lunes 13 mayo, 2024
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BORIS BERENZON GORN gobierno18 COLUMNAS

«COMENTARIO ESPECIAL» Un compromiso histórico

 

El carisma político del que hablaba Max Weber inspirado entre otros en un puente que va de Platón a Maquiavelo y evidentemente incluye toda una tradición religiosa, Weber parte del concepto de carisma en griego que significa entre muchas cosas, encanto, gracia, gozo, festividad, don, favor, mérito, veneración. Weber no sé si lo sabía, pero advierte la responsabilidad de la seducción, quien seduce desde la palabra vacía está condenado a fallar o hacer perverso; sobre todo si el seducido es un pueblo, en donde el seductor encarna el espíritu del pueblo a la manera Hegeliana o, dicho de otra manera, Él es el objeto del deseo.   Podemos estar serenos, porque el presidente Andrés Manuel López Obrador da cuenta que lo sabe, y es consciente de ese amor transferencial que está viviendo y se juega en ello en un compromiso social: Amor con amor se paga.

México, paradigma de la complejidad en su construcción histórica, nos enfrenta hoy a comprender cuál es el sentido de su historicidad, de esas representaciones que durante más de un siglo y desde el oficialismo producido por las narrativas del poder, calaron el alma de varias generaciones de mexicanos y estructuraron formas de concebir nuestras ideas acerca de la política y lo político, la primera como un universo idealizado y aspiracional y lo segundo como el espacio de las teatralidades para la fusión de lo público y lo privado, un microcosmos de confusiones y sórdidas conveniencias. La política quedó en manos de nadie y lo político en manos de todos aquellos que buscaban alcanzar el poder, ese imaginario que no es otra cosa que abrir el espectro de lo posible a costa de lo sea, la compulsión insaciable del deseo, la expresión radical del narcisismo, el desconocimiento y el olvido del otro, aunque fuera justificándose a partir de ese entresijo que nos otorga la perversión que a veces implica ignorar.

El siglo XX mexicano, nacido de la Revolución y la tumoración política que significaron los últimos tres sexenios, son una lección histórica de la que todos debemos aprender. Las historias de los pueblos no parten de una hora cero. El pasado nos constituye. El mito fundacional es eso, memoria primigenia, no metáfora relativa. Su ser es, en su devenir, la concatenación de un caudal de acontecimientos que dan cuerpo, sentido y significado a eso que llamamos procesos históricos. Es un desliz del imaginario social suponer que los hombres del poder, esos que hacen la historia, tenían todo planificado, en su biografía, como todo en la vida, máxime en las actividades pulsionales primarias como son las acciones del ser y su existencia, ante el acto del amor y el acto del poder, en ese circuito, las cosas suceden, fluyen, pero no se tiene una certeza de ello. El azar tiene valor matemático no falla nunca.

Nuestro país inaugura una nueva oportunidad política, no hay que escatimarlo. La llegada de Andrés Manuel López Obrador significa el momento culminante de un ciclo histórico heredero de todas las izquierdas, las resistencias y movimientos sociales del siglo XX en México y ahora toca integrar a todos los demás, conciliar la utopía democrática de todos. A pesar de las incertidumbres, de las dudas que causa esa amalgama de paradojas, su naturaleza ecléctica abre una oportunidad para una refundación del Estado mexicano, cuya oportunidad de significarse abre paso a condiciones políticas a partir de nuevas formas y actitudes desde lo político como el momento de encuentro con el otro para la generación de un espacio de experiencia o realidad incluyente, sensible, receptiva, tolerante, comunitaria, participativa, generosa. Desde ahí tendrá lugar ese proyecto de República amorosa, la Cuarta transformación. Nadie como López Obrador ha tenido la oportunidad de recorrer este país con sus 2 mil cuatrocientos municipios y sus realidades lacerantes. Han sido 12 años de un tránsito incesante, caracterizado por la persistencia y la resistencia. Como la historia extenuante de este país, a veces tan reacio a los cambios, la de López Obrador es la de un hombre cuya tenacidad lo ha llevado al cumplimiento de un sueño personal que hoy es un compromiso colectivo. Esto ha quedado manifiesto en el diagnóstico ofrecido durante la toma de posesión. Las cifras de violencia, corrupción, pobreza son espeluznantes. De ahí parte el nuevo gobierno para la “construcción de una nueva patria”.

Servir al otro debe ser la ética que coloque en el centro de la colectividad el bien de la cosa pública como esa moralidad de la que ha prescindido la política y sus gobiernos neoliberales. Cualquier idea de bienestar debe ser planteado desde lo colectivo para acabar con aquellas prácticas de desigualdad ejercidas en beneficio de las minorías dominantes. México ha sido un país de privilegios. La cuarta república debe fundarse en la cimentación del Estado de derecho.

El entusiasmo, el optimismo de la voluntad del que hablaba Gramsci, le restituye la esperanza a un país agraviado por la injusticia social, “por el bien y la prosperidad de la unión”, porque “la corrupción y la impunidad impiden el renacimiento de México”, “lo fundamental es evitar los delitos del porvenir”, “por el bien de todos primero los pobres”.  La pobreza no debe ser un destino. La actitud del político tiene que concebir una dualidad, la prudencia y a la vez la decisión, encontrar el equilibrio de los opuestos.

El discurso ha sido honesto y poderoso, coherente con lo dicho. Deseamos que las acciones sean creativas y efectivas. Lo necesitamos, nos lo merecemos. ¡Amor con amor se paga!

 

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