RIZANDO EL RIZO  El tiempo oportuno y lo correctamente político - Mujer es Más -

RIZANDO EL RIZO  El tiempo oportuno y lo correctamente político

Por. Boris Berenzon Gorn

 

Todo parece estar cronometrado, calculado, administrado. Las horas se contabilizan en productividad, los minutos se traducen en métricas y los segundos se confunden con notificaciones. La modernidad —esa vieja máquina del tiempo que creía marchar hacia el progreso infinito— ha dejado atrás su fe en la historia para abrazar la ilusión de la inmediatez. Ya no esperamos el porvenir: lo descargamos. No cultivamos la duración: la consumimos. En este paisaje saturado de “ahora”, Giacomo Marramao irrumpe como un filósofo intempestivo, recordándonos que hay otro tiempo, más hondo, más humano: el kairós, el tiempo oportuno, el instante que rompe la monotonía del chrónos.

El kairós no obedece al calendario ni a la estadística. No responde a las alarmas del teléfono ni a las urgencias del mercado. Es el momento en que algo irrumpe y nos obliga a decidir; el instante en que la historia —esa señora metódica y cansada— se detiene y deja lugar al acontecimiento. Frente al chrónos lineal, previsible y cuantificable, Marramao nos propone recuperar el tiempo cualitativo: aquel en el que la vida se condensa, se arriesga y se transforma. El kairós no es el tiempo del poder, sino el del gesto. No pertenece a los algoritmos ni a los gobiernos, sino a los cuerpos, a la palabra que se atreve a decir “ahora”.

Lo curioso —y lo trágico— es que vivimos rodeados de tiempos sin oportunidad. Los relojes marcan la hora, pero no el sentido. Las agendas políticas se llenan de actos públicos sin momento histórico. La corrección política ha sustituido la política del acontecimiento por la administración del lenguaje. Se teme más al error verbal que a la injusticia estructural. En nombre de la prudencia, la acción se diluye; en nombre de lo “correctamente político”, el tiempo oportuno se deja pasar. Y así, mientras el mundo arde, el discurso se enfría.

Marramao, heredero de una tradición que incluye a Heidegger, Benjamin y Derrida, no escribe desde la nostalgia sino desde la sospecha. Sabe que el problema no es solo económico ni tecnológico, sino temporal. Hemos perdido la capacidad de leer el momento. Benjamin lo advirtió: el tiempo histórico no es una línea, sino un relámpago. Pero la modernidad convirtió la historia en cronograma, el pensamiento en agenda, la cultura en industria. En ese sentido, lo “correctamente político” no es más que la forma elegante del miedo: una defensa contra el riesgo del kairós, contra el salto en el abismo de lo inesperado.

La cultura contemporánea, obsesionada con la visibilidad y la simultaneidad, ha desplazado el arte de lo oportuno. En la economía de la atención, lo importante no es decir algo en el momento justo, sino decirlo todo el tiempo. Hemos confundido presencia con permanencia. Lo que antes era acontecimiento hoy es “tendencia”; lo que era deliberación hoy es “reacción”. Byung-Chul Han lo sintetizó: el exceso de positividad produce cansancio. En ese agotamiento social, el kairós se convierte en lujo, en algo que solo puede darse quien tiene tiempo para detenerse.

Y, sin embargo, el tiempo oportuno no pertenece a los privilegiados, sino a los lúcidos. El kairós es la oportunidad del que no tiene poder, pero tiene conciencia. En la polis griega, el kairós era el instante del arquero: la tensión perfecta entre el impulso y el blanco. En la política contemporánea, quizá sea el momento en que la sociedad civil, el arte o la academia deciden interrumpir el automatismo del poder. No es casual que Marramao asocie esta idea con la ética. Actuar éticamente no significa seguir un protocolo, sino responder con tino a lo imprevisible. En ese sentido, la ética es una forma de kairós: un arte de la ocasión justa.

Si lo trasladamos al ámbito cultural, el tiempo oportuno se convierte en una forma de resistencia. En las instituciones, todo se planifica: presupuestos, convocatorias, informes. Pero lo vivo ocurre fuera del cronograma. La historia de la cultura mexicana está llena de esos instantes oportunos: cuando una exposición se vuelve acontecimiento, cuando una idea atraviesa el discurso oficial, cuando un gesto individual despierta una conversación colectiva. Ninguno de esos momentos fue previsible. Fueron actos de kairós, irrupciones que alteraron el orden cronológico con una oportunidad política y estética.

El pensamiento político actual, atrapado entre el cálculo electoral y la hiperexposición mediática, ha perdido ese pulso. Se gobierna con cronómetros, no con brújulas. Se legisla por calendario, no por urgencia moral. El “tiempo oportuno” para la justicia —ese que exige interrupción y decisión— suele llegar tarde o pasar inadvertido. Žižek diría que es el síntoma de una ideología sin sujeto: una maquinaria que sigue funcionando, aunque nadie crea en ella. Todo está en marcha, pero nada ocurre. La política, sin kairós, es solo administración de lo inevitable.

Lo mismo sucede con la cultura digital. Cada “post”, cada “story”, cada mensaje en red pretende capturar el momento, pero en realidad lo disuelve. Nunca fuimos tan contemporáneos del presente y tan ausentes del tiempo. La red es el reino del chrónos: sucesión infinita sin interrupción significativa. El kairós digital sería, paradójicamente, un instante de desconexión, un silencio que recupere la atención. En una sociedad que confunde velocidad con verdad, detenerse se convierte en un acto subversivo. Tal vez lo “correctamente político” sea hoy atreverse a ir despacio.

Pero el kairós no es solo pausa: es también decisión. Requiere riesgo, interpretación, coraje. En el terreno cultural y académico —ese que conocemos tan bien— abundan los cronos: protocolos, comités, informes, procedimientos. Pero escasean los kairós: esos momentos en que una comunidad decide actuar más allá del trámite, cuando una institución se atreve a redefinir su papel o un grupo de investigadores se organiza para pensar el porvenir. Lo mismo ocurre en el arte y la educación: los grandes cambios no surgen de los planes sexenales, sino de las irrupciones oportunas.

Marramao sugiere que toda acción transformadora es kairológica: emerge del reconocimiento de un “ahora” cargado de sentido. No se trata de improvisar, sino de leer el tiempo con inteligencia. La política, la cultura, la ética y el pensamiento comparten una misma responsabilidad: distinguir entre el momento propicio y el mero instante vacío. En un mundo saturado de acontecimientos, el verdadero acontecimiento es aquel que tiene conciencia de su tiempo.

Hay, sin embargo, una trampa contemporánea: la de confundir lo “oportuno” con lo “conveniente”. Lo oportuno es lo que irrumpe; lo conveniente, lo que se acomoda. Lo primero exige decisión; lo segundo, cálculo. Por eso el kairós se opone a la corrección política entendida como prudencia temerosa. Ser “correctamente político” no es evitar el conflicto, sino intervenir en el momento justo, con palabra justa. No se trata de ser provocador por espectáculo, sino de ser oportuno por conciencia. El kairós es, en el fondo, una forma de valentía.

Y aquí asoma el humor de Marramao: en tiempos donde todo se mide, pensar lo inconmensurable es casi un acto de herejía. Hablar del kairós en la era del big data suena tan anacrónico como citar a Heráclito en una junta de marketing. Pero tal vez eso sea precisamente lo que necesitamos: un anacronismo lúcido. Porque el tiempo oportuno no pertenece al pasado, sino al porvenir. No es nostalgia de un ritmo perdido, sino apuesta por un ritmo posible.

En lo cultural, ese anacronismo puede ser fértil. Significa devolverle al arte, a la investigación y a la memoria su espesor temporal. Recuperar la lentitud como forma de inteligencia. Reaprender a escuchar. Si algo puede enseñar la antropología, la historia o la filosofía —disciplinas a las que Marramao rinde tributo implícito—, es que ningún cambio profundo se produce sin atención al tiempo. Las culturas sobreviven porque saben leer su kairós: saben cuándo resistir, cuándo transformarse, cuándo callar.

De ahí que el desafío no sea inventar un nuevo tiempo, sino habitar el nuestro de otra manera. No podemos escapar del chrónos —seguimos viviendo entre relojes y calendarios—, pero sí podemos abrir fisuras en él. Cada acto de pensamiento, cada gesto de arte, cada decisión ética puede ser un pequeño kairós. No hace falta una revolución para cambiar el tiempo: basta una interrupción lúcida.

En última instancia, lo “correctamente político” no debería ser sinónimo de neutralidad, sino de oportunidad. Ser correctamente político, en el sentido kairológico, implica saber cuándo hablar y cuándo actuar; cuándo interrumpir el silencio y cuándo sostenerlo; cuándo una palabra se convierte en acontecimiento. No se trata de volver moral el discurso, sino temporal la ética.

Quizá el kairós sea hoy el nombre de nuestra última esperanza. En un mundo dominado por la simultaneidad y la posverdad, por los algoritmos que predicen hasta el deseo, el único margen de libertad está en lo imprevisible. El instante oportuno —ese que no se puede programar— es el refugio del pensamiento crítico. Y tal vez la política, si quiere seguir siendo humana, deba aprender de la poesía: no planificar tanto y sentir más el ritmo.

¿Y si la verdadera revolución no fuera acelerar, sino atender? ¿Y si la tarea de la cultura no consistiera en producir más, sino en producir a tiempo? ¿Y si el acto político más radical fuera recuperar el derecho a la demora, a la pausa, al silencio? Porque el kairós, al fin y al cabo, no es otra cosa que eso: el instante en que el tiempo deja de ser una cadena y se convierte en posibilidad. Hay momentos que no se miden por relojes, sino por la lucidez con que la conciencia decide interrumpir el curso del tiempo.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

Hannah Arendt escribió que la política comienza cuando los seres humanos se reúnen para hablar. Pero hablar oportunamente exige algo más que buena retórica: requiere sentido del tiempo. La palabra sin kairós se vuelve ruido; el silencio sin kairós se convierte en complicidad. Por eso la pregunta central de Marramao —y la que atraviesa este texto— no es “¿qué tiempo vivimos?”, sino “¿qué hacemos con este tiempo?”. Porque el kairós no se espera: se reconoce. No llega por azar, sino por atención.

Narciso el obsceno

El narcisismo ha convertido el tiempo en vitrina: ya no esperamos el momento oportuno, solo el instante en que nuestra imagen destaque. Pero el kairós, el verdadero tiempo político, no busca exhibirse, sino irrumpir; no se mide por likes, sino por decisiones que rompen la superficie del yo.

 

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