La celebración de la Navidad es una de las tradiciones más extendidas del mundo. Para creyentes y no creyentes, esta fecha simboliza el nacimiento de Jesús —aunque históricamente no haya ocurrido un 25 de diciembre— y, sobre todo, representa un momento privilegiado para el reencuentro familiar.
Sin embargo, muchas de las costumbres que hoy damos por sentadas, como la cena navideña con pavo, distan mucho de ser antiguas. “Estas cenas con el pavo y todo lo demás son tradiciones que tomamos prestadas de otros lados, particularmente del Thanksgiving Day de Estados Unidos”, explica Antonio Rubial García, académico de la Facultad de Filosofía y Letras.
Entonces, ¿por qué celebramos la Navidad en estas fechas? Desde el punto de vista astronómico, el año inicia en marzo, durante el equinoccio de primavera, fecha que numerosos pueblos antiguos asociaban con el renacimiento del Sol. “Prácticamente todas las culturas que veneraron al Sol y entendían sus movimientos consideraban ese momento como el verdadero inicio del año”, señala Rubial.
No obstante, cuando el cristianismo se impuso como religión oficial del Imperio romano, el calendario cambió. El inicio simbólico del año se desplazó al solsticio de invierno, alrededor del 22 de diciembre, momento en que los días son más cortos y la luz solar parece debilitada. De ahí que el nacimiento de Cristo se fijara litúrgicamente en esta temporada.
Este cambio también tuvo un trasfondo religioso. “Tiene que ver con una antigua fiesta dedicada a Mitra, un dios persa. Para sustituir ese culto, el cristianismo estableció el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús”, explica el historiador.
Solsticio de invierno en Mesoamérica
En Mesoamérica, particularmente en el mundo mexica, también se celebraba un nacimiento durante el solsticio de invierno: el de Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, quien surgió armado del vientre de su madre, la diosa Coatlicue, para enfrentar a su hermana Coyolxauhqui —la Luna— y a sus cuatrocientos hermanos, los huitznahua.
Este mito se conmemoraba entre el 17 y el 26 de diciembre durante la fiesta de Panquetzaliztli. “En esos días el Sol se encuentra más débil porque las jornadas son más cortas”, detalla Rubial. La celebración incluía una estatua del dios elaborada con amaranto y miel de maguey, que era llevada en procesión por varias estaciones rituales donde se ofrecían sacrificios y ofrendas. Al concluir, la imagen era consumida por la nobleza mexica.
Las posadas: una tradición exclusivamente mexicana
Con la llegada de los frailes, muchas de estas festividades fueron resignificadas. “Los misioneros utilizaron estas celebraciones para sustituir el nacimiento de Huitzilopochtli por el nacimiento de Cristo. Algunos autores sostienen que las posadas representan los nueve meses del embarazo de María”, añade el investigador.
La idea fue promovida por Fray Diego de Soria, quien en 1587 obtuvo el permiso del papa Sixto V para celebrar entre el 16 y el 24 de diciembre las llamadas “misas de aguinaldo”, que más tarde se conocerían como posadas. Estas nueve ceremonias aludían al peregrinar de José y María, sustituyendo simbólicamente el antiguo traslado ritual del dios mexica.
Aunque inicialmente fueron impuestas con fines evangelizadores, con el tiempo las posadas se transformaron en una de las tradiciones más emblemáticas de México.
El nacimiento y las piñatas
Durante el periodo colonial, la Navidad se celebraba principalmente en espacios religiosos. Según los Anales de Juan Bautista, documento del siglo XVI escrito en náhuatl en el entorno del Colegio de Tlatelolco, en el convento de San Francisco se realizaban tres misas nocturnas en las que se representaba el nacimiento de Cristo con actores indígenas caracterizados como José, María y el Niño.
Estas representaciones humanas del pesebre fueron impulsadas por los franciscanos, siguiendo una tradición iniciada por San Francisco de Asís en el siglo XIII.
En cuanto a las piñatas, su origen es más incierto. Aunque algunos autores del siglo XIX las atribuyen a los agustinos, no existen fuentes directas que lo confirmen. Lo que sí se sabe es que en el siglo XVIII comenzaron a aparecer en pinturas, aunque originalmente contenían palomas en lugar de dulces, que salían volando al romperse.
La piñata de siete picos simbolizaba los siete pecados capitales, mientras que el palo representaba la fe ciega con la que debía combatirse el mal.
Una fiesta sin cena
A diferencia de la Semana Santa, que desde la época colonial era una celebración pública de gran intensidad ritual, la Navidad resultaba poco atractiva en términos festivos. “No había grandes procesiones ni celebraciones prolongadas”, señala Rubial.
Un cuadro de 1720 del pintor Manuel Arellano, Celebridad de Nochebuena en México, muestra la Plaza Mayor repleta de puestos, faroles y carruajes durante la víspera de Navidad. Los testimonios de la época, como la crónica El Carmelo regocijado (1729), describen un ambiente comercial donde se vendían dulces, frutas, pescados y jamones. El principal festejo consistía en pasear por la plaza y acudir a la misa de gallo.
Pero no existen registros claros, escritos ni gráficos, de una cena especial en los hogares.
La cena navideña: una costumbre del siglo XX
“La cena de Navidad, tal como la conocemos hoy, es una tradición muy reciente”, afirma Rubial. Aunque pudo haber antecedentes aislados en el siglo XIX, su consolidación ocurrió en el siglo XX, especialmente en las ciudades y entre las clases medias.
“Es una costumbre burguesa que se difundió conforme creció el consumo. Viene de Estados Unidos y se vincula al surgimiento de los supermercados”, explica. Con el desarrollo económico posterior a los años cuarenta y el fortalecimiento de la clase media, la cena navideña comenzó a incorporarse como una tradición doméstica.
Antes de eso, para la mayoría de la población resultaba impensable organizar una comida abundante. “Para muchos, la cena no iba más allá de frijoles”, concluye el historiador.