Me sentí como rodeada por un pulpo: la mano fina y larga de Ernesto tiraba de mi hombro.
Temblé apenas vi a Ernesto parado en la esquina fumando, con su inseparable boina beige y el rompe-vientos que le regalé. No me importó que el camión estuviera al tope. Decidí subirme aunque fuera al vuelo.
“Con permiso, con permiso”, empujé a todos hasta colocarme a mitad del pasillo, entre decenas de personas que goteaban por la lluvia y el sudor.
El chofer avanzó un metro más y frenó.
¾A ver, esa señora que acaba de subir, su pasaje por favor.
Tuve dificultades para meter la mano a la bolsa, porque justo a esa altura se encontraban las grandes pompas de un señor que miraba hacia la calle y que endureció el cuerpo para evitar que alguien lo empujara hacia adelante.
¾¡Ya arranque!¾gritó algún pasajero. Era casi un martirio estar más tiempo en ese baño sauna ambulante con olor a axila, grasa y fritangas.
¾¡No me muevo hasta que la señorita me pague!¾reviró el conductor, indignado, aunque era evidente su intención de alargar la parada para sumar clientela.
Por fin logré sacar el cambio que pasé al compañero de al lado. Me paré de puntitas y vi por encima del hombro del dueño de las pompas que Ernesto ya se había movido y caminaba en dirección del camión que todavía no se ponía en marcha.
Respiré profundo y solté el aire despacito, sin darme cuenta, sobre el cuello del dueño de las pompas que de inmediato volteó hacia mí. Su boca gruesa y entreabierta, despidiendo un olor a ajo, quedó frente a mis ojos. Los labios resecos dibujaron una sonrisa que dejaron al descubierto unos dientes amarillentos y chuecos.
“Me lleva”, “a ver a qué hora”, eran las quejas a las que con gusto me hubiera sumado si no fuera porque estaba tensa, con la mirada clavada en mis zapatos, como recontando las decenas de pisotones que me dieron en tan sólo tres metros, de la puerta a la mitad del pasillo.
El chofer, con calma, reanudó el avance, lento y volvió a parar.
¾¡Carajo!¾gritaron algunos.
Subió un nuevo pasajero. No logré distinguir muy bien, hasta que vi la boina y temblé. Volteé al frente y descubrí que el señor boca de ajo había girado. Su enorme panza chocaba con mi bolsa.
¾Pásele, señito, mejor póngase aquí para que no la aplasten¾dijo, invitándome a que intercambiáramos lugares.
La boina, que parecía caminar sola por entre las cabezas de los pasajeros, se acercaba por el pasillo. Acepté.
El camión avanzó a velocidad mediana, pero al fin, sostenida.
Sentí la gran panza recargada totalmente sobre mi espalda baja. La mano derecha, peluda y regordeta del boca de ajo, trataba de tocar la mía sobre el tubo del asiento. Su izquierda a veces la sentía sobre mi cadera, como si por accidente, en cada aventón de quienes no saben equilibrar su cuerpo sin detenerse de algún lado, fuera empujada.
¾Disculpe, señor, ¿me permite? ¾era la voz de Ernesto, grave y profunda, dirigiéndose al gran panza-pompas-boca de ajo¾La señorita viene conmigo.
¾¿Qué señorita?
¾La que está frente a usted.
¾Yo la vi sola¾dijo el gordo con voz de pito al tiempo que su mano peluda, ya con descaro, se posó sobre la mía y la otra me tomó con fuerza de la cadera.
¾Mire, no estoy para juegos. Ana, ven acá¾dijo Ernesto y sentí una tercera mano, la suya, sobre mi hombro. Aún en la tensión, fue un alivio percibir la firmeza de su palma, esa palma que le leí muchas veces, de líneas perfectamente dibujadas y largas que lo pintaron siempre, y no mintieron, como un hombre dominante y avaro.
Me sentí como rodeada por un pulpo: la mano fina y larga de Ernesto tiraba de mi hombro; la manota izquierda del boca de ajo sobre mi cadera y su mano derecha, ya sudorosa, presionó, hasta casi clavar mi manita, sobre el tubo del asiento.
Una escapatoria era imposible en ese juego de manos. Yo tenía una libre, la izquierda, que no sabía dónde colocar exactamente. La otra mano libre era de Ernesto, su derecha, con la que empujó a mi apestoso guardián. Él ni se movió, pero liberó mi cadera para, con la mano izquierda, aventar la boina beige que dejó al descubierto la calva de mi “ex” prometido, porque justo el día anterior decidí dar por terminado el compromiso.
El resto de los pasajeros se animó tratando de cachar la boina, como si se tratara del liguero de una novia, que iba a ser yo, antes de concluir que un hombre tan mandón y demandante no era un buen prospecto de marido.
Como una contorsionista, giré el cuello lo más que pude para ver lo que ocurría detrás de mí, pues aún con el connato de bronca, seguía sujeta por las manos de mi ex y del boca de ajo.
Ernesto trató de cachar su boina lanzando todo el brazo hacia atrás. Al no lograrlo, con el mismo vuelo que ya traía, ahora de regreso, dio un golpe a la cabeza greñuda y grasosa del boca de ajo, quien demostró que tenía una buena izquierda pues todavía sujetándome con la derecha, dio un tremendo gancho al hígado de mi ex que tuvo que doblar hacia adelante la mitad de su metro con noventa centímetros de estatura, del puro dolor.
El camión se convirtió en una arena de boxeo múltiple, pues quienes no peleaban por la boina se sumaron a la causa, ya fuera del boca de ajo o del calvo, mientras mi mano derecha seguía clavada al tubo del asiento presionada por la mano peluda sudorosa de mi nuevo pretendiente.
El camión frenó de un tirón e hizo que todos los pasajeros fuéramos a dar hacia adelante, en dirección del chofer, unos sobre otros. Yo caí sobre la panza del boca de ajo, cuyas grandes pompas se depositaron sobre el abdomen de mi ex, quien ya se encontraba con la espalda sobre el piso enlodado del camión.
Tuve que morder la mano peluda que ni en medio del accidente me soltó y a patadas y jalones corrí hacia la puerta de atrás. Bajé dando traspiés. No me importó empaparme con el aguacero. Jadeaba todavía por el esfuerzo que conllevó mi liberación, pero sonreí, complacida, cuando vi que Ernesto y el camión, por fin se alejaban.
Diana Teresa Pérez. Impulsiva, incoherente, terca, insomne. Recuerda que nació en el antes DF, hoy Ciudad de México (aunque siempre está perdida). Cree que la comunicación es fundamental para crear, recrear y dejar testimonio del paso del ser humano en este mundo. Ha trabajado para los periódicos Crónica y Excélsior y para la revista Expansión. Ha publicado varios cuentos en revistas y antologías literarias. Actualmente imparte talleres de escritura autobiográfica. *Ilustración: Chepe.