Ayer, en algún momento del camino, me tocó el semáforo en rojo y recordé que tenía un pendiente… saber de Doña Ale, una señora de 62 años que conocí, que vende pan en la calle y que a pesar de que ha seguido al pie de la letra las instrucciones del médico, su pie diabético, ha tardado muchísimo en sanar y no se ha sentido bien últimamente. Hacía tres días, que le había ofrecido a su hijo, Alejandro, que me dijeran qué medicamento necesitaba y apelando a la buena voluntad de quienes me leen y siguen podría quizá conseguirla. En eso quedamos.
El semáforo seguía en rojo, pero cuando cambió a verde, doblé a la derecha y luego a la izquierda y llegué, ahí estaba ella y su mesa con pan, sentada en una incómoda silla de madera, en la puerta de una casa blanca, junto una farmacia.
Me estacioné como me ha enseñado mi papá –en 3 tiempos– y bajé a saludarlos. En segundos me enteré de que su hijo Alejandro de 17 años, que estudia en un Conalep y además tiene un talento nato para imitar casi 50 personajes y le he dicho que estudie para ser un talentoso imitador, trabaja en esa farmacia; lleva caminando los pedidos a domicilio a cambio de medicina para su madre. ¡Gracias que vino, ya me dijo mi Ale que nos conseguirá medicina, le estoy muy agradecida por lo que ha hecho con nosotros!, me dijo Doña Ale. La plática duró apenas unos minutos y quedamos en que me enviarían por Whatsapp la receta.
Al despedirme un hombre, de ojos claros, mayor, canoso, con una brocha con pintura blanca en su mano derecha, me esperaba.
–¡Hola! le dije, un tanto desconcertada porque no sabía cuál era la razón de esperarme en la puerta de mi carro.
–Hola, ¿Usted, es doctora?, me preguntó.
–No, no lo soy, ¿pero qué pasa?, cuénteme.
–Es que, yo… me siento muy muy mal, y necesito que me ayude… ¿Usted, es católica?
–Sí, aunque ya no creo ni confío en los sacerdotes. Sí, creo en Dios y en la Virgencita, ¿pero, dígame que pasa? ¿Cómo se llama?
—Mario, tengo 69 años. ¿Cree usted, que Dios nos pone en el camino a las personas correctas, en el momento en el que lo necesitamos, como ahora?
-Sí, sí creo en eso, pero dígame Don Mario, ¿qué pasa?
Aquel hombre de cabello cano, despeinado, con la camisa por fuera y suéter holgado, con mirada cristalina, me miró a los ojos y como un niño, se soltó a llorar. Lo abracé. Con mucho dolor y voz entrecortada, apenas perceptible, me dijo:
“Tengo ganas de salir corriendo y gritar, me siento ya muy mal, tengo ganas de quitarme la vida. Ya le perdí el gusto hasta la comida. Me da miedo que la noche llegue y que los pensamientos malos me ataquen y en el día ya me cansé de estar tan angustiado, cansado, ¡ya no quiero vivir!”.
–Don Mario, míreme… ¿Cómo le ayudo? ¿Ya lo atienden en alguna institución?
–Sí, mis hijos me llevan al Hospital Psiquiátrico en la zona de hospitales en Tlalpan, ellos me apoyan, me cuidan, me llevan, me traen, pero ya me cansé de tomar medicamentos, ya no quiero, todo el día tomo pastillas. Hace poco quise quitarme la vida y fallé, ¡fallé! ¡Ayúdeme, ya no quiero sentir esta desesperación, esta angustia, estas ganas de hacerme algo!, me decía mientras yo lo abrazaba.
–¿Quiere que busquemos un psicólogo?, al final, usted ya está siendo atendido en una de las instituciones más reconocidas y con más prestigio en este país. Sin embargo, creo que le hará muy bien hablar con alguien y encontrar qué le pasa a su niño interior y sanarlo, descubrir en qué momento algo se rompió dentro de usted para llegar a estos pensamientos.
–¡Ayúdeme! sí, sí, eso es lo que quiero, hablar, hablar, hablar, tengo todo atorado en la garganta y yo estoy tan cansado que lo que quiero es quitarme la vida.
–Don Mario, le dije sin ningún derecho, quitarse la vida es una decisión personal pero seguramente, si usted, con todo y ayuda, decidiera finalmente hacerlo, eso nos dolerá muchísimo y digo, nos, porque ahora me lo ha confiado a mí y ahora lo sé. Sus hijos, nietos, sus verdaderos amigos, tendrán un dolor para siempre; un dolor inmerecido para todos y habrán muchas preguntas sin respuesta. ¡Hagamos algo! Conseguiré un psicólogo o psicóloga que pueda atenderlo, escucharlo, ¿le parece?
–¿En serio? La esperaré, no me haré nada. Eso se lo prometo.
–Gracias, Don Mario. Regresaré, con noticias para usted.
En una encuesta del INEGI (2013) leí que en ese año, 954 personas mayores de 60 años se quitaron la vida. En el 90 % de los casos, los hombres son más proclives al suicidio, ya que las mujeres tejen redes de apoyo que les ayudan a combatir la depresión. En el caso de suicidio en adultos mayores, logran su cometido uno en cada cuatro.
Me despedí de Doña Alejandra, de Alejandro y de Don Mario. Al subir a mi carro y emprender de nuevo el camino, deseé tanto que esta historia encuentre lectores sensibles y sea compartida y llegue a especialistas, quizá un psicólogo o psicóloga que pueda ayudarle a encontrar a Don Mario esas respuestas que tanto busca y no encuentra.
Don Mario vive al Oriente de Ciudad de México, en Iztapalapa, en una de las delegaciones donde el abandono social y la falta de recursos económicos no solo se mira en sus calles desprovistas de seguridad, sino en muchos de sus habitantes.
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Yohali Reséndiz, periodista: “Amo el periodismo de investigación y denuncia, todos los días lo ejerzo. Soy intolerante a los estúpidos, abusivos del poder, corruptos, ladrones, machistas, violentos. No soporto la mentira ni tampoco a quienes discriminan”.
@yohaliresendiz / periodismoatodaprueba@gmail.com, fundacionyohaliresendiz@gmail.com