Salir de casa, ¿para casarse o para desarrollarse personalmente?
Uno de los efectos colaterales de la megalópolis es la necesidad de las jóvenes de emanciparse durante el periodo universitario, sea parcialmente porque dependen económicamente de sus padres y radican en las inmediaciones de su centro educativo o porque el centro de trabajo está a más de dos horas de distancia de su casa, y la mejor solución resulta salir de la casa familiar.
Esta decisión dictada por la practicidad, pone en jaque a las familias más tradicionales que aún conservan en su imaginario familiar la noción de que las jóvenes salen de su casa para casarse, mientras que para las universitarias es una gran experiencia de desarrollo personal y de autonomía.
Esta es una empresa en que generalmente se hace en complicidad con alguien que es amiga o que se conoce apenas. La palabra más conocida para describir esta nueva relación es la inglesa roomie, y suele ser la mejor solución para este escenario de autonomía, ya que baja los costos y es una oportunidad para aprender a compartir espacios.
Al no estar bajo el mando paterno el vivir por cuenta propia, es una oportunidad para tomar importantes responsabilidades sobre nuestras vidas: administrar nuestro tiempo a fin de cumplir con la universidad y el trabajo; estar atentas de nuestra seguridad personal; manejar con éxito un presupuesto personal y establecer nuevos esquemas de sociabilidad con nuestro círculo de amigos.
Pero también nos puede enseñar cosas muy importantes del noviazgo, la sexualidad y la solidaridad de las amigas cercanas.
La familia tradicional traduce la mudanza a un espacio propio como un drama y un desacato a las normas de la decencia pues imagina que fuera de la casa la joven, ya sin freno, dará rienda suelta a “ingobernables impulsos pecaminosos” de una amplia gama. La verdad es que eso sucede en la minoría de los casos porque al compartir el espacio con otra persona, con otras agendas, implica que la mayoría de las veces no es tan fácil organizar una fiesta que no afecte a nadie.
Conviene por supuesto que el departamento o casa compartida no se convierta en el cuartel general de las fiestas de los amigos, porque se pierde la independencia y autonomía que se está buscando; pero es cierto que se amplían las posibilidades de convivencia con amigos y pareja.
Mi experiencia es que vivir con amigas de la universidad en al menos tres espacios diferentes profundizó mi amistad con ellas y mis roomies son ahora mis mejores amigas varias décadas después; me hice una persona más tolerante y respetuosa de cada una de ellas. Se aprende mucho para posteriores experiencias como vivir completamente sola o hasta para casarse.
No sólo hay que moderarse con las visitas, sino con el volumen de la música, los aromatizantes, cómo se usa la cocina, también hay que distribuirse las labores domésticas, el abasto de los alimentos y las miles de tareas que mantienen un hogar en funcionamiento. Asimismo, se pone en dimensión las experiencias anteriores y se valora más la comodidad de la vida en la casa familiar.
Es una experiencia altamente recomendable, pero pondrá en jaque el esquema tradicional de nuestras madres y padres. Lo central, creo yo, es no azotar la puerta de la casa familiar al salir rumbo a la autonomía.
Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.