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COLUMNA INVITADA: La dignidad que no recibimos

Por. María del Socorro Pensado Casanova

X: @mariaaspc

 

Caminando por la calle nos encontramos con vidas desconocidas que habitan el mismo mundo que nosotros pero con historias distintas… Compartimos vida pero no raíces, aire pero no alma, igualdad pero no respeto.

Nadie elige el género, el origen, la familia o la clase social antes de nacer, es imposible, pero tal parece que sí lo hacemos, y encima somos castigados por ser quienes somos y venir de donde venimos. En esta sociedad que discrimina de manera repetitiva, salir del barrio donde crecimos no es bien visto, ni dentro ni fuera, mucho menos buscarte un camino diferente al que llevan tus amistades y tu familia. Distintas, sí, así nos llaman a las personas que nos salimos del rol que nuestro entorno espera que cumplamos, y también lo hacen aquellas que nos reciben con los brazos abiertos o con un baldazo de agua helada al llegar a sus espacios.

En México nos enorgullece reconocer y defender los derechos de los pueblos originarios, pero aún nos llaman y llamamos indias a personas indígenas, así como al resto de nuestra sociedad, en particular aquella que es considerada inferior, es decir, que pertenece a una clase social de escasos recursos económicos. No dejo atrás a la clase media, y a nuestro color, que también participa para recibir agresiones por la raza morena de la que hermosamente venimos. Ni tampoco a las descalificaciones de naca, chaira, fifi, entre otros términos que no son más que el resultado del ejercicio de estereotipos culturales que aumentan la discriminación al tiempo que asfixian las ganas de salir adelante (no de todas las personas agredidas, por fortuna).

Pluralizo porque soy una orgullosa mujer mexicana, y no estoy, ni jamás estaré en contra de mi pueblo, no, ni siquiera de aquellas personas que se encargan de discriminar a nuestra Nación por su gente, aún habiendo nacido o vivido en este bello país, que te abraza cuando más lo necesitas. La interseccionalidad estudia algunos de estos aspectos, y lo hace, al igual que la perspectiva de género, para conocer el impacto de las desigualdades en atención al contexto social de las personas, y cómo es que sus características repercuten en lo que ocurre durante el desarrollo de su vida.

En un plano ideal las diferencias en los caminos sumarían para buscar el logro de tener las mismas oportunidades y condiciones, sin necesidad de luchar por el reconocimiento y la defensa de nuestros derechos de seguridad e integridad personales principalmente, aunque no descarto ningún otro. Sin embargo, resulta más sencilla la falta de una empatía social que mantiene viva la creencia de una superioridad frente a los demás y reproduce descalificaciones.

En la actualidad, las agresiones y las redes sociales llevan una muy buena relación para el ejercicio y mantenimiento de la violencia, porque existe una posibilidad de replicar y seguir modelos de odio hacia las personas. La dignidad que no recibimos, vulnera nuestros derechos humanos y la forma de seguir con nuestra vida. La dignidad que no reconocemos de la persona que tenemos por delante, no solamente humilla y denigra a quien no lo merece, también nos lleva a un callejón sin salida que nos obliga a encontrar más razones para aumentar el daño que estamos causando.

De acuerdo con Johan Galtung, la legitimación de mecanismos de desigualdad, como por ejemplo, la injusticia social, forman parte de una violencia invisible, a la que también se le puede denominar violencia estructural o sistémica. La violencia estructural es ocasionada principalmente por una ausente justicia social en la que la pobreza y las desigualdades incrementan los factores que impiden la satisfacción, el ejercicio y goce de derechos humanos.

Además de las necesidades y servicios básicos a los que todas las personas debemos tener acceso, y que el Estado está obligado a garantizarnos, las interacciones que se desarrollan en una sociedad también deben realizarse en condiciones de igualdad. No de la manera en la que lo estamos reconociendo ahora, no debemos y no podemos seguir permitiendo clasificarnos como objetos en venta, cuyo valor depende de la calidad y el precio. Y, que cuando no pertenezcamos a la misma clase de marca, o decidamos modificarla, seamos vistos de una manera distinta al resto.


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