Por. Fernando Coca
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El triunfo de la “ultraderecha” en Chile trajo a debate el tema del cambio de orientación política en las últimas elecciones que se han realizado en el sur del continente.
Algunos ven en la derrota de la izquierda chilena una caída de las preferencias de la población del cono sur como un resurgimiento de regímenes autoritarios, conservadores y poco empáticos con los derechos humanos.
Sin embargo, hay que mencionar que la democracia en el mundo no lineal. Unas veces se va al centro derecha y tal vez hacia la derecha, a veces de la izquierda cambia hacia el centro izquierda en forma de péndulo.
Los cambios, hay que decirlo, han estado llenos de trampas, de violencia y muchas veces han sido ordenados.
La realidad también es que los cambios de latitudes políticas no significaron más que un canje de quién manda y no de cómo se gobierna.
Y ha pasado en Europa y en América.
Veamos. En Europa Occidental han cambiado, entre 1990 y el año 2000 de la socialdemocracia a los liberales y de ahí al conservadurismo.
Europa del Este, luego de la caída del bloque soviético ha ido del multipartidismo a la reconstrucción de los países con nuevas constituciones y van en una expectativa liberal con más mercado para llegar a una probable estabilidad que contrasta con Estados frágiles y partidos débiles.
Del 2000 al 2010 fuimos testigos de la ampliación de la Unión Europea hacia el Este y con alternancias regulares, en lo ideológico, en Alemania, Francia, España e Italia, por ejemplo.
Algo que llamó la atención en este periodo es que la izquierda gobernó con pragmatismo fiscal (algo muy de derecha) y el lado opuesto aceptó el Estado de bienestar, el sello distintivo de la izquierda.
Los 10 años siguientes (2010-2020) surgen las derechas e izquierdas radicales, quizá alentadas por la crisis financiera del 2008. También nacen los populismos nacionalistas y los contrapesos del poder comienzan a perderse.
Hay un giro liberal y los términos izquierda-derecha quedan en desuso para identificar a lo extremos del péndulo en liberalismo (neoliberalismo) y autoritarismo electoral.
En los últimos cinco años, del 2020 al 2025, se notan las posiciones polarizante y una fatiga del sistema democrático.
La pandemia, la guerra de Ucrania, la inflación en todo el continente, la crecida de la migración lleva a alternancias fueron más aceleradas y los gobiernos frágiles con coaliciones muy forzadas. La derecha va creciendo en algunos países y la izquierda se desdibuja. La democracia europea ya no es ejemplo parta el mundo.
Lo que respecta a lo que llamamos América Latina también recorre el péndulo de un lado a otro.
Parecía que en la década de 1990 al 2000 dejábamos atrás a las dictaduras militares, o las de partido hegemónico como el PRI mexicano, y nacían las instituciones electorales. Los electores (muchas veces inducidos por la inercia de los antiguos regímenes) optaban por la tecnocracia o el centro derecha.
A partir del 2000 y hasta el 2010, los gobiernos de izquierda y centro izquierda comienzan a ganar espacios en la región. Brasil, Chile y Uruguay tienen gobiernos emanados de la izquierda institucional, con algunos personajes surgidos de la lucha guerrillera en contra de la dictadura militar (Lula y Pepe Mujica) en otros casos como Venezuela Bolivia y Ecuador, con Hugo Chávez o Evo Morales que encarnan la izquierda personalista.
En algunos casos hay una ampliación de derechos, pero también una concentración de poder en una o unas pocas personas.
En América Latina se da una etapa, entre 2010 y 2018 en la que prevalece la desilusión democrática. Los casos de corrupción (Odebrecht), la caída de los precios en las materias primas y el regreso del centro derecha en varios países hacer ver movimientos pendulares en los sistemas democráticos de cada país, pero se pierde la confianza.
A partir del 2018 y hasta hoy, de México hasta Argentina la polarización es total.
La derecha propone políticas de mano dura en donde el orden es piedra angular en el discurso, pero la seguridad pública rompe con el encanto de los outsiders que llegan al poder. La economía no crece, la migración aumenta, la insatisfacción con los gobiernos se acrecienta y las instituciones se resquebraja.
Y aunque no regresamos a las dictaduras militares, el clásico de la región, si hay autoritarismos nacidos de las elecciones.
Chile derrotó con un NO a una de las más sanguinarias y deshumanizadas dictaduras de nuestra historia.
Derrocaron a Salvador Allende el 1973 e instauraron un gobierno de terror. De 1960 a 1990, Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, entre otros, vivieron dictaduras prolongadas. La Operación Cóndor lleva a la supresión de partidos, a la represión sistemática, todo bajo la doctrina de la Seguridad Nacional.
En México, muy particularmente después de la revolución que depone al chacal de Huerta de la presidencia, y con el surgimiento del PNR, luego PRM y hoy PRI, se vivió lo que Mario Vargas Llosa llamó La Dictadura Perfecta: un partido hegemónico, con una oposición débil, perseguida y reprimida con políticas económicas distadas desde fuera y con la complicidad el gran capital.
Los fraudes electorales de 1988, 2006 y 2012 provocaron en nuestro país: uno, que las elecciones quedaran fuera de la esfera del gobierno federal en turno; dos, que, gracias a la reforma electoral de 1977, la oposición de izquierda tuviera espacios de poder y, tres, que la pluralidad diera espacios de gobierno a todos los signos políticos.
En los municipios, en los estados y en la presidencia de la república ya han gobernado casi todas las expresiones políticas.
Cuando la presidenta Claudia Sheinbaum afirma que lo sucedido en Chile no pasará en México tiene razón.
Primero porque no hay una oposición que logre “emocionar” al electorado pues no propone alternativas que le sean atractivas a la población.
La oposición tampoco ha entendido que los gobiernos de Fox (ineficiente para la transición pues gobernó con el entramado del priismo al que juró aniquilar); de Calderón (nacido del peor fraude electoral a la Nación y que tiene a México convertido en una fosa común gracias a una “guerra” contra el narco en donde al final su más cercano colaborador era empleado de los cárteles) y Peña Nieto (que encarnó al priismo más corrupto de toda la historia, acompañado de la ineficacia para gobernar) son sus más altos negativos y, peor, no tienen una figura, una sola, con la imagen para competir en contra de un movimiento que apenas nace como gobierno.
La única forma en que la 4T pudiera tener un descalabro, sería la del rompimiento en 2027 por la postulación de perfiles lejanos a los electores, que no sólo hayan acreditado su inoperancia, su ineficiencia y corrupción, sino que, sin atender el llamado del pueblo, MORENA siga permitiendo que los caciques del partido sigan repartiendo el pastel.
Sólo así.