arte Moderno. O la construcción de teatros y casas de cultura en todas las entidades posibles. En ese momento de la historia de México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Bellas Artes eran considerados cartas de presentación del país ante el mundo. Con estas dos instituciones al frente, se le dio apoyo a las artes visuales, a los pintores que representaban la identidad de la patria. Pero también a las artes escénicas; la danza, la música, el teatro, el cine y también la charrería. Todas ellas expresiones brillantes de la cultura posrevolucionaria” (https://bit.ly/2PxP3XM)

Es en esa época de efervescencia nacionalista y auge económico, se publicaron El luto humano (1943) de José Revueltas y de Al filo del Agua (1947) de Agustín Yañez, libros que, de acuerdo a la escritora Margo Glantz en su texto Onda y Literatura. Jóvenes de 20 a 33, inauguran “la época contemporánea de nuestra narrativa, y El laberinto de la soledad (1950), de Octavio Paz, que establece un nuevo concepto del ensayo y del mexicano, se puede empezar a hacer el recuento de los autores que pueblan la nueva literatura mexicana y al llegar a la década que va del año de 1960 a 1970 parecerá que hemos caído en la sección del Génesis donde los creadores de la Biblia se dedican a enumerar monótonamente las generaciones de Adán sobre la tierra: los descendientes empiezan a multiplicarse como la arena infinita.

En efecto, en la década que va de 1950 a 1960 aparecen Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo Confabulario (1952), de Juan José Arreola, y La región más transparente  (1958), de Carlos Fuentes, y muchas otras obras de autores como Rosario Castellanos, Edmundo Valadés, Sergio Galindo, Guadalupe Dueñas, Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Elena Garro, Sergio Fernández, Amparo Dávila, Jorge Ibargüengoitia, Luis Spota, Sergio Pitol, Augusto Monterroso, Carlos Solórzano, Ricardo Garibay, para no citar más que a los más destacados. En la década que terminamos es decir, en la que va de 1960 a 1970, los hijos y los padres ya viven sin reconocerse, la multiplicación se ejerce y nuestra literatura edifica la última terraza de la Torre de Babel. 

En esta década se entreveran, se complican y se confunden varios autores. En la primera parte de la década están Vicente Leñero que con Los albañiles obtiene el premio Seix Barral en 1963, Tomás Mojarro con Bramadero (1963), Juan García Ponce con Figura de paja (1963), José Emilio Pacheco con El viento distante (1963), Juan Vicente Melo, Eraclio Zepeda, José de la Colina, Elena Poniatowska, Julieta Campos, Miguel Barbachano Ponce, Fernando del Paso, Alberto Dallal, Carlos Valdés, etcétera. En la segunda, que no tan arbitrariamente va de 1965 a últimas fechas, aparecen dos libros clave para esta recopilación: Farabeuf, de Salvador Elizondo, y Gazapo, de Gustavo Sáinz” (https://bit.ly/2N6jymi)

Pero este idílico recuento de una nación que aspiraba a una grandeza victoriosa y alada, emergida de sus sempiternas derrotas históricas, no contaba aún (y no cuenta) con la mirada colocada en una equidad de género en el amplio panteón de héroes literarios y sus respectivos apoyos estatales, cuya mayoría de huéspedes distinguidos fueron hombres. De acuerdo al breve, pero preciso catálogo o nómina enumerada por Glantz, México solo tenía a escasas siete exponentes femeninas frente a la tradicional hegemonía masculina a cargo del poder y de los destinos de las políticas literarias. Es probable que en ese universo infinito del sombrío etcétera, citado por Margo, muchas autoras, traductoras o editoras pudieron subsistir de manera inmaterial o fantasmagórica, tal el caso de Michèle Albán, personaje misterioso y casi desconocido pero fascinante para algunos públicos literarios.

Albán nació en Suiza el 3 de agosto de 1929, de padres franceses resididos en España, llegó junto a su familia a México en 1942 huyendo de la guerra, estudió en el Instituto Luis Vives y posteriormente ingresó a la Facultad de Filosofía de la UNAM, también ejerció como profesora de francés en el Instituto Francés de América Latina y más tarde de Latín en Guanajuato.

Con apenas 18 años contrajo nupcias con el poeta y también refugiado español, Tomás Segovia, de ese matrimonio la pareja procreó al escritor Rafael Segovia. Tras su separación del autor valenciano y notable traductor de Gerard de Nerval, Michèle contrajo matrimonio una vez más con el entonces pintor, poeta, cineasta experimental y aspirante a escritor, Salvador Elizondo Alcalde, con quien estuvo casada de 1958 a 1965, de esa unión nacieron dos hijas, la clavecinista, actriz y escritora y Mariana y la fotógrafa, Pía.

Colaboró en la revista Nuevo Cine, cuyo mentor del grupo fue nada menos que Luis Buñuel y en cuya nómina estaban el propio Elizondo, Emilio García Riera, José de la Colina, Carlos Monsivaís y Julio Pliego, entre otros. Michèle también contribuyó en la célebre revista fundada por Elizondo, S.NOB, donde sus principales colaboradores estaban Jorge Ibargüengoitia, Juan Vicente Melo, José de la Colina, Juan García Ponce, Leonora Carrington, Alexandro Jodorowski, Tomás Segovia y García Riera.

Es en este periodo, que el Chato Elizondo se embarcó en la aventura fílmica Apocalypse 1900, un cortometraje de tinte vanguardista de 22 minutos producido por Albán, esta obra contó con el apoyo de grandes personalidades del mundo cinematográfico de entonces, entre ellos, el cineasta surrealista, Luis Buñuel, Fernando Belina, célebre productor y el autor experimental Giovani Karporaal, incluso la propia Michèle colaboró en el catálogo de voces que dan vida a esta aventura plástica del fin del mundo al estilo de la Belle Epoque. (https://bit.ly/2N6cXYI)

También en ese año, 1965, Elizondo publicó gracias a la osadía y visión de Gustavo Sainz, la novela que ganaría el premio Villaurrutia de ese año y se convertiría a la postre en el buque insignia de la obra Elizondiana, Farabeuf o la crónica de un instante, esta devendría, en palabras de Margo Glanz, en la gran novela de los años sesenta (https://bit.ly/2BZ7QDt) además cabe destacar que este gran libro está dedicado a Michèle.Posteriormente, Albán se divorciaría del joven Elizondo, tras una aciaga y mítica separación, y estableció una relación de casi diez años con el crítico de arte y escritor Juan García Ponce, a veces amigo y enemigo del Chato, sobre este periodo escribió la fotógrafa Paulina Lavista, quien fuera esposa de Elizondo hasta el final de sus días: “de Michèle, valiente como era, ayudó (a García Ponce) a continuar escribiendo. Trabajaba con él, le tomaba dictado en las mañanas para escribir sus libros. Lo acompañaba a todo, a las conferencias, al médico, etcétera. Cuando ya Juan estaba muy enfermo, Michèle se separó de él” (https://bit.ly/2NnoC4k)

Durante esos años, García Ponce continuó su búsqueda de autores afines a su pensamiento y estilo, autores como Robert Musil y Pierre Klossowski, fueron parte fundamental de su trabajo, por lo que no resultó sorpresivo que Albán tradujera al español algunos textos del autor francés-polaco, La Revocación del Edicto de Nantes, Roberte Esta Noche y La Vocación Suspendida, títulos inalcanzables para el público mexicano de los años setenta, tanto por su complejidad idiomática como por el proteccionismo económico que asolaba al país que poco a poco desmoronaba sus aspiraciones de llegar a un buen puerto tras las masacres de Tlatelolco en 1968, el jueves de Corpus de 1971 y las sucesivas crisis económicas, de este tiempo quedó constancia en la dedicatoria a Michèle en el libro Unión (1974)

En un texto denominado Retrato de Autor, García Ponce evocó sus años de pareja y colaboración con Albán, “después de una vida bastante desordenada y de terminar La presencia lejana, yo ya estaba con Michèle. Con ella escribí mi largo libro El reino milenario sobre Robert Musil, al que considero el mejor escritor del siglo XX, el cuento El gato, La cabaña, una autobiografía precoz encargada por un editor (sin muchos elementos biográficos y que más bien era un ensayo sobre lo que para mí era la tarea del escritor), Desconsideraciones y Cinco ensayos, y reuní mis ensayos sobre pintura en La aparición de lo invisible y mis ensayos sobre literatura en Entrada en materia. ( https://bit.ly/2NsLorD)

Posteriormente Albán se refugiaría en Tepoztlán junto a su compañera de viaje desde 1942, María del Pilar Alonso, con quien fundaría el que fuera por muchos años un restaurante emblemático de la zona, Las Marionas, pero muchos de los detalles de la vida de Michèle permanecen en el misterio, no obstante su importancia en la literatura mexicana es indiscutible, testimonio de ello es la mítica fotografía de Rogelio Cuellar que marcaría la fundación de la revista Plural, fundada y dirigida por el Premio Nobel mexicano, Octavio Paz. 

En esa placa, registrada en 1975 en la Colonia Cuauhtémoc, aparecen de pie, de izquierda a derecha: Tomás Segovia, Gabriel Zaid, Marie-José Paz, Alejandro Rossi, José de la Colina y Salvador Elizondo. Sentados: Octavio Paz, Juan García Ponce, Michèle Albán y Kazuya Sakai. No resulta sorpresiva la presencia de Michèle durante la fundación del consejo de redacción de Plural, pero si reivindica las dotes intelectuales de una mujer adelantada a su tiempo, quien además de ser un personaje cercano a las letras mexicanas y sus realizadores, se abrió camino hacía su propio destino de manera discreta.

Albán falleció el 11 de diciembre de 2017 a la edad de 88 años en brazos de su hija Mariana, madre del cineasta Jonás Cuarón (hijo de Alfonso Cuarón), quien plasmó a Michèle en algunas escenas montadas en base a fotografía fija en su ópera prima Año Uña (2007), en el filme, que evoca el estilo de Apoclypse 1900, aparecen el actor Digo Cataño, también nieto de Albán, Pía Elizondo y el propio Elizondo, entre otros personajes del universo familiar de Jonás Cuarón, quien a la postre compartiría el Oscar de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood, con su padre Alfonso por la película Gravity (2013).

Más allá de los presupuestos estatales, la vida de Albán nos recuerda que es posible otra vida más allá de la búsqueda insaciable de estímulos y poder en la República de las Letras Mexicanas, y que la discreción en la elaboración de un trabajo literario profundo va más allá de la farándula cultural de cualquier época y ahora en cualquier plataforma informática cuya única certeza es la inmediatez y la esterilidad.

Para un mayor disfrute del misterio de Albán, recomiendo el texto publicado por José Quezada para la UAM “A Michèle, de Casablanca a Tepoztlán”, documento histórico de extraordinaria manufactura.

 

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