Las trumpetas que suenan hoy, levantan muros.
Cualquiera que se lance en una campaña política tiene que dejar de lado su personalidad real y convertirse en un personaje. ¿Vio usted, amable lector, a Hillary Clinton saludar a Vicente Fernández como si el encuentro fuera casual, una reunión de amigos y no una estrategia electoral ante la comunidad hispana? Pues tal cual.
No todos los personajes tienen igual éxito. Algunos se ganan el corazón del público. Trump lo logró en el primer acto. Ahora que empieza el segundo, seguramente ya no necesitará ser tan vociferante, tan visceral ni tan extremista. De hecho, es muy probable que disminuya su protagonismo y que pase la mayor parte del tiempo atendiendo tras bambalinas a los productores del espectáculo; sólo de vez en cuando saldrá a escena para que el público crea que la trama sigue.
Pero la verdadera acción estará ya en otra parte. Trump tiene compromisos con los productores, no sólo porque pusieron dinero para la obra y le permitieron saciar su ímpetu actoral, recibir aplausos, ganar un porcentaje de la taquilla, colocar su propia marca de refrescos en la dulcería y llevar una parte por los pequeños Trumps de plástico que se venden en el mezzanine.
Tiene compromisos porque los productores del espectáculo son también los dueños del teatro, y de las fábricas que hicieron la alfombra del lobby, el jabón de los baños, el uniforme de la boletera, el equipo de luces y casi todo lo que el compositor de la música y el coreógrafo desayunaron esta mañana. Son los dueños de los taxis en que llegaron hasta aquí los espectadores y de las tiendas donde compraron su ropa, zapatos, anteojos, aparatos para oír y sus dientes postizos. Diseñaron sus teléfonos celulares y la señal que les permitió coincidir en el teatro a tiempo. Finalmente, son ellos quienes abastecen de electricidad al edificio para que siga la función.
Eso en cuanto al teatro. Pero también son dueños de la calle que está enfrente, y del edificio de junto, y del otro edificio, la otra calle y también de Broadway entero, de Manhattan. Son dueños del mundo. Trump es su amigo y Hillary también. De hecho ella lo es más. Claro, en el fondo Hillary y Trump también lo son, aunque uno de los dos tenía que ganar. Si le tocó al segundo es porque a veces se necesitan en el escenario actores que arrebaten el corazón del público.
Pero ¿por qué éste prefirió al personaje grosero y burdo y no a la heroína rubia y ágil que también había ensayado bien los bailables? Bueno, simplemente porque Trump les resultó más humano, más afín a ellos, más capaz de comprenderlos y explicarles cómo es que después de casi un siglo de ser dueños del mundo, últimamente han venido sufriendo el despojo paulatino de casi todos sus privilegios.
Me explico. Si un personaje apareciera de pronto en el escenario y le dijera al público la verdad (“Oh, amados norteamericanos, os preguntáis por qué el desempleo, la pérdida de servicios básicos y la inseguridad creciente. Yo os voy a decir por qué. He ahí el culpable, el sistema financiero globalizado… Oh no, no os burléis, oídme hasta el final, os aseguro que es él el que está disolviendo las fronteras entre los países, incluso el nuestro y provocando que el ciudadano norteamericano, antes consentido en el mundo entero, haya perdido valor. Formábais parte del país más poderoso del mundo y ahora que las naciones se desintegran, ni él ni ustedes son ya importantes. Os empezáis a convertir en habitantes de un territorio fantasma”)… Si un personaje ─digo─ se atreviera a exclamar la verdad ante público, éste lo abuchearía, lo apedrearía quizá.
Porque, ¡cómo creer que Estados Unidos, Canadá, México, Costa de Marfil y prácticamente todos los países del mundo son, cada vez más, sólo referencias geográficas parecidas a los meridianos y paralelos, que las corporaciones utilizan para ubicar la distribución de materia prima, mano de obra y consumidores, a lo largo del planeta! ¡Cómo aceptar que los estados nacionales, incluyendo los tres de Norteamérica, dejarán de existir cuando se acabe de efectuar los ajustes técnicos que implantarán de forma definitiva la economía mundial fiduciaria!
NOTA: La palabra fiduciario se refiere a todo aquello que está basado en la fe. Aplicada a la economía, habla de la fe que se necesita para aceptar que te paguen tu sueldo con dinero que nunca ves físicamente o para endeudarte con un crédito que sólo respaldas con tu firma; también se refiere a la fe que permite realizar los millones de intercambios financieros que ocurren a diario en el mundo. El término resulta también muy conveniente para este texto, pues habla de un tipo de fe que ha demostrado no sólo mover montañas, sino también llanuras, ríos, desiertos, muros y cualquier punto de referencia que delimite las fronteras entre las naciones. La economía fiduciaria está cambiando la división política del mundo.
El pueblo norteamericano empieza a advertir que la disolución de sus fronteras es un gran peligro, pero al mismo tiempo ha permitido que esa intuición se dirija hacia el antagonista equivocado. El enemigo, como hemos visto, no es el inmigrante hispano, otro despatriado. Sin embargo, si Trump ha tenido éxito es justamente por haber hecho resurgir de sus cenizas el símbolo de la frontera (aunque sólo sea la frontera física que divide su lado del nuestro) y devuelto la confianza a un buen grupo de norteamericanos con promesas de fortalecer de esa manera el reino.
No importa que el verdadero reino de los productores teatrales ya no sea de este mundo. Trump, vestido de gladiador romano, se ha puesto de pie en el escenario para exclamar que si su país se desintegra es por culpa de los bárbaros mexicanos que llegan a invadirlo. A diferencia de las trompetas que derrumbaron la muralla de Jericó, las trumpetas que suenan hoy levantan muros pero a semejanza de aquéllas, también anuncian la desgracia de todo un pueblo.
Sin embargo, no todo es derrumbe. Gracias al triunfo de Trump, muchos norteamericanos gozan ahora de un último respiro mientras se preparan para la escena final, esa en la que deben unirse a la turba de siervos que irrumpe en el foro para llorar su trágica suerte.