miércoles 15 mayo, 2024
Mujer es Más –
ELENA CHÁVEZ BLOGS

«METAMORFOSIS»: Olga, !no te entiendo!

 

Un dolor intenso en el abdomen la dobló hasta casi provocarle un desmayo. Una hora antes, el especialista en reproducción asistida le había dicho que los cuatro embriones colocados en su útero “no habían pegado”, que no estaba embarazada y que nunca podría tener hijos. El sudor corría por su frente llegando hasta sus mejillas cuando sintió un líquido caliente que salía de su vagina manchando su entrepierna: entre ríos de sangre, sus bebés se fueron por la coladera.

Elisa, la protagonista de esta historia comparte su experiencia con las lectoras de Mujer es Más porque rechaza que por decisiones políticas se permita a las mujeres abortar sólo por ser dueñas de su cuerpo, cuando la solución está en la educación, la formación familiar, en fomentar los valores morales y en asumir una responsabilidad común hombre-mujer durante la relación sexual.

Elisa no entiende a Olga, la futura secretaria de Gobernación, que enarbola la bandera de no sancionar a ninguna mujer que aborte a su hijo porque tiene el derecho de matarlo simplemente porque está dentro de su vientre y nadie, absolutamente nadie, puede decidir sobre su cuerpo.

Elisa no está contra los derechos de las mujeres: al contrario, considera que faltan muchos por reconocerse: lo que no acepta es que mientras hay miles de jóvenes abortando existe otra cantidad igual sufriendo por no poder ser madres, soportando tratamientos costosos y dolorosos para embarazarse.

Los recuerdos se agolpan en su mente. Tenía tan sólo treinta y dos años cuando le diagnosticaron obstrucción de trompas congénita. No podía tener hijos de manera natural, la única posibilidad era someterse a un tratamiento de fertilización in vitro (técnica orientada a la fecundación de los óvulos con los espermatozoides, que se realiza fuera del cuerpo de la madre).

No podía darse por vencida, tener un hijo o hija era parte de su realización como mujer, por lo que decidió aceptar, en acuerdo con su pareja, la propuesta médica y someterse al tratamiento sin imaginar el dolor físico y psicológico que enfrentaría para ser madre.

Elisa acudió a una clínica especializada en reproducción asistida. Lo primero que escuchó fue que para conseguir los óvulos suficientes para el método debería inyectarse diariamente alrededor del ombligo y piernas una serie de medicamentos que el médico le recetaría, además de pastillas y vitaminas, dietas y permanecer en cama día y noche, sin moverse.

El dolor físico, sin embargo, sería mínimo frente al psicológico. Las revisiones médicas durante la fertilización in vitro fueron constantes, pesadas, lentas. A los quince días del tratamiento, Elisa comenzó a escuchar palabras de aliento de los especialistas, quienes aseguraban que de los seis óvulos fecundados cuatro que le colocaron en su matriz darían resultado; le sugirieron comenzar a buscar nombres para sus bebés, visualizarlos, hablarles, ponerles música y cantarles. ¡Así lo hizo!

Apuntó en una libreta que guardaba debajo de su almohada los nombres de cuatro hombres y cuatro mujeres, ¡sería mamá de cuatro bebés!; los dibujó en su mente y todas las noches antes de dormir los acariciaba tocándose el vientre…

Una noche antes a la prueba de embarazo, Elisa habló con ellos, les dijo que serían los niños más amados, más deseados, que tendrían una mamá que los cuidaría y les enseñaría a ser grandes seres humanos, que trabajaría mucho para que no les faltara nada como a ella le faltó y, sobre todo, que daría su vida por ellos.

Esa noche quedó marcada en su memoria. Elisa soñó que, al ir caminado, un hilo de sangre corría por sus piernas y sus bebés se aferraban a ella gritándole que no los soltara. Despertó al gran día angustiada, temerosa. Con prisa llevó la mano a su vientre e inmediatamente a sus piernas, que estaban secas.

¡Un sueño, sólo una pesadilla! Se levantó de la cama dirigiéndose al baño. En unos minutos, sólo lo que significara el trayecto a la clínica, le darían la buena noticia: “señora, está embarazada”.

Elisa caminó hacia el auto, su corazón latía tan fuerte que lo escuchaba. Unos metros antes de subirse sintió que algo mojaba su entrepierna: el hilo de sangre de su sueño era una realidad. La fertilización in vitro había fracasado, no sería madre.

¿Qué sucedió? Nadie supo decirle. Entró al baño para llorar, y ahí, en medio de un intenso dolor y de un río de sangre, sus cuatro hijos y sus esperanzas se fueron por la coladera.

Elisa no entiende a Olga, ni a ninguna mujer que, por el sólo hecho de ser dueña de su cuerpo, termina con la vida de sus hijos…

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