lunes 06 mayo, 2024
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COLUMNAS HANNIA NOVELL

«EL RING DE LOS DEBATES»: Nadia, de las garras yihadistas al Nobel

 

Nadia vivía en Sinjar, una región al norte de Irak. Su aldea, relata, era tranquila. Vivía en una casa hecha de barro. Eran, incluso, felices. Hasta aquel fatídico 2014.

El 3 de agosto de ese año, fieles al Estado Islámico (EI) los atacaron. Ese día, asegura, unas tres mil personas entre ancianos, menores y discapacitados, fueron masacrados.

Algunos intentaron huir y refugiarse en el monte; pero la aldea estaba lejos y los yihadistas les impidieron llegar. Los rodearon y obligaron a refugiarse en la escuela de la comunidad. Acorralados, les dieron un ultimátum: o se convertían al Islam o serían asesinados.

Desde las ventanas de la escuela, vieron cómo los hombres eran acribillados. Supone que entre ellos estaban sus seis hermanos. Aunque nunca vio sus cuerpos, lo cierto es que tampoco los volvió a ver con vida. Lo más seguro, entonces, es que hayan perecido en la masacre.

Impotentes, observaron cómo se llevaron a las niñas mayores de nueve años. Luego a otro grupo de mujeres, todas mayores de 45. Ahí estaba su madre. En total, 18 miembros de la familia de Nadia están muertos o desaparecidos.

A ella se la llevaron con otras mujeres hasta Mosul. Relata que en el trayecto les tocaban los senos y frotaban sus barbas en su cara. Al llegar al cuartel general del EI, encontraron muchas niñas y jóvenes a las que también habían secuestrado.

Al día siguiente, yihadistas se las repartieron. Un sujeto la “eligió” para violarla. Así fueron sus siguientes tres meses. Durante ese tiempo pudo hablar con sus secuestradores. Les preguntó por qué les hacían eso, por qué mataban a sus hombres, por qué las agredían sexualmente.

“Son infieles, no son un pueblo de las escrituras. Ahora ustedes son un botín de guerra. Se merecen esto, ustedes son infieles. Deben ser destruidos”, le respondieron.

Nadia pidió que le permitieran hacer una llamada de un minuto. Quería escuchar la voz de un familiar. Le impusieron una condición denigrante: lamerle el dedo del pie que había recubierto con miel.

Intentó escapar por primera vez a través de una ventana, pero un guardia la atrapó. La regla era que una mujer capturada se convertía en un botín de guerra. Pero si la atrapaban intentando escapar, la colocaban en una celda para ser violada por todos los hombres del complejo. A esa práctica la llamaban yihad sexual. Y así ocurrió.

Después de eso, no pensó intentar escapar otra vez pero el último hombre con quien estuvo, decidió venderla. Cuando le ordenó lavarse y prepararse para la venta, aprovechó para escapar.

Se refugió en la casa de una familia musulmana que no simpatizaba con los yihadistas. Le dieron un velo negro, un documento de identidad islámico y la llevaron hasta la frontera. Finalmente había logrado escapar.

Libre, Nadia Murad se convirtió en una activista que viajó por el mundo para encabezar una campaña de información y denunciar las atrocidades contra su pueblo.

Visitó Estados Unidos, Reino Unido, Europa y algunos países árabes. Habló frente a las Naciones Unidas y conoció a parlamentarios y líderes mundiales.

Sin embargo, se queja de que la respuesta no ha sido ni lo eficaz ni lo rápida que habría esperado.

Todo el mundo sabe lo que es el Estado Islámico. Me escuchan con atención pero no prometen nada. Dicen que examinarán el caso y que verán qué pueden hacer, pero no pasa nada”.

Aunque quizás a partir de ahora, todo cambie. El pasado lunes 10 de diciembre recibió el Premio Nobel de la Paz, junto con el médico Denis Mukwege, de 63 años, quien ha pasado gran parte de su vida ayudando a las víctimas de violencia sexual en la República Democrática del Congo.

Nadia tiene ahora mayor empuje para seguir con su lucha en favor de las niñas y mujeres secuestradas por el Estado Islámico. Regresará a su aldea para comenzar a desenmarañar la madeja del destino final de su madre, sus hermanos y de los miles de desaparecidos.

Ahora tiene el apoyo moral del Nobel; sin embargo, insiste: “le pido al mundo que haga algo por nosotros”.

 

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