viernes 17 mayo, 2024
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«METAMORFOSIS»: ¿Qué has hecho, Rigoberto?

Preocupado porque su recompensa divina peligraba, Rigoberto (Salgado), el apóstol morenista de Tláhuac, pedía a sus súbditos que le dijeran cómo librar la guerra contra los malos que iniciara Miguel Ángel (Mancera), el gobernador de la Ciudad de México. Se paseaba nervioso por su palacio evitando a toda costa el juicio político y público desatado luego de la muerte de un peligroso “pecador” conocido como el “Ojos”.

“¡Qué has hecho, Rigoberto!”, escuchó la voz de su Dios. “¡Mentí, Señor!: dije que no conocía al perverso delincuente y su sobrino era parte de mi gobierno y de mi familia ¡Ahora quieren mi cabeza!”.
La furiosa voz de Andrés Manuel López Obrador salía de una zarza ardiente que cegaba a Rigoberto. “¡Quieren destruir mi reino, pero no podrán porque mis apóstoles se echarán la culpa de todo para no manchar mis alas!”, le dijo. “¿Qué hago entonces, mi Dios? Sé misericordioso y no me retires tu bendición: has perdonado a otros más pecadores que yo que te he servido fielmente, poniendo a tus pies a miles y miles de justos en búsqueda de una vida mejor”.

“No te preocupes, Rigoberto, enviaré a tu palacio a otros de mis apóstoles que tienen gran experiencia en mentir: Martí y Yeidkol. Tú y ellos deberán enfrentar a quienes quieren acabar con mi reinado. Eso sí, ¡recuerda que si me mencionas te negaré cuantas veces sea necesario hasta que seas desterrado y pises el infierno!”. Con la cabeza agachada, Rigo aceptó humildemente la orden de su Dios, mientras tímidamente le preguntó:

“¡Señor!, ¿cuándo volveré a saber de ti?”.

La zarza aumentaba de tamaño y su llama era fulminante, tanto que las paredes del palacio de Rigoberto temblaban amenazando con derrumbarse.

La voz del mesías de MORENA, nombre puesto a su reino, rugió de tal forma que Rigoberto cayó de rodillas sin levantar la vista. Todo su ser se estremecía de sólo pensar que por confiado y no denunciar al pecador “Ojos” sería echado del paraíso para emprender un camino donde sería devorado por los enemigos de su amado Dios. De nada le valdría haberle rendido tributo a Claudia (Sheinbaum), la apóstol mujer más cercana a Andrés Manuel y su elegida para quitarle el trono a Miguel Ángel.

“¡No lo sé! Estaré en La Chingada, ya sabes que tardo para responder cuando se trata de delitos de mis creyentes”.

“Sí, Señor, lo sé. Eva Cadena, tu recaudadora, sigue en el purgatorio por no haber actuado inteligentemente cuando le estaban dando dinero para hacer crecer tu divino reino”. El intenso calor despareció dándose cuenta que su Dios Andrés Manuel se había ido dejándolo en la más terrible de las angustias. Martí ya había dicho que no metería las manos al fuego por él, así que tendría que enfrentar a los gladiadores que exigían su presencia en el Coliseo de Donceles.

Con nostalgia recordó sus días de gloria: todos los justos de Tláhuac le rendían pleitesía a su paso mientras el pecado engendrado a través de la venta y distribución de droga, cobro de piso, extorsión, secuestro y asesinato crecían desmedidamente en su gobierno. Miró fijamente las columnas que sostenían su palacio y lentamente se dirigió hacia el exterior donde decenas de periodistas lo esperaban para que se declarase culpable o inocente.

Rigoberto Salgado había dado poder y dinero a sus hermanos que construyeron dentro y fuera de Tláhuac sus propios imperios. Ricardo, uno de ellos, con bicitaxis y mototaxis que durante la ejecución del “Ojos” se unieron para quemar vehículos de transporte público en protesta.

Miles, cuentan, fueron los asistentes al sepelio del capo que dejó como herencia bandas de Mara Salvatrucha y narcotraficantes. Rigoberto no supo ni sabe.

Tomando aire hasta llenar sus pulmones, el apóstol del Dios tabasqueño abrió las puertas de su palacio y con la mano en alto gritó: “¡Soy inocente, no sabía nada!”.

En tierra ajena tronó la voz de Andrés Manuel: “Es guerra sucia, es un complot; los delegados no tienen facultad para investigar el narcotráfico”. Olvidó que Rigoberto se había lavado las manos asegurando que en el pobre pueblo de Tláhuac solo había pecados menores…

 

#Columna de Elena Chávez. Estudió periodismo en la escuela “Carlos Septién García”. Ha escrito los libros “Ángeles Abandonados” y “Elisa, el diagnóstico final”. Reportera en diversos diarios como Excélsior, Ovaciones, UnomásUno; cubrió diferentes fuentes de información. Servidora Pública en el Gobierno del Distrito Federal y Diputada Constituyente externa por el PRD. 

 

 

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