Porque no hice caso de ponerme el suéter si te enojabas.
Porque no pensé que podías tener razón.
Porque nunca pensé que una tarde de feria y de volantines y algodones de azúcar te hacían más feliz a ti que a mí.
Porque nunca creí que soltarme a correr como loco te daría un infarto y pensar que no volvería a tus brazos, era sólo cosa tuya.
Porque nunca pensé que correr tras un cometa era más emocionante para ti que para mí. Nunca lo habías hecho.
Porque nunca imaginé que la plastilina era más creativa en tus manos que en las mías.
Porque nunca me cercioré de saber que pasaba por tu cabeza, porque solo tenías tiempo para la mía.
Porque nunca concebí que podías pintar el cielo de colores y darle los efectos que tú querías que yo viera. Y los sigo viendo.
Porque nunca acaricié mis cabellos como lo hacías – y como lo haces- mientras dormía
Porque nunca me di cuenta que una sopa era más para mí que para ti.
Porque siempre recibí el halago del niño bien peinado y bien vestido y el que siempre tenía una ración de más para el que no traía suficiente.
Porque hice honores a la bandera y me porté quieto, enérgico y solemne.
Porque las vecinas te decían: “que bonitos niños”,
Porque papá siempre te dejó a cargo de ser la inmaculada.
Porque ni papá entendió.
Porque siempre lo entendió.
Porque ahora me doy cuenta de lo mucho que te robé y que no tengo con qué devolverlo.
Porque si tú fueras la dueña de ese carrusel, serías la más feliz.
Porque si pudiera te daría las más grandes dichas de espumas, de volovanes, de burbujas y de saltos en costales.
Porque si pudiera manejar el tiempo, te llevaría a un lugar donde nadie te toque.
Porque si nadie te toca, solo yo puedo amarte y hacerte feliz.
Porque los que han leído dicen que tengo complejos de Edipo y me los paso por el Arco del no sé qué.
Porque si tú tuvieras más vidas, te regalaría las que me quedan para que no te vayas nunca.
Porque si hubiera sabido cómo te regodeas en tus nietos, te hubiera dado más de treinta.
Porque si alguien sabe lo que amas soy yo.
Porque si un día me invitas a conocer la azotea del cielo, seguro voy contigo.
Porque ese mismo día que me dijiste: “aquí está tu casa”, me hiciste entender que no es la puerta, es el hogar.
Gracias por siempre, madre.
Raúl Piña. Egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a nadie”.