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COLUMNA INVITADA Machismo trivial, feminicida y mediático

Por. María del Socorro Pensado Casanova

X: @mariaaspc / IG: @pcasanovams

 

En México, la vida de las mujeres se ha desarrollado dentro de un sistema que normaliza el miedo como parte de su existencia. La cultura machista, al asignar a las mujeres un lugar de subordinación, ha generado un clima en el que la violencia se presenta como un mecanismo de control social. Tal como señala Virginie Despentes, “pertenezco a ese sexo al que debe callarse, al que todos acallan”. Esta frase sintetiza la manera en que el silencio impuesto a las mujeres ha sido históricamente una herramienta para mantener el orden patriarcal.

El machismo adquirió una connotación particularmente simbólica durante la Revolución de 1910. El “macho” fue exaltado como figura valiente, dominante y seductora, y desde esa imagen se reforzó la idea de que el espacio natural de las mujeres debía ser el hogar, bajo un régimen de obediencia. Con ello se consolidó una estructura desigual que asignó a los hombres la autoridad y a las mujeres la sumisión, al mismo tiempo que normalizó la violencia como sanción cuando dicho orden se cuestionaba. Esta base histórica explica por qué la desigualdad persiste como un elemento estructural que condiciona la vida de las mujeres mexicanas hasta la actualidad.

La violencia se perpetúa y se acentúa por la impunidad, las deficiencias en la investigación de delitos y el incumplimiento de políticas públicas. Además, los patrones discriminatorios continúan reproduciéndose en todos los ámbitos, incluidos los medios de comunicación, dificultando el avance hacia la igualdad.

Los medios de comunicación son un actor clave en la construcción de la opinión pública. En nuestro país, lejos de cuestionar las raíces de la violencia de género, durante décadas han contribuido a sostener la narrativa machista responsabilizando a las mujeres de las agresiones que sufren. Esta práctica, conocida como victimización secundaria, se intensifica cuando se informa sobre feminicidios mediante estereotipos que justifican o minimizan el crimen.

Desde las miradas machistas tradicionales, el feminicidio se interpreta como un acto casi inevitable: se trivializa la vida de la mujer por su condición de género y se sostiene que la víctima “provocó” su propia muerte. Estas narrativas no solo reproducen la misoginia, sino que dañan gravemente la dignidad de las víctimas y obstaculizan la búsqueda de justicia.

Los micromachismos, tal como los definió Luis Bonino, operan diariamente como microestrategias de dominación masculina que refuerzan el poder desigual. Estos comportamientos, sumados a las agresiones evidentes, revelan una aceptación social preocupante hacia los feminicidios, lo cual se refleja en discursos mediáticos que reproducen prejuicios y justifican la violencia.

El feminicidio de Debanhi Escobar, reportada como desaparecida el 9 de abril de 2022 en Escobedo, Nuevo León, y localizada sin vida doce días después, se convirtió en un símbolo de las fallas estructurales del Estado y de la violencia mediática que recae sobre las víctimas. Su caso, marcado por contradicciones en la investigación, evidenció ausencia de coordinación institucional, falta de debida diligencia y reiterada práctica de responsabilizar a las mujeres de las agresiones que sufren.

Desde los primeros días, las autoridades difundieron reconstrucciones basadas en estereotipos de género que presentaban a Debanhi como una joven “descontrolada”, insinuando que su conducta habría derivado en su propia desaparición y muerte. La filtración de videos, capturas de pantalla, imágenes periciales y declaraciones descontextualizadas alimentaron una narrativa revictimizante que no solo vulneró su intimidad, sino que desvió la atención de omisiones estatales.

En este año que se encuentra en su recta final, el caso Debanhi fue retomado en nuevos documentales y series de investigación a través de plataformas de streaming y espacios periodísticos. Todos profundizaron en las inconsistencias, mostrando cómo el expediente fue modificado, cómo se descartaron líneas de investigación esenciales y cómo se presentaron versiones oficiales que no coincidían ni con exámenes periciales ni con tiempos de los hechos. Reabriendo nuevamente el debate de la actuación de las autoridades y la responsabilidad de los medios al difundir contenidos que afectan procesos judiciales y la dignidad de las víctimas.

El caso Debanhi reitera que sin perspectiva de género, sin profesionalización institucional y sin ética mediática, la justicia puede volverse inalcanzable para las mujeres en México. Y, al mismo tiempo, evidencia cómo el machismo sigue manifestándose en los medios de comunicación, que continúan moldeando narrativas basadas en estereotipos, justificando violencias, normalizando impunidades y colocando la carga de la culpabilidad sobre las víctimas.

 


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