viernes 17 mayo, 2024
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«RIZANDO EL RIZO»: Un síntoma de la “demagogia perversa”

Bolsonaro le da a la gente de Brasil: desmemoria y futuro”.

Francesca Gargallo en Mariana, Minas Gerais (Brasil)

 

Hace veinte años, América Latina dio un giro oscilante, en el sentido de sus elecciones democráticas. Cansados de la desigualdad y de la falta de oportunidades, los votantes decidieron entregar su confianza a los partidos de izquierda que entonces prometían una mejora radical en la calidad de vida en la región. Gobiernos como el de Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina, y Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, aseguraban que pondrían a los más desprotegidos en el centro de sus políticas, mitigando la pobreza. El resultado, sin embargo, distó de ser afortunado, trayendo como consecuencia la América Latina errante que añora hoy sus épocas más represivas y que coquetea ideológicamente con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

El próximo domingo se llevará a cabo la segunda ronda de las elecciones presidenciales en Brasil. La novena economía más grande del mundo está a punto de tomar una de las decisiones más importantes y controversiales de su historia moderna. La primera ronda, sucedida el siete de octubre, colocó a la cabeza al candidato del Partido Social Liberal (PSL), Jair Bolsonaro, un líder de ultraderecha que ha causado escándalo alrededor del mundo por sus declaraciones en contra de las mujeres, la comunidad afrodescendiente, la población LBGT y los ambientalistas. Con más del 46.6 por ciento de los votos emitidos durante la primera fase de las elecciones, el exmilitar se perfila como el futuro presidente.

Jair Bolsonaro es un capitán retirado del Ejército que fungió durante casi tres décadas como diputado en el Congreso brasileño. A pesar del mucho tiempo que ha pasado en la vida pública, sus apariciones nunca habían sido demasiado relevantes. El candidato ha declarado a los cuatro vientos que no sabe mucho de economía, pero que “no es corrupto” y “no soporta la corrupción”. A pesar de haber atacado con su discurso de odio a grupos tan altamente representados en Brasil, el costo político y mediático que ha pagado ha sido sumamente bajo. Su perfil nos recuerda, inevitablemente, al del actual mandatario de los Estados Unidos. Trump y Bolsonaro tienen en común, entre otras cosas, el manejo turbulento que han hecho de las redes sociales. Mientras que el primero es investigado por el apoyo que obtuvo gracias a un ejército de bots operados desde Rusia, Bolsonaro ha sido denunciado ante las autoridades electorales por difundir noticias falsas a través de WhatsApp.

Bolsonaro se ha declarado un gran admirador de la dictadura militar que azotó a Brasil de 1964 hasta 1985. Contraponiéndose a los tratados internacionales de los cuales su país es parte (como Trump lo ha hecho tantas veces), el candidato del PSL ha dicho que el mayor error de la dictadura, desde su violenta perspectiva, fue torturar demasiado y no matar lo suficiente. Brasil no sólo peligra por la recesión de dos años que ha pasmado su economía ni por los casi 13 millones de desempleados que hay en su territorio, sino por las amenazas a las libertades que el candidato puntero ha emitido.

El domingo, Brasil podría elegir, por primera vez en su historia, a un presidente de extrema derecha. Estaríamos frente a un retroceso enorme para los procesos democráticos y frente a un avance de igual proporción para el populismo. La situación de Brasil es desesperada. Es verdad que en los últimos años los problemas de salud, vivienda y educación han rebasado todo límite. Los índices de criminalidad se encuentran también por los cielos, dado que el año pasado se registraron casi 64 mil casos de homicidios en el país. Sin embargo, la respuesta no puede ser la de un populismo que aplaste los acuerdos internacionales y las libertades de la población. La ola que encumbró a desde la “demagogia perversa” a Trump debe parar. Estamos una vez más, frente a un espejo, en este caso ojival.  ¿Acaso nos reflejamos? Un fantasma recorre Latinoamérica…

Manchamanteles

Julia Kristeva, en su libro Extranjeros Para Nosotros Mismos: ¿Será Posible la Convivencia Multirracial en la Europa del Siglo XXI?, se planteaba si nuestra sociedad, formada de personas con una amplia variedad de antecedentes y estilos de vida, podría reconocer esta diversidad como parte de nuestras vidas, o si acaso terminaríamos siendo todos extranjeros. De forma tangible, la caravana de migrantes nos muestra que es una tarea a la que nos enfrentamos en las distintas interacciones sociales, a diario y a largo plazo en sociedades que experimentan el fenómeno de la migración como México. El racismo y el clasismo nacionales se siguen escondiendo detrás de elegantes disimulos; se usa otro nombre y se habla de legalidad para asumir una cómoda ceguera delirante. El ideal se impone.

 

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