viernes 10 mayo, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO» Osaka: ohayoo gozaimasu

 

La hora local marca las 7:30 a.m. y la estación central de Osaka bulle de mujeres y hombres que caminan a prisa rumbo a su destino laboral. Lo hacen como sólo los japoneses saben hacerlo, con pasos ligeros, en silencio y enfocados en lo suyo.

Antes de abordar el Shinkansen Hikari Express (tren bala) hacia Hiroshima, me dirijo a una tienda rápida para comprar mi desayuno. No sé qué elegir entre tantas y tan apetitosas opciones.

Decido observar a los “osaqueños” para descifrar sus costumbres matutinas. Algunos van directo al mostrador de comida tradicional y toman un onigiri (bola de arroz rellena de sabores salados); otros, compran pan dulce local como “melón pan” (la concha japonesa) o “anpan” (bollo relleno de frijol dulce). Aquellos que quizá tienen más poder adquisitivo, se acercan a la sección “patisserie” por un croissant o un danés relleno de uvas pasas, elaborados tan bien o mejor que los de París.

 

Los que –imagino– harán un viaje más largo que el mío, compran obento –esas cajitas con comida para llevar, bellamente presentadas– que siempre contiene un poco de arroz y otros alimentos, como un omelette o huevo cocido, verduras al vapor, piezas de carne empanizada y ensalada.

Sakura obento.

Observo que los más jóvenes prefieren comprar su café matutino en las “vending station” por sólo 100 o 150 yenes. La oferta es interminable: los cafés y lattes fríos o calientes vienen en ¡lata! Un concepto que me encanta; creo que probé casi ya todas las marcas del “blend coffe”.

Al ver la hora, rápidamente me decido por un yogurth de fresa (aquí llevan muy poca azúcar y tienen una textura particular), una rebanada gruesa de pan de caja sabor chocolate y mi café de grano. Tras hacer la suma, una amable y joven cajera me dice: “Buenos días, son 450 yenes, onegaishimasu”.

Cuento torpemente mis monedas y olvido –otra vez– colocar el monto en la “charola de cobro”. Al sentir su mirada de “Ay, estos extranjeros”, me sonrojo y le digo “sumimasen”, la palabra mágica que equivale a “lo siento” y un arma poderosa para relacionarse armónicamente con los japoneses.

Tras pagar, doy media vuelta y mientras me alejo escucho que ella –con voz apurada– dice al resto de la fila: “douzo, douzo”, pues aquí en Japón la puntualidad sí cuenta y vale oro.

Me quedan ocho minutos para llegar al andén 14 y disfrutar de un viaje de hora y media a bordo del tren bala. Subo las escaleras y me doy cuenta que voy por el lado contrario. En algunas estaciones, para subir, hay que ir del lado derecho, para bajar, del izquierdo. Me paso rápidamente al otro lado antes de que alguien más me mire como la cajera.

Me formo en el tramo de acceso y a los pocos minutos se oye el estruendo del tren llegando a la estación. Veo a varios extranjeros tomando video de su llegada. ¡Que emoción!

Adentro, extiendo la mesita frente a mi asiento y disfruto lentamente mi café mientras el verde paisaje Japonés –aún pletórico de cerezos en flor–, con sus enormes edificios modernos y casitas tradicionales de tejas plateadas y monísimas macetas llenas de flores a la entrada, parece decirme en voz alta y con mucho ánimo: “Ohayoo gozaimasu”.

 

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