viernes 17 mayo, 2024
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BÁRBARA LEJTIK BLOGS

«CEREBRO 40» Adiós Notre Dame

 

Ya de por si no ha sido una semana fácil.

Que se quemó la Catedral de Nuestra Señora de París es algo que ya todos sabemos. ¿Por qué pasó? Y todo las demás preguntas carecen de respuestas y son algo que probablemente no sepamos y que tampoco serviría para aliviar el dolor de la gente que amaba este monumento.

Pero que haya personas que se alegren y manifiesten en las redes sociales, alegando que, que bueno que se destruyó un monumento que representa a varias cosas que a ellos les parecen deleznables; La Edad Media, El Catolicismo, la burguesía, etc., si es algo que llevó a mi líquido biliar fuera de control.

Quisiera poder abrir una discusión con cada una de estas personas y explicarles mis puntos de vista, decirles que un monumento histórico representa más de una cosa, que en este caso La Catedral de Notre Dame era uno de los más grandes representantes del arte medieval y que eso no hay manera de recuperarlo jamás, que no era de plástico ni hechizo, que de verdad fue hecho hace 900 años y que tenía como si fuera poco dentro un acervo artístico y cultural único e irreparable.

Que la gente que lo construyó en su momento creía en lo que hacía y buscaba de alguna manera honrar a su deidad, que del mismo modo que se construyeron las mezquitas, las sinagogas, los templos budistas, la gente que acudía a ellos veía ahí más que piedras, representa para ellos un lugar sagrado, un refugio, algo en lo que cada quien y con la libertad de culto que tenemos respeta.

La Catedral de Notre Dame además de ser un monumento religioso embellecía la isla de la Cite, la hacía única, exquisita, formaba en medio de sus laberínticas callecitas un paisaje inolvidable para la memoria, la embellecía de tal manera que propios y extraños durante siglos nos embelesamos con su grandiosidad y perfecta arquitectura, quienes tuvimos la enorme oportunidad de conocerla supimos de belleza arquitectónica, vimos los vitrales y las pinturas más hermosas posibles, viajamos en el tiempo cuando entramos a sus naves, estuvimos por unos momentos en otros tiempos y en otros espacios.

Alegrarse de que se pierdan estos vestigios tan importantes para la humanidad es tan bajo como lo que quienes lo acusan, es un síntoma de egoísmo y petulancia, de creer soberbiamente que tienen la razón.

Que pena Notre Dame, de verdad que pena, no habrá ya ese paisaje maravilloso que se apreciaba llegando a la Cite caminando en coche o en barco. Ese momento onírico en el que se develaba frente a tus ojos la fachada de la Catedral y toda su energía, sus gárgolas maravillosas, su majestuosidad y la certeza de saber que tenías frente a ti siglos de historias, millones de vidas, cada una con su razón y su encanto.

Que pena con los parisinos, quienes creo que tienen una mente mucho más evolucionada y jamás se alegraría por ver arder hasta consumiese en cenizas algún monumento que para alguien representa algo importante y regala belleza.

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