En mi equipo del ILEF, en el que solemos discutir los casos que vemos, continuamente nos encontramos con un aparente obstáculo de la crianza debido a una concepción dominante sobre ésta. Los padres creen que no pueden criar a las hijas mujeres y las madres creen que no pueden criar a los hijos varones. O por lo menos creen que no los pueden criar “completamente” y que para que un niño se desarrolle plenamente necesita la figura de un padre y una niña necesita una figura femenina.
Esto lo piensan en general las familias, sin importar su composición, pero especialmente si “falta” alguno de los padres o madres. Les hemos preguntado qué creen que pase si una mamá cría hijos varones: “no va a enseñarles a ser hombres”, dicen.
Y es verdad que estas ideas están avaladas por mucha literatura psicológica que respalda la premisa de que las identidades femeninas y masculinas se construyen justo en la identificación con el padre o la madre. Desde la teoría hasta el pensamiento del común de la gente, finalmente todo eso compone la cultura dominante, ideas avaladas por la ciencia que pasan a formar parte del sentido común o viceversa. No voy a negar la validez de ciertas teorías.
El problema ocurre cuando en la vida cotidiana, ciertas ideas se vuelven restrictivas para nuestros afectos, preferencias, valores y deseos.
La premisa dominante es que hay cosas que hacen los hombres que te definen como hombre y cosas que hacen las mujeres que te definen como mujeres. ¿Qué son esas cosas? ¿Y en verdad esas cosas te definen como mujer u hombre? ¿Cocinar, trabajar, cambiar llantas, acunar a los bebés, cambiar pañales, estudiar, llevar las cuentas, ayudar con la tarea, lavar trastes, hacer arreglos domésticos… de verdad es cosa de hombres o de mujeres? Ya sé, falta el tema crucial, el sexo, hablar de sexualidad a los hijos es algo que muchos padres y madres siguen considerando que solo puede hablarse entre personas del mismo sexo.
Desde una visión de construcción de relaciones igualitarias y equitativas y de respeto a las diversidades (visión que no tiene que negar componentes biológicos de la complejidad humana), hoy sabemos que ser mujer u hombre no está determinado por una serie de funciones exclusivas para uno u otro. Mientras estas ideas de igualdad se han ido integrando a la cultura, podemos pensar en muchas de las tareas mencionadas y podemos imaginar fácilmente a personas de cualquier género haciendo básicamente lo que les dé la gana. Aunque como individuos se nos faciliten más algunas cosas o tengamos ciertas preferencias.
Sobre la sexualidad, que en mi experiencia insisto que sigue siendo el tema que más preocupa cuando madres solas tienen hijos varones y viceversa, sucede que de hecho es un tema que cuesta hablar en general, más allá de padres e hijos.
Y la complejidad del tema incluye la posibilidad de distinguir entre la normalidad del tema, para hablarlo sin tabúes y algo fundamental, la decisión respetable de cada quien, la autonomía, sobre cuándo y con quién, cómo y qué quiero hablar del tema. Porque tampoco asumamos que nuestros hijos quieren hablar del tema con nosotros, seamos del género que sea.
Lo que mejor podemos hacer es proveer de información seria publicada y de la confianza para que hablen con nosotros o confíen en que los contactemos con alguien que pueda hacerlo.
Finalmente, los padres y madres deberíamos ocuparnos más en ser ejemplo, con nuestra conducta, de las personas que nos gustaría que fueran nuestros hijos e hijas, practicando los valores de nuestra preferencia; sabiendo y respetando que finalmente elegirán sus propios valores y preferencias y sabiendo que su identidad sexual no depende de lo que les enseñemos o queramos nosotros.
Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.
