sábado 18 mayo, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Posdata a los diálogos con un disidente de las redes sociales

 

Después de un diálogo siempre queda una acotación o muchas frases que no dijimos, que se desvanecieron, se atoraron. Aquí una posdata a mi diálogo de con un disidente de las redes sociales: Nicholas Carr.

El modo en el que la información llega a nuestras manos ha cambiado radicalmente en sólo unas cuantas décadas. Lo que antes implicaba horas de búsqueda en fuentes físicamente distantes entre sí se ha convertido en un proceso de menos de un segundo. Google ha cambiado nuestras vidas y quizá también nuestros cerebros. Las tecnologías generadas por los gigantes de Silicon Valley han modificado nuestros modos de pensar en formas que todavía no acabamos de entender. Para el escritor Nicholas Carr, lo que sucede es que el internet nos está “reprogramando”. Es un proceso normal, si se compara con otros momentos de la historia. Las tecnologías nuevas siempre terminan por modificar nuestros comportamientos. Eso no significa, sin embargo, que no podamos cuestionar qué tan beneficiosos son o no estos cambios. 

Todos compartimos la misma sensación, la certeza de que estamos más informados que nunca. Conocemos las noticias internacionales al minuto, sabemos datos curiosos que antes sólo habría conocido un erudito (gracias a Wikipedia) y tenemos acceso a una bastedad de arte y conocimiento que hace un siglo no hubiéramos podido ni imaginar reunida en un solo lugar. ¿Nos hace eso más inteligentes? ¿Somos más críticos de la información de lo que fueron nuestros antepasados? Carr, en su artículo ¿Nos vuelve Google estúpidos?, publicado hace algún tiempo en The Atlantic (que me perdonen los profetas de la inmediatez por hablar de un texto publicado hace más de veinticuatro horas), piensa que no, que antes al leer nos sumergíamos a profundidad en una obra y ahora tocamos apenas su superficie, sin lograr concentrarnos verdaderamente en ella.

¿Cómo podrán las generaciones educadas para formarse una opinión política sólo leyendo titulares de periódico, leer en el futuro Guerra y paz? Quizá simplemente no lo hagan. Hoy mismo, miles de personas se piensan informadas con sólo haber leído tuits, sin remitirse ni siquiera a las fuentes de información y sin analizarlas o criticarlas ni de casualidad. ¿Es este modo de lectura el fin del pensamiento crítico? Quizá no haya que azotarse tanto, pero la predicción no suena tan descabellada. 

Carr asegura que en la actualidad leemos mucho más de lo que se leía en las décadas de los 60 y los 70. Sin embargo, esto no significa que estemos leyendo mejor que antes. Nuestras lecturas hoy están compuestas principalmente por tuits, mensajes de texto, titulares de noticias y otros textos similares. Este modo de lectura trae también consigo un nuevo modo de pensamiento, al que resulta difícil la concentración para leer obras de largo aliento o que requieran del ejercicio comprometido de nuestra capacidad reflexiva. Y no hay que ir tan lejos: si no podemos leer completa una noticia antes de formarnos una opinión, ¿cómo vamos a leer en el futuro a los pensadores más profundos del pasado?

“No somos sólo aquello que leemos. Somos también cómo leemos”, cita Carr a Maryane Wolf. La psicóloga de la Universidad de Tufts ha señalado que, cuando leemos en internet, privilegiamos la eficiencia y la inmediatez, sacrificando la profundidad de la lectura. Es curioso que nuestra profundidad de pensamiento se esté viendo mermada justo en la época que tan pomposamente llamamos “la era de la información”.

En otro artículo de Carr, publicado en su famoso blog Rough Type, el escritor habla de la ilusión del conocimiento que nos da la disponibilidad de la información. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Yale, “la búsqueda en internet induce a las personas a creer que saben más de lo que saben”. El estudio utilizó dos grupos: uno que pasó largo rato en línea y otro que estuvo desconectado. Después los dos evaluaron qué tanto sabían de diversos temas. El grupo on line tendía a creer que sus conocimientos eran mucho más amplios, quizá por el confort que representa tener todas las respuestas a la mano con sólo un clic. Lo cierto es que ese conocimiento no es nuestro: está en nuestras computadoras, pero eso no significa que lo estemos absorbiendo. Tenemos la habilidad de dar el clic y hasta ahí. ¿Qué pasa cuando no tenemos cerca una pantalla?

“La ignorancia es la felicidad, sobre todo cuando se confunde con el conocimiento”, dice el autor. Quizá esté sucediendo lo mismo que nos pasa con las redes sociales y la democracia. Poco ha cambiado el impacto que tenemos en el sistema político. Sin embargo, hay quienes aseguran que las redes sociales son la nueva herramienta de la revolución. Sí, aun hoy, después de Trump, después de Cambridge Analytica, hay quienes creen que en Twitter se engendrará la democracia del futuro. 

Es cierto: todas las tecnologías han cambiado nuestros modos de pensar. Sin embargo, no se trata sólo de aceptarlas sin ningún tipo de crítica. Somos sus dueños; existen para nuestro beneficio. Podemos, en teoría, elegir cómo usarlas y cómo actuar si estamos descubriendo en ellas efectos perjudiciales. No se trata sólo de agachar la cabeza y dejar que alguien más programe nuestro cerebro. No se trata tampoco de satanizar las tecnologías, sino de entender su funcionamiento, sus consecuencias, y de aprender a usarlas de modo consciente y responsable.

Manchamanteles

El historiador Antonio Rubial, además de ser un académico erudito, es uno de los pocos de historiadores de su generación que se ha detenido a pensar en su disciplina de una manera vital. Aquí lo recuperamos hablando sobre la memoria, compañera de la cotidianeidad:  “De hecho, nuestra memoria ordena los recuerdos de manera extraña y aleatoria. Cuando algo dispara el dispositivo que los guarda, aparecen en la conciencia, pero su expresión ya no es la misma que se dio cuando sucedieron. Esos recuerdos han pasado por un proceso de elaboración, y más aún, aquellos que hemos verbalizado y manoseado. Cada vez que los traemos a la pantalla de nuestra conciencia se les van agregando emociones y elementos nuevos, de tal forma que los recuerdos que han sido más evocados, aquellos que nos son más caros e importantes, son paradójicamente los que menos tienen que ver con la vivencia primigenia” (Antonio Rubial en “Unas beatas judías…”, reseña al libro de Silvia Hamui Sutton, El sentido oculto de las palabras en los testimonios inquisitoriales de las Rivera: judaizantes de la Nueva España, México, UNAM, 2010, publicada en la revista Historias, número 79, mayo-agosto de 2011, p. 124).

Narciso el Obsceno 

¿Narcisismo y autoestima? La gran línea que divide la autoestima y el narcisismo es el giro que éste adquiere en lo personal o en lo social. Así, la llevada y traída autoestima rompe con el narcisismo que simboliza una actitud asentada en los logros y bienes que resguardamos, mientras que el narcisismo se fundamenta en el terror al fracaso, la inseguridad en uno mismo y el trastorno profundo de la penuria. El narcicismo, entendido así, produce la mayoría de las veces la sensación de esa “impotencia” que produce la falta que siempre trastoca el capitalismo.

 

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