Chicago Illinois, Estados Unidos. Reunidos en la sala de junta de Casa Michoacán, nos disponemos a realizar la entrevista con Eduardo Ramírez y su familia. Es un lunes, día de trabajo, pero hicieron un espacio en su agenda y actividades con sus familiares que vienen de México gracias al programa de Palomas Mensajeras. Como preámbulo, explico el objetivo del programa y el alcance que puede llegar a tener en México si otros gobiernos estatales hacen lo propio para reunir a la familia fragmentada por el fenómeno de la migración de mexicanos hacia los Estados Unidos.
En la conversación, además de Eduardo Ramírez Heredia, se encuentra José Guadalupe Ramírez González y María Teresa Hernández Padilla, padres de Eduardo. Ambos nacieron en del Municipio de Zinapécuaro, Michoacán. Tuvieron que pasar 25 años para volverse a ver. El lenguaje corporal así lo deja ver. La emoción de verse de nuevo en tantos años se aprecia de inmediato. Conforme pasan los minutos, los ojos de los tres se humedecen; el llanto es contenido.
“La vida en Michoacán hace 25 años era muy triste; no había trabajo. Solo en el campo nos podíamos emplear y eso a veces, cuando nos hacían favor de darnos empleo en las huertas, raspándolas; o en el tiempo de cosechar el maíz, es cuando nos ocupaban y no era todos los días; con suerte, nos contrataban una o dos veces por semana porque no había para pagar a los trabajadores. Por eso la gente salía de la comunidad. Por eso mi hijo se vino de pequeño. Además, otras personas los empezaron a inducir a que se animara a venirse a Estados Unidos. A pesar de que le advertíamos de los riesgos, nada pudimos hacer. Estaba decidido. Así fue. Desde entonces no lo veíamos”, recuerda el señor José Guadalupe, sobre la partida de Eduardo.
Por su parte, la mamá, la señora María Teresa, nos cuenta que su vida hace 25 años era muy alegre. “Tenía a todos mis hijos, pero ya que se vino Eduardo y el otro, fue muy pero muy triste”. Interrumpo la conversación. María Teresa se limpia las lágrimas y toma aire. Continúa: “Me faltaban ellos, han sido años muy difíciles, pero ahora que me enteré de este programa le dije a mi marido que averiguáramos más, que quizá era cierto lo que decían de poder visitarlos. ¡Bendito sea Dios que sí pudimos venir para abrazarlos y decirles que los queremos mucho!”.
Eduardo rememora su vida en Zinapécuaro hace 25 años. “Era una persona feliz; gozaba de libertad en mi pueblo y disfrutaba a mis papás. Trabajaba, pero no era suficiente. Me costó trabajo decidir emprender la aventura hacia Chicago. Llegó el momento de que ya no me quería venir, pero ya no me podía arrepentir, todo estaba listo. Era muy joven, vine a cumplir los 15 años en Estados Unidos. La pasada estuvo bien. Fue por Arizona. No batallamos. De ahí nos vinimos en avión. En ese tiempo se podía viajar sin problemas. Recuerdo el frío de Chicago. La nieve; nunca había visto tanta. Desde entonces, solo por medio de cartas me comunicaba porque en casa de mis papás no teníamos teléfono”.
Los tres concuerdan con que si no fuera por este programa, simple y sencillamente nunca más se hubieran podido ver. “Nosotros no tenemos el dinero para venir y mi hijo ya hizo su vida. Tiene su familia, por eso nunca lo presioné para que regresara a México, porque sufriría lo que yo. Mejor que disfrute a sus hijos allá. Con que él nos hablara por teléfono, con eso me conformaba. Está entre la espada y la pared”, sostuvo la madre de Eduardo.
Los padres de Eduardo coinciden en que su hijo está bien porque tiene trabajo y una bonita familia. Regresarán a México contentos. Han visto que su hijo es feliz y con eso pueden estar tranquilos en Michoacán. No descartan regresar porque les dieron la visa por 10 años. La esperanza de regresar a verlos les da una razón más para vivir. Mientras tanto, se encargarán de hablar del programa para que la gente que está en una situación similar, se inscriba y participen.
“Muchos no se apuntaron al programa porque decían que era una mentira. Nada más falso que eso. El programa funciona y si no, aquí está nuestra historia para constatarlo”, concluyó la señora María.
Doctor Adolfo Laborde. Analista Internacional.