miércoles 01 mayo, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» La vuelta al fascismo

 

La historia nos ha demostrado una y mil veces que la humanidad no tiende de forma natural hacia el progreso. Los avances tecnológicos e ideales como el de los derechos humanos pueden, por momentos, hacernos pensar lo contrario; la realidad, sin embargo, nos despierta a bofetadas. Lo cierto es que nuestros cerebros siguen siendo los mismos de la Edad Media, los que produjeron la Segunda Guerra Mundial, los que ansiaron el Holocausto al que Primo Levy llamara “el horror sin adjetivos “y los que se devoraban entre sí, un grupo a otro, un hombre a su propio hermano, antes de inventar la agricultura o ayer mismo. Cada que la ultraderecha da otro paso adelante en el mundo, demostramos un poco más las ganas de opresión y de servidumbre voluntaria que siempre han azotado a nuestra especie. Tzvetan Todorov lo resume de esta manera: “El totalitarismo es un intento por restablecer características de la sociedad de ayer en un marco moderno y de someter nuevamente al individuo al grupo e imponer valores únicos a toda la sociedad”. (El espíritu de la Ilustración. 2008)

¿Cómo fue que, en unas cuantas décadas, la ultraderecha consiguió borrar su mala fama y regresar triunfante por las urnas, sin necesidad de golpes de Estado? En América la respuesta se antoja transparente. El sur constituyó la promesa más brillante de la izquierda aún durante el inicio del nuevo milenio. Países como Brasil y Argentina se vieron seducidos por la oferta de reducir la desigualdad y de atender prioritariamente a los grupos más golpeados por la historia. Lo cierto es que estos gobiernos no lograron cumplir sus objetivos o no en la medida en que lo prometieron o, para dejárselas barata, no lograron publicitarlo suficiente. Los pobres siguieron siendo pobres, a pesar de las llamadas medidas populistas, y la imagen de los pueblos frente a sus gobernantes poco cambió. La enfermedad de la corrupción y las malas prácticas demostró no ser exclusiva de los gobiernos de derecha y el precio a pagar fue alto para las sociedades.

En los Estados Unidos la situación fue similar. El gobierno de Barack Obama prometió un mejor panorama para las personas negras, para el sistema de salud y, en general, para los marginados por el sistema económico. La realidad es que las personas negras siguen siendo asesinadas sin razón (por la propia policía) y que los pobres siguen expulsados del sueño americano. El magnate Donald Trump llegó a la presidencia no por sus grandes promesas de hacer a los EE.UU. grandes otra vez, sino por defender lo más preciado que los blancos más pobres tienen en la vida: un trabajo remunerado con el salario mínimo que no tiene expectativas de crecer jamás.

Ni siquiera la Unión Europea está exenta del retorno a nuestro pasado más oscuro. La prueba más reciente ha sido Andalucía, la comunidad autónoma del sur de España que en diciembre del año pasado decidió ceder el poder legislativo a la derecha recalcitrante. No se han cumplido ni siquiera cincuenta años de la muerte del dictador Francisco Franco y el país que vivió bajo su yugo ya está regresándole el poder a hombres como él. Es la primera vez que el Parlamento de Andalucía es ocupado por la derecha desde que la nación vive bajo un régimen democrático y las consecuencias pueden ser irreparables. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha perdido este poder y toca a la coalición formada por Vox, el Partido Popular (PP) y Ciudadanos decidir las agendas y los temas a tratar en el Parlamento del sur de la península ibérica.

Salta a la vista un factor clave en este retorno hacia el fascismo. Igual que sucediera con el ascenso de Donald J. Trump y con la concreción del Brexit, las abstenciones fueron una pieza fundamental para este avance de la ultraderecha. No se trató sólo de que algunos andaluces votaran por posturas anti-derechos humanos, sino de que otros tantos dejaron de creer que el PSOE era la respuesta: 700 mil de ellos no acudieron a las urnas. Los grandes golpes que ha atestado a la derecha no se deben sólo al enardecimiento de las masas, sino a la falta de participación de la ciudadanía por la vía electoral. No hay que mirar esta última, sin embargo, desde una perspectiva reduccionista. Si tanta gente ha dejado de votar no es necesariamente por apatía, sino por desconfianza a todas las opciones existentes, por sentirse traicionadas por el sistema político en su totalidad.

¿Hacia dónde evolucionará el panorama mexicano? ¿Seguirá las tendencias marcadas por la región o se convertirá en un caso de excepción que resalte entre gobiernos como el de Macri, Trump y Bolsonaro? ¿Se erigirá México como una versión más grande y potente del Uruguay de José Mujica? ¿O seguirá, como todos los vecinos, el camino de la derechización? El desenlace está por verse y los sucesos de los años más próximos serán cruciales para lo que nos espera en el futuro. Yo lo veo con optimismo.

Manchamanteles

El historiador Peter Gay nos ha hecho patente en varios de sus textos que la cultura victoriana se caracterizaba por tener una severa organización de clases la consecuencia inmediata era la moral, y la restricción sexual como apariencia. eran las reglas instituidas que en apariencia se mola represión y la conformidad, las actitudes aceptadas. Siguiendo al propio Gay podríamos decir que el tiempo victoriano se animaba el amor sin sexo, y hoy se fomenta el sexo sin amor. Digamos entonces que el ideal prevalece y por Alexander Lowen nos muestra de manera magistral la trascienda de estas historia en su libro: El Narcisismo. La Enfermedad de Nuestro Tiempo para decirnos: “Los síntomas de la histeria de hoy muestran los desencuentros entre el amor, el deseo y el goce”.

Narciso el obsceno

A veces la histeria se esconde en una historia de amor. La condición narcisística de la histeria corre el velo del compromiso con el amor que se hará presente en el discurso errático de lo imposible quizá allí encontremos como el ensimismamiento amoroso es una de las llaves de la poesía ante el imposible.

 

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