jueves 21 noviembre, 2024
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CONSULTORIO POLÍTICA DE LO COTIDIANO

«POLÍTICA DE LO COTIDIANO»: Familias racistas

Hace un tiempo, mi querido colega y mentor, Nacho Maldonado, de origen argentino y con 40 años trabajando con familias mexicanas, me hizo notar cuán a menudo en este país las personas hacían un comentario en algún momento, dentro y fuera de la consulta, sobre el tono de la piel, propia o ajena, como un tema de cierta o mucha importancia y como un constituyente básico de la identidad, especialmente en comparación con otros.

Yo sólo lo había notado en un racismo muy evidente. Pero empecé a tomar conciencia de que aun sin aparente carga de discriminación, la sola mención, más allá de lo descriptivo de una fisonomía, la mayor parte del tiempo contiene un grado de “mejor o peor”.

Pongo el ejemplo de mi hermana y yo. Ella me compartió, ya en la adultez, una sorpresa que tuvo en la adolescencia sobre su imagen. Toda nuestra infancia la gente que nos veía decía de nosotras: “la güerita y la morenita”, antes que nada, antes que la edad, antes que cualquier otro detalle. Y que ella creció sintiéndose muy morena, hasta que ya en la secundaria alguien la describió como “blanquita”, y eso le causó gran sorpresa. Si me lo preguntan, no hay mayor diferencia en nuestro color de piel, pero así nos fueron etiquetando y desafortunadamente no puedo decir que no tuvo un impacto negativo en ella, porque la distinción no era neutral. No suele ser neutral en una sociedad racista como la nuestra.

El racismo en las familias es uno de esos componentes sutiles, y a veces no tanto, de la violencia familiar. He confirmado lo que Nacho dice sobre el gran peso que tiene esa distinción en nuestra cultura, que siempre tiene efectos. Las cosas que se dicen en las familias racistas abarcan afirmaciones como: “le decimos el negro porque es el más moreno de la familia”; “me decían que yo era recogida porque era más morena que los demás”; “mi abuela siempre me hizo menos porque yo no era blanquita”; “está bien bonito: blanquito, blanquito”; “en mi familia nos dividíamos entre los que éramos morenos como mi papá y los que eran blancos como mi mamá”. Y ni qué decir de cuando se habla con insultos directos o descripciones negativas de terceros que incluyen el color de la piel, especialmente el moreno.

Hoy todo mundo se sorprende de que un personaje racista como Donald Trump gobierne un país que ha vivido una historia de esclavitud y racismo, y también una lucha por la igualdad de derechos. Pero cuesta mucho mirar el racismo en nuestras familias porque está disfrazado de excusas como “es de cariño”, “es de broma”, “a ella le gusta que le digan así”, “a él no le molesta”, “así nos llevamos”.

El racismo en las familias hace que las diferencias en el tono de la piel se transformen en términos de superioridad e inferioridad, esto es discriminatorio y toda discriminación es una forma de violencia. Lastima y hiere, por muy normalizado que esté al interior. Y como prueba están las historias íntimas que, quienes han sido discriminados de este modo, con mayor o menor sutileza, pueden contar.

Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF. 

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