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Posadas, origen y tradición

Foto: Pixabay

“En el nombre del cielo, os pido posada, pues no puede andar mi esposa amada…” Casi todos, en algún momento —ya sea en la niñez o en la vida adulta— hemos recitado esta letanía durante una posada: una celebración que se lleva a cabo nueve días antes de la Navidad, del 16 al 24 de diciembre, y que constituye uno de los ejemplos más ricos del sincretismo cultural que caracteriza a México.

Más allá de recrear el peregrinaje de María y José, las posadas encarnan la convergencia entre ritos europeos y prácticas festivas mesoamericanas que, con el tiempo, dieron forma a una tradición profundamente arraigada en la vida social del país.

Comprender su origen implica observar el encuentro entre dos mundos —sus calendarios, creencias y formas de convivencia— para entender cómo esta tradición se transformó en un símbolo vivo de identidad cultural.

El origen

Las posadas, explicó la investigadora María Angélica Galicia Gordillo, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, originalmente se referían a un alojamiento o espacio de hospedaje. En tiempos en que no existían hoteles, estos lugares ofrecían descanso a los viajeros.

Este significado se vincula directamente con el pasaje bíblico del peregrinaje de María y José, quienes, según la tradición cristiana, buscaron un sitio donde hospedarse antes del nacimiento de Jesús. A partir de esta búsqueda simbólica nació la idea de “pedir posada”.

La transformación

Cuando la tradición llegó a América, adquirió nuevas dimensiones. El concepto dejó de centrarse únicamente en el alojamiento y comenzó a asociarse con una fiesta comunitaria. Galicia Gordillo señala que, en investigaciones actuales, muchas personas ya no describen la posada como un ritual solemne, sino como un evento festivo.

Este cambio de pensamiento tiene sus raíces en el periodo colonial, cuando las posadas comenzaron a formalizarse en el siglo XVI, especialmente en San Agustín Acolman, Estado de México. Allí, los frailes las utilizaron como herramientas pedagógicas para enseñar a los pueblos originarios el relato del nacimiento de Jesús mediante escenificaciones teatrales y actos litúrgicos.

No obstante, las posadas no surgieron en un vacío cultural. Su desarrollo en México está profundamente marcado por la interacción con celebraciones prehispánicas, especialmente aquellas relacionadas con la festividad del nacimiento de Huitzilopochtli. En el mundo indígena, el calendario se dividía en veintenas, y ciertas festividades coincidían con el cierre de ciclos agrícolas y el inicio de nuevos periodos rituales.

Si bien las fechas españolas y mesoamericanas nunca coincidían de manera exacta debido a diferencias calendáricas —que podían oscilar entre 8 y 20 días—, sí existía una ventana temporal que permitió integrar ambas tradiciones. Por un lado, los europeos introdujeron las novenas, las misas de aguinaldo y los ritos de adviento, caracterizados por el uso de velas, luces y rezos destinados a preparar espiritualmente los días previos al nacimiento de Jesús.

Por otro lado, los pueblos indígenas imprimieron a las posadas su carácter festivo y comunitario. Para ellos, el canto, el baile y la convivencia eran prácticas rituales fundamentales desde mucho antes de la llegada de los españoles.

A partir de este encuentro, las posadas evolucionaron gradualmente desde las misas coloniales hasta las celebraciones actuales, donde lo religioso, lo social y lo festivo se entrelazan sin perder su esencia original.

Las posadas hoy

La situación económica y social actual ha generado diferencias notables entre las posadas urbanas y las rurales. Según Galicia Gordillo, en las ciudades la participación ha disminuido debido al alto costo de los preparativos y a la fragmentación de la vida urbana. Aunque las iglesias conservan parte del ritual mediante novenarios y misas, la celebración colectiva se ha reducido.

En contraste, en comunidades rurales y pueblos del interior del país, donde la vida comunitaria sigue siendo fuerte y la colaboración cotidiana forma parte del tejido social, las posadas se mantienen más fieles a su forma tradicional. Allí aún se celebran los nueve días completos, se adornan las calles y la participación colectiva sigue siendo central.

“La diferencia entre ambos contextos no es una pérdida, sino una adaptación; la tradición se ajusta sin dejar de existir”, explicó la investigadora.

La evolución de la piñata

En esta transición, la piñata también ha cambiado de significado. Durante la evangelización, los frailes la usaron como recurso didáctico: sus siete picos representaban los pecados capitales, y romperla simbolizaba el triunfo de la virtud. Los dulces o frutas eran la recompensa por el buen comportamiento.

Con el tiempo, esta carga simbólica se diluyó y la piñata se asoció principalmente con el juego y la alegría. Aunque ya no cumple la función moralizante original, mantiene su esencia como símbolo de celebración compartida.

Una época de unión

A pesar de las variaciones entre la ciudad y la provincia, la función esencial de las posadas permanece: crear espacios de encuentro y fortalecer los lazos comunitarios. La tradición vive porque responde a una necesidad humana fundamental: la convivencia como centro de la vida social. Es esta vocación festiva, reconfigurada con el paso del tiempo, la que mantiene a las posadas como una celebración vigente y significativa para millones de personas en México.

 

UNAM Global

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