Yo pensaba y quería creerlo: A mí el cáncer no me va a vencer, y si me vence le va a costar mucho trabajo.
El primer cáncer que me diagnosticaron fue en el endometrio. Para conocer su avance me hicieron varios análisis de extensión, así les llaman, una tomografía (Tac de abdomen) mastografías, mamografías, ultrasonidos, ya que un par de años atrás me había detectado por autoexploración una bolita en un seno, la cual fue analizada en su momento y vigilada regularmente, con mastografías cada seis meses e inclusive sometida a una biopsia, la cual no arrojó diagnóstico de cáncer, en ese momento pero ahora se convertía en un foco rojo, había que revisar con lupa y de nueva cuenta, dado el hallazgo del primer cáncer. Para mi mala fortuna, resultó que sí había cáncer de mama y también un posible tercer cáncer de páncreas.
Busqué una segunda opinión, después de un par de días de someterme a los análisis de extensión. Acudí a la consulta. Otro doctor ya tenía los resultados. Antes de entrar de lleno con algún tratamiento o cirugía, quería agotar opiniones médicas.
Algo muy malo pasaba. Podía percibirlo desde la manera en que me recibió la recepcionista. ¡Qué cara tenía el doctor!, no sabía cómo decirme que habían saliendo cosas que le alarmaban, que en la mama derecha no había un tumor, sino dos y que tenían todas las características de ser tumores cancerígenos (un nódulo sólido heterogéneo de 1.3 x 2 x1.5 cm y un segundo nódulo ipsilateral BIRAD S3 con ganglios en región axilar y calcificaciones). Además, en el páncreas había salido otro (nódulo peripancreático de 15mm).
Al escuchar los diagnósticos, tuve la impresión de que me daba por desahuciada, hasta llegué a preguntarle si me estaba muriendo, que cuanto tiempo me quedaba de vida. La respuesta de él fue que nos encomendáramos a Dios.
Nunca he sido mujer de mucha fe religiosa, así que mi reacción y mi respuesta fueron: No doctor. No me voy a encomendar a Dios. Si hubiera querido acudir a Dios hubiera ido al cielo, pero no estoy en el cielo; estoy en un consultorio viendo un médico, y di por terminada la consulta. No era la respuesta que en ese momento necesitaba.
Soy partidaria de lo importante que es tener fe en uno mismo, soy muy respetuosa de quienes tienen, viven y practican la fe religiosa, pero sabía que por más venenos de todos los animales que me recomendaran tomar, y por más rezos que siempre he agradecido de todo corazón, tenía que someterme a un tratamiento de medicina tradicional, que es lo único que científicamente ha comprobado curar el cáncer, la quimioterapia y la radioterapia.
Bastante más desconcertada, salí de ahí. Subí al auto con la moral hecha trizas, a punto de estallar en llanto. Era como si el mundo no me hubiera caído encima, como si ya me hubiera aplastado por completo, pero me dije a mí misma: tienes que mantener la cabeza fría y no perder el tiempo, algo se podrá hacer, no puedes estar muriendo, no tienes ningún dolor físico. Tomé aire, creo haber contado hasta 100 y me acordé de mi amiga, Ofelia. Su hijo había sido tratado de un cáncer también. Le pedí el teléfono de su oncólogo, por suerte estaba su sobrina, una excelente internista, la Dra. Ofelia Rosales, quien me confirmó que el método que me aseguraría al 100 % el diagnóstico del páncreas sería una cirugía endoscópica.
Yo buscaba certezas dentro de toda esa vorágine de malas noticias. No estaba dispuesta a ser arrollada por el desánimo que a cualquiera le puede provocar saber que no tiene un cáncer, sino tres.
No recuerdo haber dormido esa noche. Sólo quería que amaneciera, y una vez que salió la luz del sol, me encaminé a ver al único gastroenterólogo que conocía, el Dr. Javier Lizardi Cervera. Me confirmó que efectivamente sólo había una forma de confirmar o descartar lo cáncer de páncreas, pero insistió en que lo más importante era ver y atender de inmediato lo del endometrio y lo de la mama.
Él fue mi gastroenterólogo de toda la vida, él me recomendó a uno de los mejores cirujanos oncólogos (para mí el mejor) el Dr. Heriberto Medina Franco. Me dio cita para el lunes en su consultorio y me dijo que entrábamos en quirófano el mismo martes, que el tiempo era importante. Le pedí esperar al jueves para que regresara mi esposo, que aún sorprendido por las noticias tampoco dejó de creer que saldría adelante y que todo sería como un mal sueño que pasaría más temprano que tarde. Entré en el quirófano por primera vez el 12 de junio de 2014 a sólo dos semanas de enterarme del primer diagnóstico confirmado.
Al tener el panorama de un cáncer, un segundo que se confirmaría una vez extraídos los tumores de la mama y un tercero el de páncreas por confirmar, ya era algo muy serio, por más que quise, no pude guardármelo para mí sola, tenía que sentir que no me estaba hundiendo sola en un pantano sin remedio, que habría ahí una mano amiga o varias que podían ayudarme por lo menos a mantenerme a flote, porque emocionalmente fue devastador.
Hoy sé que gran parte de la fortaleza para salir adelante en una o varias batallas contra el cáncer, radica en el apoyo que tienes de los que te quieren. Sé lo maravilloso que es sentirse querido, amado, cobijado, abrazado en el sentido metafórico y literal, por mi esposo, mis hermanas que se convirtieron por meses o años en mis escuderas, dejando de lado sus propias vidas personales; por mis hermanos, mis hijastros, mis sobrinas, sobrinos, amigas y amigos…
A mi mamá durante meses le ocultamos la dimensión de lo que sucedía, no le mencionábamos la palabra cáncer, le decíamos que era la vesícula y no sé cuántas cosas más. Sólo hablaba por teléfono a diario con ella y siempre le decía que estaba muy bien, aunque por dentro el dolor me consumiera y no supiera cuando saldría del hospital. Mi intención era evitarle la angustia y el sufrimiento, no sabía cómo acabaría esto.
Hoy todavía me pregunto ¿Cómo pude sacar fuerzas y de donde las saqué? No lo sé. Creo que del gran apoyo de todos los que me rodeaban en ese momento, fue como si entre todos hubieran construido un colchoncito para mi alma y corazón que ayudó y amortiguó el inmenso dolor y el sufrimiento, porque, como lo dije antes, el cáncer es un viaje al infierno y varios pisos más abajo, pero el impulso para salir, es vital.
Ese impulso y esa medicina que te dan fuerza para emerger, es el apoyo de los que quieres y te quieren, o a veces simplemente de las personas que te aprecian o que conoces por las circunstancias, pero que en un caso como este y en esos momentos tan difíciles se convierten en apoyos invaluables.
Y así fue como llegué al quirófano un 12 de junio, por la mañana, una biopsia de páncreas confirmó otro cáncer, y en la tarde lo primero fue la cirugía de mama, extraer los tumores, enviarlos a Patología mientras el cirujano extraía matriz y ovarios, para finiquitar esas tres cirugías esa noche.
Así fue como di comienzo a un largo pero exitoso tratamiento, una histerectomía radical y una lumpectomía de mama derecha con disección radical axilar por carcinoma ductal infiltrante de mama con metástasis ganglionares, las dos/tres primeras cirugías de varias más, que exitosamente llevó a cabo el Doctor Medina Franco.
Tres semanas después me esperaba descartar cáncer de estómago y colon y otras dos cirugías para extraer el tumor de páncreas y el bazo; esperar sólo unos cuantos días para que recuperara un poco de fuerza. Para entonces ya había perdido 15 kilos de los 27 o casi 30 que perdí en un par de meses.
Hoy sé de primera mano que una detección temprana y un tratamiento oportuno sí te pueden salvar la vida.