sábado 11 mayo, 2024
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RODRIGO LLANES COLUMNAS BLOGS

«PUEBLO DEL SOL» Y se acabaron las clases

 

Cercano al solsticio de verano, entre los antiguos mexicanos se celebraba Etzacualiztli, “el día de comer frijol con maíz.” Y durante veinte días se desarrollaban distintas ceremonias para consagrar el momento en que la lluvia se derramaba por la tierra para hacer crecer los frijoles.

El inicio de la temporada de aguas y de las fiestas de Etzacualiztli se parece a todas las celebraciones de clausura de ciclo en las escuelas primarias del país y hasta coincide en el calendario. Los antiguos nahuas salían con sus ropas limpias ya bañados y sus herramientas de labranza que lavaban en el río colgaban en casa ya purificadas. De la misma forma las niñas y niños se aprestan para ir con sus vestidos blancos a la escuela para el festival. En el recinto sagrado del aprendizaje se danzan los bailables pacientemente practicados y aprendidos semanas atrás. Puede haber tablas gimnásticas, declamaciones y el riguroso cambio de escolta. Y los bien portados, los de buenas calificaciones tendrán el honor y el deber de custodiar el lábaro patrio.

En estas ceremonias civiles y escolares se inculca el valor de la humildad mexicana, siempre mezcla de reconocimiento y obediencia. Pues del “mandar obedeciendo” se comprende cómo la obediencia es la actitud más preciada para el funcionamiento de nuestro cosmos. Entre nosotros no se exalta lo insólito o lo audaz, se valora la obediencia y el cumplimiento del deber.

Los golpes de suerte, la riqueza amasada a través del esfuerzo individual suele ser podada en las comunidades rurales. Al que tiene se le premia con más responsabilidades: el mayorazgo del barrio y el pago de las fiestas, los compadrazgos en bodas y bautizos, la cooperación para arreglar la capilla, son algunos de los ejemplos de la regulación de la riqueza comunitaria. Y una muestra de lo importante y útil de la humildad mexicana.

Regresando a la fiesta escolar debemos señalar que ésta es una celebración por el deber cumplido. Meses de estudio, asistencia, aprendizaje, disciplina y obediencia son reconocidos y aplaudidos por la comunidad de padres y maestros convocados en el plantel. Lo mismo que cuando se celebraba “la fiesta de comer frijol y maíz” los campesinos cerraban un ciclo de penurias, esfuerzo y penitencia y el dios de la lluvia los reconocía y premiaba con las nubes grandes que descargaban abundantes aguas sobre las milpas jóvenes y al paso de los días y veintenas solo quedaría la dicha de verlas crecer por la voluntad divina.

La humildad en nuestra tierra lleva implícita la devoción hacia poderes superiores y la profunda conciencia de haber cumplido el deber. Surge cuando no damos nada por sentado y esperamos la complacencia de lo divino.

Porque cuando esa satisfacción de los dioses se manifiesta, la vida transcurre con una bienaventuranza manifiesta en las pequeñas alegrías. Como los niños que salen de vacaciones y que por un tiempo serán libres y felices para deleitarse con la vida.

Y Tláloc el dios de la lluvia habla y nos dice: “todos aguardan mi llegada. Soy yo el que punzó la nube gorda y vanidosa cuando se posó sobre mi morada en la montaña. Cuando cubrió orgullosa mi cueva creyendo que no la vería. Creyó que se escondería la iguana de la lluvia, sin saber que a ciegas la pisaría y su lengua sería el rayo que anuncia mi temporada. Del pico de pato y caracol sale el viento que barre mi camino para que por mis pies se derramen gotas y más gotas de lluvia. Mis pies hacen lodo, encharcan, inundan.

“De mis ojos brotan chorros de agua. Mis bigotes son ríos que crecen cuando el sol está en el oriente.

“Escucho el rumor del arroyo, el agua se mueve sin detenerse. Ahí donde llego está la caña que crece. Sus raíces están sumergidas en el agua, es el tiempo mío de la lluvia. Se ensancha el río por la cañada y ahí está la caña que crece en medio del agua. La veo y meto un pie en el arroyo y se engorda el cauce. El otro lo sostengo en la tierra. Soy dios de agua y de tierra. Del agua que corre y de la milpa que crece. En una mano sostengo la mazorca de maíz escondida debajo de las hojas verdes y moradas. Asoma sus cabellos amarillos. En la otra tengo la olla del sustento, la de las tres asas colgada del otate. Soy yo el que da la lluvia y el alimento de los hombres. Es mi tiempo, soy yo el que llega, es el tiempo de las lluvias”.

 

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