Arranca nuestro año con las pre-campañas políticas para las próximas elecciones en julio. Entre diversos estudios y ensayos sobre valores e idiosincrasia de los mexicanos, así como el imaginario colectivo, hay un consenso acerca del hecho de que el valor “familia” es uno muy importante en la población, por lo que quienes manejan la imagen y los mensajes de los candidatos (los presidenciales y los demás) hacen un especial énfasis en hacernos llegar la idea de que a los candidatos “les importan las familias”.
Se entiende que una cosa son los spots en los medios de difusión y otro nivel se espera de los planes de gobierno, en los que se podrá estudiar a detalle lo que estos candidatos y candidatas proponen para demostrar de qué manera les importan las familias; sin embargo no deja de ser muy pobre, por no decir que es entre un “atole con el dedo” y una franca subestimación de la inteligencia de los ciudadanos y ciudadanas, que una mención a las familias (peor, a la familia) o la aparición de los candidatos con las propias, conmueva o convenza a los ciudadanos y ciudadanas para considerar que a esa persona le importa lo que a mí me importa con relación a mi familia, a la inmensa diversidad de familias.
Y es que esta primera gran simplificación del concepto es lo que representa un problema. Quienes piensan en “la familia” lo hacen desde clichés sobre lo que “ésta” necesita para su bienestar; pero ellos no están difundiendo políticas públicas, sino imágenes de “unidad, normalidad, felicidad, armonía, heteronormatividad”, implicando que la felicidad proviene de esa estructura y de lo buena persona que los candidatos son con sus familias. Es que entre un anuncio de Santa Claus trayendo regalos y alegría a los hogares blancos, clase media y heteronormativos, y las escenas de los candidatos en familia, no hay mucha diferencia.
Acepto darles el beneficio de la duda respecto a las políticas públicas que planteen al respecto. En mi experiencia con familias me gustaría mencionar por ahora un par de ideas sobre cambios que harían alguna diferencia en la calidad de vida de muchas familias: el tiempo y las diferencias de género.
Muchas de las madres y padres que atiendo invierten demasiadas horas de su día transportándose y en el trabajo, lo que da como resultado que no se conviva o muy poco con los hijos e hijas. Esto no es solo un problema del transporte, las distancias y la gentrificación. Hacer una planeación más racional de los horarios de trabajo para que las personas convivan con sus familias, sí traería un beneficio en la crianza de los hijos. Es inhumano y atenta contra la salud mental y física que las personas vivan estresadas con el tema del tiempo, que les aseguro ocupa gran parte de las problemáticas familiares.
Tiempo, trabajo y género: no basta que se hayan agregado unos escasos días para que los padres también los tomen cuando la esposa da a luz. Es necesario que legal y culturalmente se exija que cuando existan dos adultos a cargo, estos estén obligados en la misma proporción a asistir a las obligaciones escolares. Se da por sentado que si el niño o niña está enfermo, que si hay junta, que si se requiere la presencia de alguien, que si hay que ir a las actividades festivas y culturales, de entrada es la mamá la que tiene que ir, pedir permiso. El prejuicio que existe respecto a que es un problema contratar a madres porque van a salir corriendo si los hijos están enfermos (bueno, es que sí), también está relacionado con el hecho de que los padres no se sienten con el derecho de pedir permiso para estas actividades. Si hubiera una obligación repartida (que puede ser más evidentemente natural en las familias homoparentales) las mujeres dejarían de tener este estigma que siempre “les resta” en su imagen de eficiencia.
Así, si les llega a interesar a los candidatos qué quieren las familias, no les va a alcanzar una encuesta que diga que a las familias les importa la familia, tendrán que pensar más complejo.
Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.