De la larguísima transmisión televisiva del primero de diciembre destaco: Después de las 11.20 de la mañana del 1 de diciembre, ante legisladores, gobernadores, invitados especiales reunidos en el Congreso y ya con la banda presidencial en el pecho, lo primero que hizo Andrés Manuel López Obrador fue agradecer a Enrique Peña Nieto el que no hubiera metido las manos en el proceso electoral, que después de tres intentos, lo llevó al triunfo.
Tras ese gesto amable vendría una auténtica tunda ante un Peña Nieto que abría los ojos, se tocaba la frente, tragaba saliva y tomaba agua. “Se acabará con la corrupción y la impunidad” enfatizaba AMLO para después reafirmar que la actual crisis era por el fracaso del modelo económico neoliberal y por el predominio “de las más inmunda corrupción pública y privada”.
Y después remataría que la Reforma energética –una de las llamadas reformas estrella del sexenio Peña Nieto– era una gran mentira, porque ha provocado más que caída en la producción de crudo y un aumento en los precios de la gasolina.
Su primer discurso ante el Congreso casi hora y media. Nada que en sus actos de campaña no hubiera pronunciado. Para reiterar que estaba recibiendo a un país casi casi en bancarrota por violencia, por abusos de la minoría rapaz que ha generado desigualdad. En fin, insisto, nada nuevo de los pronunciado en actos proselitistas.
Remataría con su fuerte de que no es la venganza, y de que es partidario del perdón y la indulgencia, y lanzó su propuesta al pueblo de mexico. Poner punto final a esta horrible historia. Y que no habrá persecución a los funcionarios del pasado.
En el recinto de San Lázaro una oposición disminuida que solo alcanzó a gritar “dictador, dictador, dictador”, cuando Andrés Manuel pronunció el nombre de Nicolás Maduro como uno de los invitados especiales que por cierto no se asomó por San Lázaro. Solo se le vio en la comida en Palacio Nacional.
Después del Congreso, su recorrido al Palacio Nacional donde lo esperaban los invitados especiales. Las televisoras y la radio transmitían minuto a minuto los pormenores de todo, hasta el menú de la comida que se caracterizó por platillos muy mexicanos y en la que no se sirvió alcohol. Atrás quedaban las langostas y los vinos tintos y cualquier cosa que pudiera parecer ostentosa. Como escribiría Gilda Melgar, La austeridad hasta en la sopa.
Después vendría la ceremonia en el Zócalo en la que recibió una limpia y el Bastón de Mando de 68 pueblos indígenas y afrodescendientes. Ahí vimos a un López obrador hincado. En medio del corazón histórico de México pidió el apoyo del pueblo. “No me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada o casi nada. Yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes, soy del pueblo de México”. Más de dos horas duró el discurso, en los que enumeró 100 compromisos de todo tipo.
Después de este inédito ritual masivo de un presidente de México, también veríamos a las miles de personas que entraban por primera vez a la residencia oficial de Los Pinos. De distintos puntos del país llegaban a observar la casa en la que habitó desde el presidente Lázaro Cárdenas hasta Enrique Peña Nieto.
Culminaban así meses de una larguísima transición en la que vimos a un expresidente bajarse del barco antes de tiempo y al Andrés Manuel de siempre. Al que le gusta y sabe cómo entusiasmar a las multitudes. El Andrés Manuel que lo mismo saluda al ciclista que le dice “no me falles”, que tomarse selfies y al Andrés Manuel que sabe cómo aventar dardos a sus adversarios. Una nueva era viene para México, por lo pronto de formas. Y como la forma es fondo habrá que estar atentos a los cambios de luces. Y cómo crítica de él me hubiera encantado escuchar los cómo.Porque se escucha muy bien escuchar las críticas. Cómo resolver los problemas del pasado que tiene mucha razón en enumerarlos. Los cómo. Lo único bueno es que ya tenemos un nuevo presidente y lo único que queremos es que le vaya bien, porque en este barco, estamos todos sus críticos, los que confían en él, y los que piensan que al país le tiene que ir bien. ¿Cómo?