Cansado de abusos, robos constantes y malos tratos el pueblo de Izquerlandia escogió, de entre los suyos, a quien sería el próximo rey: un hombre de gran poderío al hablar, necio, perseverante, fantasioso y con cuatro hijos que no sabían trabajar.
Su alteza decepcionada por el comportamiento de sus vástagos adoptó a otro joven del pueblo para que lo acompañara en sus recorridos por el reino, nombrándolo fiel caballero, convencido de que su moral jamás lo comprometería ante sus súbditos.
El leal hijo adoptivo del rey Malolín se convirtió en su consejero, era el único facultado para decidir quién podía ver al monarca, por lo que el cortejo de los ambiciosos hombres del dinero, de la política, de la sociedad y de la justicia comenzaron a endulzarle el oído diciéndole que merecía vivir igual que su padre, luchar por el poder y desbancar a sus cuatro herederos de sangre en la sucesión por la corona.
Charín, el de bajo perfil, sencillo en trato, discreto y humilde fue tentando por las malévolas solteronas del reino que le entregaban sus amoríos a cambio de salir en las portadas de las revistas de la realeza.
El hijo adoptivo del rey de Izquerlandia comenzó a luchar contra su yo interno que le decía: “merezco abundancia”, “merezco fama”, “merezco relojes de oro”, “merezco viajes a los otros reinos del mundo”, “merezco lambisconería”, “merezco lujuria”, “merezco se arrodillen a mis pies”, “merezco ser el rey”.
Sus amigos cercanos, además de sus hermanastros, gozaban de las mieles de ser íntimos del rey, ninguno trabajaba y se les veía seguido en las mejores tabernas del reino. Entre ellos se ufanaban de ser vestidos por los mejores diseñadores del mundo, aunque en público portaban andrajos para no hacer quedar mal a su alteza Malolín que por donde quiera clamaba austeridad republicana…
En las grandes comilonas que sostenía Charín con ellos escuchó decir a quien le regalaba ropa: “No trabajes tanto, ya estas viejo, sin dinero y sin futuro; sé como yo, laboro de marido, me calzan, visten, dan de comer y viajo a condición de que complazca a mi esposa. La codicia se apodero del corazón del fiel caballero, de frente al espejo, miró las canas de su cabello, las arrugas alrededor de sus ojos, los pómulos flácidos y su mentón recargado sobre su enorme papada.
Por días batalló con su ego, con su miedo a seguir siendo un hombre sencillo, bueno, humilde, respetado y admirado por el pueblo.
Charín sabía que el rey, su padre adoptivo quería moralizar al reino, preparaba una constitución moral para decirles a todos los que lo veneraban cómo comportarse en familia, con las esposas y esposos, con las hijas y los hijos, con los prójimos, con los padres; su alteza odiaba el adulterio, la traición, el engaño, la soberbia y todos los pecados capitales que a él lo carcomían.
El hijo adoptivo del rey Malolin, de Izquerlandia, decidió cambiar el honor por el desprestigio, la honestidad por el dinero, la prudencia por la vanidad, la responsabilidad por la aventura, la lealtad por los privilegios, el respeto por la burla y la gratitud por la avaricia…
¡Charín ya está en las portadas de la realeza!