LIC. ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR
Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos
P R E S E N T E
A partir del primer minuto del 1 de diciembre de 2018, usted dirigirá los destinos del país por los próximos seis años.
Me pregunto, ¿cómo se siente? El camino que lo lleva ahora a Palacio Nacional ha sido largo y tortuoso, desde aquel lejano 1976 cuando inició su carrera política para apoyar la candidatura del poeta Carlos Pellicer al Senado de la República por el estado de Tabasco.
¿Se arrepiente de su pasado priista? Algunos afirman que, en el fondo, lo sigue siendo. Aunque seguro responderá que rompió con ese partido al integrarse a la Corriente Democratizadora junto a Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, para luego fundar el PRD.
Al revisar su biografía, hay varios conceptos constantes. Por ejemplo, la palabra “fraude” aparece en 1988 y 1994, cuando intentó alcanzar la gubernatura de Tabasco, su estado natal. También en 2006 y 2012, cuando compitió por Los Pinos.
Incluso, ha creado varios: “el innombrable”, “la mafia del poder”, “guerra sucia”, “abrazos no balazos”, “la Cuarta Transformación”, “prensa fifí”, “honestidad valiente” y “austeridad republicana”, entre algunos.
Hay que reconocer su tenacidad (necedad, dirían otros) y su capacidad de marcar agenda. Es usted un animal político. Por ello, apelando a ese instinto de sobrevivencia (demostrada cuando enfrentó el desafuero), me atrevo en calidad de ciudadana, a hacerle unas observaciones.
Usted y su partido, Morena, ganaron por una amplia mayoría (más de 30 millones de votos, cifra que no había alcanzado ninguno de sus antecesores). Pero usted y quienes lo han acompañado en su lucha saben lo que es ser avasallado por una mayoría (la del PRI).
Así que no se debe dar el lujo de repetir esas prácticas donde las minorías son ninguneadas por la aplanadora. Sus competidores en la elección del 1 de julio, José Antonio Meade y Ricardo Anaya, dieron el ejemplo al aceptar la derrota y reconocer su triunfo.
Ejercer el poder con sabiduría implica aceptar que no se tiene nunca la verdad absoluta y que, por ende, se debe escuchar a la oposición. Algo tendrá que aportar. Se debe sumar, no dividir.
La sociedad está cansada de la polarización, por ello no vale la pena estigmatizar a ciertos sectores y regresar a la lucha de clases (“fifís” contra “el pueblo”). No se trata de una guerra contra ricos y pobres, sino de eliminar las canonjías obtenidas fuera de la ley y dar oportunidades de desarrollo a todos.
También hay que ser prudentes. Nadie está dispuesto a pagar comisiones bancarias leoninas, pero tampoco se trata de amenazar con eliminarlas a costa de una caída en los mercados. A quienes más pega una crisis es precisamente a los pobres.
El poder, además, está para ejercerse. No es éste un llamado al autoritarismo, sino a asumir la responsabilidad del cargo. Las consultas ciudadanas son sanas y estoy de acuerdo en pasar a una democracia participativa.
Pero no debe ser éste un mecanismo para avalar decisiones ya tomadas y dotarlas de legitimidad. Y mucho menos para mantener vigente una base de apoyo permanente.
Por ello, retomo el último mensaje de su antecesor: “La diversidad no debe significar división. La unidad no implica uniformidad”. Se debe, dijo, “avanzar sin dividir, modernizar sin imponer, transformar sin destruir”.
En estas primeras horas al frente de la máxima responsabilidad del país le deseo que, por el bien de todos, le vaya bien. Este maravilloso país no merece otra cosa sino ser dirigido con sabiduría y sensibilidad. Así que colaboraremos con el Gobierno Federal, pero también observaremos y sancionaremos sus yerros y omisiones.
A T E N T A M E N T E
Hannia Novell
