jueves 16 mayo, 2024
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«CEREBRO 40» ¡Que vivan los niños!

 

Que vivan los niños, los nuestros y los otros; que vivan los niños de todo el mundo, de todos los países, colores y religiones; que vivan los niños y las niñas, los grandes y los chicos, los que son y los que fuimos.

Hoy se festeja el Día del Niño, excelente oportunidad para apapachar a nuestros hijos, sobrinos, nietos, para festejarlos en las escuelas, darles algún regalito, llevarlos por un helado.

Excelente oportunidad también para hacer conciencia, para pensar en los otros niños, en los niños de nadie, en los niños con los que nos topamos a diario pero que no queremos ver; a los niños que llegan nuestras donaciones de juguetes y ropa que ya no se usa, los niños de los que se habla cuando se mencionan números y estadísticas, porque muchos de esos niños no tienen siquiera un nombre, un registro, mucho menos un destino; en esos millones de niños que no conocen siquiera el significado de las palabras derecho, oportunidad, apoyo; en esos niños de nadie, que llegaron a este mundo sin ser deseados y viven en él sin ningún respeto, que no son merecedores de un sueño, que pasan su infancia -por decirlo de alguna manera- esperando a que llegue la edad adulta y menos justifiquen ninguna consideración; esos niños que juegan con la basura, que aprenden a vender cosas en las esquinas o, a robar con golpes; esos niños que tienen que volverse a su edad padres de otros niños más pequeños y que serán padres de verdad antes de acabar su desarrollo físico y entender siquiera cómo sucedió.

Esos niños que vienen en caravanas con sus padres y que solo recuerda el hambre y el ruido de las balas, que no saben a dónde van y no entienden por qué la gente los desprecia y no los quiere ver pasar, mucho menos quedarse a vivir en sus países porque, aunque son niños ya los consideran peligrosos, esos niños y esas niñas que no están ni cerca de conocer una fiesta infantil, un viaje familiar, un regalo, pero aún así sonríen, juegan, porque son niños, y la naturaleza de los niños es esa, jugar, jugar lo más que se pueda, como única salida, como defensa para no entender por qué la vida es tan injusta, por qué la gente los rechaza, los aísla, los odia, odia a sus padres, los evita, se refiere a ellos como la gente indeseable, que huele mal, que se ve mal, la que ensucia las calles, no con basura, la ensucia con su presencia.

Es una buena oportunidad para que pensar en los niños que existen sin existir, por los que nadie reclama, que nadie cuida, los que juegan con juguetes rotos y usan zapatos impares; los que comen en el suelo y duermen también en el suelo, que no van al doctor, que no son vacunados y pierden la inocencia de las maneras más inenarrablemente crueles, los que serán adultos y recordarán golpes y hambre.

Los niños de México, los niños pobres de México, los niños migrantes, los hijos de presos, de prófugos, de otros niños igual que ellos.

Los niños que no son aptos, que no compiten, que no ganan medallas.

No se trata de amargar un día que obedece a una causa tan noble, se trata de hacer un poco de conciencia, de tratar de ver más allá, de voltear la vista hacia abajo y no cerrar los ojos.

Ninguna nación que pretenda salir adelante económicamente podrá hacerlo ignorando a la niñez en estado de pobreza extrema, porque aunque pretendamos que no están allí y le demos importancia a asuntos que nos parecen más relevantes, la desigualdad y la injusticia siempre termina por alcanzarnos y devolvernos la lección.

Maravilloso consentir a nuestros niños en este día, sería mucho mejor hacerlo extensivo, compartir el día con más niños, no regalando lo que nos sobra, no dejando que lo hagan las instituciones, invitándolos e incluyéndolos de verdad, verlos a los ojos, llamarlos por su nombre, jugar con ellos. Está comprobado que cuando una persona conoce una situación mejor a la suya sabrá que tiene la intención y las ganas de superarse y vivir de otra manera, que hay mejores y más dignos modos de vida y los puedes anhelar y merecer.

Que puedes creer que el mundo es un buen lugar y la vida un privilegio y no un castigo.

Todos los niños merecen ser niños, todos los adultos merecemos tener niños cerca y poder amarlos, cuidarlos, hacerles una infancia feliz, hacerlos sonreír y vernos a nosotros mismos en sus miradas de niños.

Y ser niños también, a veces, de vez en cuando, cuando haces contacto visual con un niño y sonríen ambos, lo vuelves a ser.

 

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