“A mí, ninguna vieja me va a ordenar qué hacer”, fueron las palabras que alcancé a escuchar cuando terminé una llamada laboral en la que rechacé una propuesta que me había sido enviada. Del otro lado, mi interlocutor estaba furioso de sentirse presionado a cambiar su propuesta debido a que “una vieja era la que estaba decidiéndolo”.
Esta llamada no difería mucho de una cita celebrada un par de meses atrás. La persona que llegó conmigo para tratar un asunto de importancia y bastante complejo resultó ser un conocido de mi padre. Al enterarse de que era yo su interlocutora, me dijo: “Me siento mal con tu papá de estar incomodando a su princesa, a su niña. Ofrécele mis disculpas por el mal rato que te estoy haciendo pasar”.
Lo más incómodo es que no llevaba sarcasmo implícito, sino que, a pesar de mi experiencia laboral o trayectoria académica, el señor sólo lograba ver en mí a “una hija de papá, una princesa”.
Estoy segura que miles de mujeres podemos contar historias en torno a la lucha que debemos dar para ser tratadas como iguales por los hombres en un entorno laboral.
The New York Times invitó a sus lectoras a compartir sus experiencias y las publicó el pasado 20 de junio en un texto titulado: “¿Hay un hombre con el que se pueda hablar? Historias de sexismo en el lugar de trabajo”.
Es un tema que puso de moda en Estados Unidos la compañía Uber, cuyo CEO y fundador, Travis Kalanick, dimitió la semana pasada por una serie de escándalos en esa empresa, entre ellos acusaciones de acoso sexual y una declaración de uno de sus ejecutivos, David Bonderman, quien consideró que aumentar el número de mujeres en el cuerpo directivo de la empresa sólo provocaría que hubiera “más habladera”.
Más de mil mujeres respondieron a la convocatoria de The New York Times, ofreciendo vivas anécdotas de las veces que habían sido penalizadas por hablar y discriminadas en términos de salario, ascensos o embarazo; o interrumpidas por sus colegas masculinos al momento de tomar la palabra, como le ocurrió muy ostensiblemente a la senadora californiana Kamala Harris, durante dos audiencias con funcionarios de Donald Trump.
Ser discriminada, menospreciada o ridiculizada por ser mujer es lo que enfrentamos a diario.
En México, la presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), Alexandra Haas Paciuc, ha reconocido que son comunes los despidos por embarazo y el impedimento a recibir algún ascenso de puesto de trabajo por estar en edad reproductiva.
Javier Vázquez, presidente de la Asociación por la No Discriminación Laboral por Edad o Género, expuso en una nota para El Financiero que las leyes que existen para combatir la discriminación no son malas; el problema es que no se aplican al 100 por ciento y que los organismos que existen para ejercerlas no tienen la suficiente coacción sobre los agentes segregadores.
“No tienen la coacción y no se pueden meter con particulares, sólo con servidores públicos, eso provoca que la gente desista en sus demandas. Por ejemplo, la Comisión Nacional de Derechos Humanos no puede sancionar a particulares y 83% de las quejas son contra empresas”.
De tal manera que no ser segregada es cuestión “de buena voluntad”. Cabe señalar que estas prácticas discriminatorias se fundamentan, principalmente, en supuestos culturales, mitos, percepciones tradicionales y estereotipos que tienden a descalificar el trabajo realizado por las mujeres. Estereotipos que no se romperán mientras nosotras mismas no alcemos la voz.
Los golpes duelen, pero también el ver pisoteados nuestros esfuerzos. Somos mujeres, seres humanos con sueños y metas. Debemos ser evaluadas y remuneradas de acuerdo con nuestras habilidades y no por nuestro género.
Que en el trabajo no somos “la hija”, “la señorita”, ni “la guapa”. Tenemos posiciones que hemos ganado con nuestras habilidades y conocimientos. Es hora de decir basta, #NiUnaMas. Permitir que sigan matando nuestros sueños y aspiraciones es como estar muertas en vida.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y doctora en Educación.