El agente del Ministerio Público y el policía de guardia no pueden disimular la burla en sus rostros al escuchar la denuncia de Federico. Éste a su vez no puede creer que no exista un medio, una ley, una instancia, un funcionario, un artículo que lo defienda, que le dé ayuda, que le garantice seguridad a su persona y a su integridad.
Federico, una vez más ha sido víctima de la violencia de su pareja (Armando), quien presa de los celos, sus inseguridades y el alcohol, arremete contra él cuando “sospecha” que le es infiel o le oculta algo.
Los vecinos se han cansado de llamar a la policía, quienes cansados también de intentar calmar los ánimos, se retiran riéndose de ver a dos “mariquitas” agarrarse a bolsazos –como ellos dicen– al momento de irse del departamento de la pareja.
Federico ha recibido golpes tan fuertes de parte de Armando que ha tenido que recurrir al servicio de urgencias de la clínica cercana a su casa.
“Pues usté también es hombrecito, péguele igual como él le pega a usté”, dice tranquilamente el M.P. El poli se aguanta la risa y mejor se voltea para no delatar que esta situación le parece grotesca y hasta un poco surreal. Dos hombres que viven juntos y que se dicen pareja, ¡se golpean!
“Entonces, ¿van a esperar a que yo esté muerto para actuar?”, grita Federico en la oficina de la delegación.
“Deje a su noviecito mejor y búsquese otro que no le pegue tan feo”, dice a voz en pecho el policía de guardia.
Los amigos de Federico se lo han repetido una y otra vez: “Déjalo, esa relación es tóxica y ya no hay amor, sólo costumbre y rutina”. Federico se niega a reconocer que sus amistades tienen toda la razón, pero qué puede hacer si “ama tanto a Armando y su vida es un pantano sin él”.
Después de la madriza, viene la calma… los arrepentimientos, los ruegos y los perdones. Se ha convertido en un vicio, en un mal hábito y en una horrible codependencia de parte de ambos.
Mientras tanto, las autoridades, las leyes, los legisladores, la sociedad, los vecinos y la misma constitución, se siguen negando a aceptar que también los hombres que han sido violentados, merecen protección y garantías que les hagan sentir más seguros y más protegidos.
No sólo las mujeres sufren de violencia doméstica o violaciones. También existen hombres que sufren y que así como tienen una mano que les golpea, les es difícil encontrar una que los proteja.
Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a nadie”.