jueves 09 mayo, 2024
Mujer es Más –

 

A mi amada abuela Fenia Gorn, el más exquisito glamour de mi familia.

Boris Berenzon Gorn

No cabe duda de que las redes sociales están entre las hijas predilectas del capitalismo. Es en ellas donde se han cristalizado muchos de los sueños guajiros del sistema. Gracias a ellas, la ciudadanía entrega voluntariamente sus datos personales y sus patrones de consumo. A través de sus plataformas los grandes empresarios pueden vender bienes literalmente inexistentes y distribuir sin costo publicidad que los usuarios buscan de forma voluntaria. Pero la principal similitud que el capitalismo guarda con sus hijas es la capacidad compartida de hacer creer al populacho que cualquiera puede llegar a ser famoso y rico, aunque no todos puedan serlo al mismo tiempo. Una de las grandes promotoras de esta idea ha sido la famosa familia del espectáculo conocida como Kardashian-Jenner. Las integrantes de este clan son conocidas por razones varias, pero las saco a cuento el día de hoy por dos razones: el dineral que ganan por promocionar productos y su papel en el establecimiento de un estándar de belleza al que toda la sociedad occidental debe aspirar.

Hace unos días, Kris Jenner, la lideresa de esta peculiar familia, aseguró que cada una de sus hijas cobraba una cantidad de por lo menos cien mil dólares por cada fotografía colgada en Instagram donde se anunciara un producto. La más famosa de ellas, Kim Kardashian, gana entre 300 mil y 500 mil dólares por cada uno de sus posts en esta red social, de acuerdo con el medio TMZ. Con 137 millones de seguidores, la cuenta de la modelo es básicamente un enorme comercial con la diferencia de que éste no se cruza en tu camino mientras andas por la calle, no es el precio a pagar por mirar uno y otro video de forma ‘gratuita’ a través de YouTube, ni se trata del anuncio que escuchas cada diez canciones en Spotify como resultado de no estar pagando por oír música a través de los canales legales. Éste, por el contrario, es un comercial grandote al que la gente acude por voluntad propia. Es casi tan absurdo como los catálogos de las grandes tiendas departamentales que, encima de servir sólo para beneficio de la empresa que difunde sus productos, tienen un costo. Las redes sociales son tan maravillosas para el capitalismo de hoy porque consiguieron que el usuario dejara de detestar los anuncios comerciales o de sentirlos forzados; por el contrario, ahora el usuario acude gustoso a ellos.

La cuestión con este polémico personaje va más allá del análisis sobre el impacto que las redes sociales han tenido en el sistema y en el consumo. Su caso da también para reflexionar en torno a los estándares de belleza que las redes han contribuido a imponer, en favor también del mismo sistema, que se beneficia de la insatisfacción imborrable que siente la gente hacia sus propias carnes. Quizás el uso más cuestionable que las Kardashian han dado a las redes sociales ha sido el de anunciar a través de ellas productos supresores del apetito, como paletas para evitar tener hambre y malteadas que presuntamente sustituyen una comida. Uno de los concejales de Nueva York, Mark Levine, ha denunciado que estos productos son una estafa peligrosa que pone en peligro a los jóvenes del estado. Levine ha propuesto su prohibición, añadiendo que el hecho de que los adolescentes puedan entrar a una tienda y “comprar estos productos sin el respaldo de un profesional médico no es una buena política de salud”. Sin embargo, la situación va más allá de la prohibición en una zona específica de los Estados Unidos; la idea de que se puede conseguir una imagen que claramente ha necesitado de mucho dinero invertido en dietas, entrenadores y demás tan sólo siguiendo un régimen de supresores del apetito ha sido igual desperdigada, y contra esa idea no parece haber política pública que contrarreste.

Lo que Levine calificó de una “tiranía de la imagen corporal” no es un asunto de reciente aparición; se ha venido cultivando durante décadas y ha alcanzado un nuevo máximo gracias a las redes sociales, que no tienen que pasar por los filtros engorrosos por los que la televisión y el cine atraviesan (en algunas partes del mundo, donde a alguien le importan medianamente las audiencias). El orden de belleza actual y el uso de las redes como herramienta de difusión no dejarán pronto de tener efectos en todo el mundo, causando probablemente afectaciones mentales y de salud. La relación directa será, sin embargo, difícil de establecerse a corto plazo, por lo que poco podrá hacerse en su contra. Finalmente como señala Lacan, cada glamour o el glamour es una “sobrevaloración erótica”.

Manchamanteles

La popularidad de Hillary Clinton parece haber descendido considerablemente después de la victoria de Donald J. Trump en las elecciones presidenciales de 2016. Su más reciente gira de conferencias, en la que hablará junto con su esposo y expresidente Bill Clinton, parece no estar teniendo la aceptación esperada, dado que los boletos para acceder a ellas han bajado drásticamente de precio, llegando hasta los 20 dólares en las reventas. Al pasar por el WaMu Theater, en Seattle, se esperaba que las entradas más caras se vendieran en mil 785 dólares; sin embargo, se terminaron vendiendo a 829, es decir, a menos de la mitad. Éste es sólo un indicio de los muchos cambios que estarán dándose al interior del Partido Demócrata de cara a las elecciones de 2020 y que deberán llegar a buen puerto con suficiente antelación si planean vencer al magnate de la Casa Blanca.

Narciso el Obsceno

Para la escritora Margo Glantz “Todos los narcisos pensamos que los otros narcisos son más narcisistas que nosotros los narcisos”, una suerte de aporía de la identidad. Pienso, por ejemplo, en una Matrioshka cuya disección se da en la práctica de la realidad, o en un Narciso que viaja en elevador: de pronto descubre que se encuentra en medio de dos espejos, no solo eso, se encuentra en medio de una fila inmensa de narcisos, por los dos lados. Narcisos izquierdos y narcisos derechos. ¿Se saben narcisos quienes juzgan a otros narcisos?

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