Hace 40 años la UNAM y la comunidad universitaria destacaron por la respuesta con acciones de ayuda en las más diversas aristas de la crisis ocasionada por el terremoto que azotó a México el 19 de septiembre de 1985.
Con el entonces rector Jorge Carpizo MacGregor, la comunidad universitaria se movilizó para rescatar personas, evaluar daños y brindar asistencia médica, psicológica y logística, entre otras muchas acciones.
A través de sus diversas facultades, personal de investigación, académicos, estudiantes y trabajadores, la Universidad formó parte en la evaluación de daños, búsqueda de sobrevivientes, brigadas de apoyo de alimentos y servicios sanitarios, así como en la reconstrucción del entonces Distrito Federal.
Con 58 años como profesor de la Facultad de Psicología, Benjamín Domínguez Trejo recordó cuando se dirigió al Centro de Servicios Psicológicos Dr. Guillermo Dávila de esa entidad académica, donde un grupo de colegas, encabezados por Josette Benavides Tourres, fundadora de dicho espacio, se habían organizado para visitar hospitales.
“Los primeros días después del terremoto casi dormíamos en la Facultad; el trabajo fue improvisado, pues teníamos experiencia en atender a personas de manera presencial o por teléfono, pero en condiciones que no eran de emergencia”, rememoró.
En tanto, la comunidad de la Facultad de Medicina asistía a heridos y damnificados, incluso para rehabilitación. La mayoría de las terapeutas tenían formación psicoanalítica e intentaban conversar con las personas, pero estas casi no podían hablar y se concentraban en buscar a familiares o acompañarlos en el hospital.
Entonces se hablaba de crisis psicológica: llanto incontrolable, insomnio y miedo intenso. Hoy en día sabemos que esto se llama síndrome de estrés postraumático y que tiene más características como sobresaltos, deseos de huir y repetición en la mente de escenas traumáticas de manera involuntaria.
Ese síndrome, acotó, afecta la temperatura corporal, por lo que se considera conveniente medirla en cada caso para tener un indicador del nivel en que se ubica.
Benjamín Domínguez evocó la ocasión cuando junto con su grupo colocaron, en una tarjeta de cartón, un termómetro dotado de un punto de cristal líquido termorreactivo, que era la novedad en esa época, acompañado de una guía de niveles de estrés. La persona ponía su dedo índice unos segundos en el punto y el cristal líquido se teñía de un color que corresponde a la guía.
“Entre los hallazgos supimos que siete de cada 10 personas no requerían atención urgente por estrés postraumático, pues presentaban resiliencia, y que sólo tres eran vulnerables y necesitaban tratamiento psicológico inmediato”, aseveró.
Esa regla se sistematizó y hoy se cumple en sismos y desastres, como los causados por inundaciones y huracanes. “Ahora hacemos las mediciones con cámaras fotográficas infrarrojas, altamente sensibles y portátiles”, resaltó Domínguez.
De acuerdo con el especialista, se descubrió que culturalmente las y los mexicanos tenemos lo que hoy se llaman “conductas prosociales”, es decir, de cooperación, compasión y empatía, características que se mostraron en esa ocasión en una espontánea solidaridad ciudadana.
Tenemos inclinación a la convivencia social y al relajo, lo que era mal visto en comparativos culturales con otros países. Pero en el caso de tragedias como el terremoto del 85 son ventajas, porque contamos con una alta sensibilidad hacia el otro. “Si las personas no se hubieran organizado espontáneamente, las consecuencias negativas hubieran sido más desastrosas”, afirmó.
Cambios en materia de construcción
Sergio Alcocer Martínez de Castro, investigador y exdirector del Instituto de Ingeniería (II), era entonces estudiante. “En los siguientes días se formaron brigadas de investigadores y alumnos para visitar edificios. Me sumé a ellas, participé desde el 20 y 21 de septiembre. De hecho, estaba en una brigada la noche del 21, cuando hubo una réplica importante”, mencionó el universitario.
El también exsecretario general de la UNAM y actualmente coordinador de las propuestas universitarias para actualizar el reglamento de construcción, narró: “Fue un evento que nos tomó desprevenidos, no estábamos preparados para evaluar una gran cantidad de edificios dañados y establecer un control de los que colapsaron. Me sumé a las brigadas de expertos internacionales que llegaron, destacadamente de Japón y también de Estados Unidos e Italia, quienes venían a conocer y estudiar datos del temblor. Nosotros les dábamos información y aprendíamos de lo que nos explicaban”.
Alcocer Martínez de Castro señaló que de manera improvisada Luis Esteva Maraboto, entonces director del II (quien fue el primero en realizar mapas de riesgo sísmico), junto con Roberto Melli Piralla, subdirector de esa entidad, organizaron un Comité Asesor en Seguridad Estructural que estuvo sesionando cada tercer día, a partir de septiembre.
“Recibían información y decidían si se establecían normas de emergencia, porque era necesario reconstruir y reparar los edificios y eventualmente modificar las normas y el reglamento de construcción”, relató Alcocer Martínez de Castro.
Por instrucciones del entonces presidente de la República, Miguel de la Madrid Hurtado, la responsabilidad de dicho grupo recayó en Fernando Hiriart Balderrama, el primer director del Instituto y quien integró a los académicos más expertos del área.
Con el aval presidencial y del gobierno del entonces Distrito Federal, los especialistas universitarios del comité publicaron normas de emergencia que fueron elaboradas en el II.
“A los estudiantes nos tocaba hacer de chaperones en las brigadas de especialistas extranjeros. Un año después, gracias a la Junta México-Estados Unidos, se organizó un programa de investigaciones conjuntas”, abundó el académico.
Había preocupación en los estadunidenses, porque los edificios de San Francisco y Los Ángeles colapsaran como los de México ante eventos sísmicos, ya que ambos países tenían reglamentos parecidos, razón por la que se formularon 40 proyectos de estudio, en los cuales los alumnos participaríamos como ayudantes, afirmó el especialista.
Sergio Alcocer cursó su doctorado en la Universidad de Texas con un proyecto sobre el sismo de 1985 en México. Al regresar al país, se incorporó al Instituto como investigador y también al naciente Centro Nacional de Prevención de Desastres, propuesta inicial de Japón que planteaba estudiar solamente eventos sísmicos, pero el II lo amplió a otros fenómenos como erupciones volcánicas e inundaciones.
En la nueva instancia, los ingenieros universitarios retomaron la investigación experimental en estructuras de concreto y mampostería, con las que están construidas la mayoría de las viviendas en el país.
Con ayuda del gobierno de Japón, puntualizó, se formularon nuevas normas en 1997 y 2004, a partir de lo sucedido en 1985. En 1994 o 1995 la empresa japonesa Kajima Corporation (una de las constructoras más antiguas de la nación nipona), gracias a un concurso que ganó la UNAM, donó al Instituto una mesa vibradora, equipo de simulación de temblores que superaba a la que teníamos de la década de 1970.
Este instrumento se ha constituido en el más avanzado de simulación de temblores y ha permitido ensayar estructuras de concreto, mampostería y sistemas de aislamiento.
“Desde entonces hay mucha investigación básica y de vinculación con el sector industrial y empresarial. Se revivió la investigación analítica y experimental, así como los estudios de campo en el área”, aseveró Alcocer Martínez de Castro.
Superaron obstáculos
Sri Krishna Singh, investigador emérito del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, apuntó que después de ocurrido el terremoto, colegas académicos, autoridades federales y locales se dirigieron a esta entidad universitaria para conocer lo que había sucedido.
Como sismólogos nuestra preocupación era tener con certeza la información básica, pero era difícil recabarla, describió el ingeniero de minas, maestro y doctor en Geofísica nacido en India, avecindado en México y desde la década de 1970 trabaja en la UNAM.
“Entonces no había información en tiempo real, datos digitales ni sismógrafos modernos. Además, el número de profesionales de la sismología era limitado. Me di cuenta de que teníamos grandes deficiencias en el país”, comentó.
El primer problema es que se había interrumpido el suministro de energía eléctrica, los sismogramas estaban saturados, así que había poca información. Era una sensación de impotencia, subrayó.
A inicios de la década de los 80, Singh había elaborado un mapeo de los grandes temblores de México. “Teníamos pocos sismógrafos, además de que la red de estos equipos era vieja”, mencionó.
En 1985 el II había instalado una red de acelerógrafos en la costa del Pacífico. Esos instrumentos contribuyeron a entender el temblor y saber el movimiento del terreno. Una sorpresa fue que el sismo ocurrió cerca de Caleta de Campos, un lugar de Michoacán donde los científicos tenían una de las estaciones.
“Un temblor de magnitud 8.1 tan cerca nunca se había registrado. No sabíamos qué esperar justo arriba del epicentro de un gran sismo. Y resultó que la aceleración era bajísima, una gran sorpresa. Otra aspecto importante que supimos fue que las ondas se amplifican en el Valle de México, en la zona donde estuvo el lago. De ahí la causa del desastre en la capital, especialmente en la zona centro”, señaló.
A decir del científico, el movimiento telúrico de 1985 representa un antes y un después en la sismología mexicana. A partir de esos días hubo peticiones para más equipos, mayor cantidad de dinero de parte del gobierno y, de esta manera, lentamente las cosas comenzaron a fluir. “Necesitábamos entender los temblores, cómo y donde ocurren, al igual que detalles técnicos”, apuntó el investigador.
Este acontecimiento despertó vocaciones hacia la sismología. Aumentó el número de estudiantes y también las plazas de investigación. “Se conformó en la UNAM un grupo de sismología más fuerte, y algo maravilloso fue la colaboración con el Instituto de Ingeniería, con el que compartíamos datos para diferentes investigaciones”, detalló.
En aquel momento, prosiguió Singh, había seis o siete aparatos de sismología y hoy hay más de 100. “Es otro mundo, ahora estamos casi en la frontera del conocimiento en esta área”.
La UNAM contaba con unos 10 especialistas en sismología, y otros cinco o seis en otras instituciones de la nación. “Ahora en esta casa de estudios somos 20, se duplicó el número de especialistas en el IGf, pero aún faltan más para interpretar y analizar la cantidad de datos que tenemos en un país sísmico; actualmente hay información de acceso abierto que se comparte entre diversos especialistas del mundo”, acotó.