La ganadora del Oscar, Jennifer Lawrence, desató controversia en la presentación en Londres de su última película, Red Sparrow. Ahí lució un sensual vestido Versace, escotado y con una gran abertura en la pierna, mientras que sus compañeros de reparto -Francis Lawrence, Matthias Schoenaerts, Joel Edgerton y Jeremy Irons- acudieron con ropa acorde al clima de la capital británica, que oscilaba entre los 8 y 10 grados centígrados.
Mientras que el elenco masculino del filme se protegió del frío, la protagonista femenina “debió quitarse el abrigo con el que llegó a la rueda de prensa y exhibir su cuerpo”. Al menos esa fue la interpretación de usuarios de redes sociales y medios de comunicación. En Twitter algunos usuarios enfatizaron lo machista de la imagen y no dudaron en denunciar la presión a la que las mujeres están sometidas en los eventos públicos.
Pero tras numerosos comentarios de diferentes personalidades, la propia actriz aseguró –en una publicación en Facebook– que el vestido de Versace era “fabuloso” y no pensaba cubrirlo con abrigo o bufanda. “Esto es sexismo. Esto es ridículo, esto no es feminismo. Sobrerreaccionar a algo que alguien diga o haga, crear controversias sobre cosas tontas e inocuas como lo que elijo vestir no es movernos hacia adelante”, aseveró.
“Estuve afuera por cinco minutos. Me hubiera parado en la nieve por ese vestido porque amo la moda y esa fue mi elección”, explicó la intérprete. “Todo lo que me vean usar es mi elección. Y si quiero tener frío, eso también es mi elección”.
Esta respuesta de Jennifer Lawrence da justo en el centro del debate feminista. ¿Cuál es la motivación detrás de la causa? ¿Tener la plena capacidad de decidir o establecer una línea de acción y moral que nos defina como feministas? ¿Acaso existe el código de conducta de la buena feminista?
Si bien es una realidad que la explotación del cuerpo femenino y la sobreexposición del mismo como mercadotecnia es algo por demás conocido, y contra lo que hay que luchar desde la trinchera de la educación y debate, nos olvidamos que no existe la unicidad en el pensamiento ni en el ejercicio de la personalidad.
A últimas fechas nos hemos estancado en debates sobre el deber ser de la mujer empoderada y libre, siendo paradójico que se quiera imponer una normatividad a la libertad. “El feminismo, en el fondo, exige que las mujeres sean tratadas como seres humanos libres”, escribe la politóloga Drucilla Cornell. Pero es difícil ser libre cuando las opciones son limitadas por dogmas que, en lugar de liberarnos para ser plenas, nos limitan a cumplir con el deber ser. Parafraseando a Jennifer Lawrence, ser libres “también es nuestra elección”.
Buscapiés
Otra sobre ropa. En la misma semana, el equipo de patinaje de velocidad de Estados Unidos fue uno de los protagonistas de burlas en los Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang, Corea del Sur, debido a sus uniformes, los cuales tienen un parche gris que destaca bastante la zona de la entrepierna y los genitales. Abundaron los comentarios de escarnio, pero también de rechazo. Por lo visto, más allá de la cosificación de la mujer, persiste otro problema de fondo, no menos importante: nuestro tabúes en torno al cuerpo persisten. Urge vencer la ignorancia. Sólo así acabaremos con la discriminación y la misoginia, entre otros prejuicios. Las falsas moralidades vetan la información sexual, pero tergiversan y generan morbo en torno al cuerpo.
