sábado 18 mayo, 2024
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Irse al vacío, para sanar

 

Las enfermedades emocionales amenazan con evolucionar durante este siglo, hasta convertirse en una pandemia. Padecimientos como la depresión, la ansiedad, la neurosis, las adicciones, crecen año con año de manera exponencial.

Quizá sea resultado, en parte, de las nuevas tecnologías. Las redes sociales, por ejemplo, aíslan al Ser Humano al hacerle creer que todo mundo -menos él- vive una vida perfecta. También es la primera vez en la Historia, que la raza humana se enfrenta laboralmente a algo diferente e infinitamente más eficiente: las máquinas.

En este estrés generalizado que enfrentamos influye asimismo la globalización de las noticias, que nos mantiene al tanto, segundo a segundo, de cómo el Planeta se encamina hacia su extinción. El inconsciente colectivo escucha un día sí y otro también, del derretimiento de los polos, de la invasión histórica de sargazo, de inundaciones nunca vistas, de la extinción anual de miles de hectáreas de selvas. ¿Quién no se va a angustiar ante semejante contexto? A esto hay que agregar las crisis humanitarias, sanitarias, de refugiados, zonas de conflicto y actos de terrorismo, por todos lados.

Las calamidades y acechanzas de la modernidad nos obligan a hacer un alto y ver por nuestra propia salud mental. En ese sentido, El Buda decía que llegar al Nirvana es sinónimo del desapego total, es decir, el lugar donde uno se encuentra libre de todo sufrimiento y de todo pensamiento torpe. Llegar a ese clímax significa dejar atrás el enojo, la vergüenza, el resentimiento, la envidia, el odio y la desilusión. 

El mecanismo mediante el cual logras semejante propósito es la meditación, un proceso con el que suspendes los pensamientos y permites que la mente descanse, lo que a su vez deja que tu espíritu aflore. En otras palabras, meditar hace que tu parte racional ceda el control de tu vida a la parte espiritual, aunque sea por unos minutos. En el largo plazo, al practicar meditación regularmente, tu vida comienza a ser más congruente y pacífica.

En ese espacio que se crea al meditar no hay nada, sólo vacío. Cuando obligas al cerebro a que cese por un momento su bombardeo de ideas, estás entrando al terreno de la nada. Paradójicamente ese hueco que tú mismo creas, lo ocupa tu alma, que desafortunadamente en el día a día se encuentra agazapada, entre tantos enjambres de pensamientos que te dominan.

Quedar expuesto a ese tipo de vacío no es malo, al contrario, constituye una buena noticia porque es el equivalente a obtener un lienzo blanco, en el que puedes reconstruirte desde cero, pintando una nueva historia de ti mismo.

Afortunadamente las nuevas generaciones tienen más desapegos y menos dependencias emocionales. Eso les permite priorizar las cosas de manera diferente: hoy los jóvenes emprendedores, por ejemplo, no conciben hacer negocios sin incluir en ello algún beneficio social o causa altruista que apoyar.

Es así como vemos aflorar ONG’s, fundaciones y tribus de todo tipo, encaminadas a transformar el paradigma global. También se han puesto de moda otros esfuerzos de mayor calado, como los 20 objetivos de la ONU para el 2030, es decir, el proyecto “20-30”, con el que cada país se compromete a ciertas metas específicas, para que la Tierra sea un lugar menos hinóspito dentro de diez años.

Si -literalmente- meditas un poco, te darás cuenta de lo mucho que puedes aportar al mundo desde la trinchera que ocupes, ya sea dedicando algo de tu tiempo a visitar un asilo, donar cosas a un hospicio, apoyar alguna reforestación o simplemente absteniéndote de dañar, en el sentido que sea. Irse al vacío hace despertar tu conciencia y te ayuda a sanar así, de tu inconsciencia, que a veces afecta más que la maldad en sí misma.

Raúl Rodríguez Rodríguez
Analista y escritor
Twitter @rodriguezrraul
Ig raulrodrodmk

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