viernes 29 marzo, 2024
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«VÍA LIBRE» Ojos que te vieron ir… cuándo te verán volver

Por. Raúl Piña

Migrar nunca ha sido fácil para nadie. Nunca.

No importa si es por estudios, por matrimonios con gente de otro país o por hartazgo de vivir bajo regímenes políticos que nos explotan, nos cansan, nos vejan, nos coartan, nos matan de hambre, nos exponen a la inseguridad o al desempleo.

También hay quienes huyen de la violencia. Ésa de género. De mujeres maltratadas, robadas, tratadas en el mercado sexual. Hay otros que huyen porque su preferencia sexual y buscan protección, cobijo, amparo en otras tierras, en otros lares donde son más aceptados, respetados y arropados bajo políticas que basan sus constituciones en el respeto a los derechos humanos.

Hay tantas maneras de emigrar, pero todas sin duda, son tristes.

Dejas atrás miradas que se van en tu corazón. Dejas el patio donde jugaste, el árbol donde te columpiaste, la calle vieja y larga. Ahora sola. Tu escuela, tus amigos, tus comidas, tus recreos, tus bebidas favoritas. Aquel río donde solías pasar tardes frescas y donde seguramente despertaste a la adolescencia. Las ventanas, los techos, los ruidos, los rumores, los olores, los sabores, las mañanas y las noches con su peculiar olor y sus ruidos. El silencio de tu cuarto y de tus historias.

Se queda tanto atrás.

La mirada de tus padres, de tus abuelos. De tus amores.

Nunca sabes si volverás. Nunca sabes si te esperarán. Lo único cierto es que te vas.

Ya lo dijo Pablo Milanés…

Dónde estarán los amigos de ayer.

La novia fiel que siempre dije amar.

Dónde andarán mi casa y su lugar.

Mi carro de jugar, mi calle de correr.

Dónde andará la prima que me amó.

El rincón que escondió, mis secretos de ayer.

Yo emigré a Canadá en julio 26 de 1996.

Aunque ya hablaba inglés, no fue del todo fácil llegar a un país desconocido, con otra lengua – dos en este caso, inglés y francés- y comenzar una nueva vida.

Ya no está tu mamá para hacerte tu sopita de fideos, ni tu papá para decirte qué te conviene o qué no.

Empiezas a hacer nuevos amigos y aprenderte nuevas rutas.

La comida no es igual, y nunca se va a parecer a ninguna que probaste antes en tu país.

Tienes que aprender a cocinar para acercarte lo más que puedas al sazón de tu madre.

En mi caso, lo difícil fue adaptarme al clima. Temperaturas de menos 35 grados son fatales y más, si vienes de países cálidos.

Conocí migrantes de Cuba. Rusia. Polonia. China. Corea. Colombia. Chile. El Salvador. Honduras, Nicaragua, Panamá, Venezuela, Brasil, Ghana, Etiopía, Siria, Irán, Irak, Ecuador, España, Uruguay. Y todos los nuevos países del viejo bloque soviético.

Migrantes de todas partes del mundo, de todas las religiones, de todas las culturas, de todas las lenguas y de todos los miedos al llegar.

Veo en la noticias, la salida de miles, de miles de afganos. Me corre el escalofrío por la espalda.

Niños que lloran, mujeres que oran, hombres que respiran profundo. Mucho miedo. Mucha incertidumbre.

Mucho temor. Pero también, muchas ganas, mucha necesidad de salir de ahí.

Su propio presidente los abandonó.

Aviones americanos llenos con gente ansiosa de salir del país.

El destino es incierto, pero vale más que vivir con miedo a morir.

¡Los talibanes han vuelto!

Miro en las noticias las multitudes queriendo subir al avión. Miro a los que se cuelgan de las alas de la nave y caen.

Que triste. Que terrible manera de comenzar una nueva vida.

Todos somos migrantes. Aventureros. Pero no todos migramos de la mejor manera.

A donde quiera que lleguen todos los afganos que están huyendo, ojalá la vida les tenga mejores frutos y mejores oportunidades. Ojalá.

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